Henry empezaba a sentirse mal. Desde hacía unos meses se le desencadenaba un profundo dolor de cabeza cuando pasaba una situación de mucha tensión. Pocas horas antes se enfrentó con un maleante a quien le faltaba un ojo que, cuchillo en mano, pretendía llevarse sus pertenencias y las de su hermana cuando se dirigían a casa. Su formación en la Academia de Policía, bastantes años atrás, le permitió salir airoso del percance, pero le molestaron profundamente los insultos del malhechor que salió huyendo. Poco a poco el dolor iba en aumento. Como en otras ocasiones, su hermana Helen, con reconocidos conocimientos de herboristería, le preparó una infusión calmante que le ayudaría a conciliar el sueño que tanto precisaba Henry.
Así fue. Durmió toda la noche. Se despertó con apetito dado su ayuno del día anterior. Mientras ambos desayunaban la radio dio la noticia: El cadáver de un hombre tuerto había sido descubierto. En su mano portaba un cuchillo. Los dos hermanos se miraron por un instante, hicieron algún comentario y prosiguieron comiendo.
Pocas semanas más tarde, Helen llegó muy alterada a casa. Su jefe pretendía «cobrarse» el ascenso en la empresa que a ella le había costado tanto conseguir. Aquello era injusto a la vez que infame.
De nuevo su cerebro se revelaba contra ese hecho. Una jaqueca cabalgaba a su cráneo irremisiblemente. Suerte que de nuevo su hermana acudió a aliviar su profundo malestar con sus preparados. Al rato, Henry dormía profundamente. Por la mañana todo se había disipado. Mientras disfrutaban de un café con leche, la radio les informó de que el cadáver del jefe de Helen había sido encontrado no muy lejos. Aquello hizo sospechar al policía. Dos asesinatos en los que su hermana se había visto ofendida por ambas víctimas. Además estaba el hecho de que ella le proporcionaba una infusión con la que dormía profundamente toda la noche. Empezó a atar cabos. Esa mañana había descubierto su arma reglamentaria fuera de la funda y a falta de una bala…, pero no tenía pruebas y decidió seguir investigando. A fin de cuentas de quien sospechaba era de su querida hermana.
Por último llegó aquel día. Entró a casa desde la comisaria encontrándose a Helen llorando. Su novio, con el que salía ya hacía tres años, había decidido terminar con su relación a causa de una modelo que acababa de conocer y de la que se había enamorado. Henry se sintió afligido. Al instante notó como la cabeza empezaba a dolerle. Su hermana le preparó la infusión que tanto le aliviaba y, aunque, le vinieron a la mente las sospechas que guardaba sobre ella, no lo dudó, ingirió el contenido de la taza y se fue a la cama.
Una luz cegadora le despertó. Estaba en la casa del novio de Helen con la pistola todavía humeante en la mano. Sus compañeros del Cuerpo de Policía lo detuvieron como el presunto autor de tres delitos.
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