Ahora que no siento nada, me considero más miserable. Voy por el mundo siendo inmune al sufrimiento y con alergia mortal a la felicidad. Este estado de neutralidad es un fiasco pues no sentir, me tiene a un solo paso de sentirlo todo.
No siento, pero veo.
Veo como me convierto en una persona irreconocible; veo como mis sueños y aspiraciones se desvanecen, dando como resultado el cúmulo de insensibilidad en el que me he tornado.
No siento, pero lloro.
Un llanto vacío se escucha a media noche y despierto sólo para darme cuenta de que soy yo quién llora. Me extraño tanto a mí misma cuando tuve buenos tiempos.
No siento, pero vivo.
Vivo porque mi cuerpo sigue despertando cada mañana, pero mi mente anhela el eterno silencio de todo. No necesito una muerte física, mi alma ya lo ha hecho.
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