LA MESA DEL DESPACHO

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Inmaculada entra en la casa en donde trabaja de criada. Es mediodía. El padre de familia, viudo, con tres hijos a su cargo mayores de 20 años, la espera en el salón con expresión cariacontecida. 

La joven lo mira con preocupación y se disculpa por llegar tarde y no haberles preparado la cena la noche anterior.

- Ayer no nos preparaste la cena, hoy tampoco el desayuno, y las camas están por hacer. Ya tenías que haber ido al mercado para preparar la comida. ¿Qué te pasa?

- Me llamó mi madre cuando me disponía a venir y me pidió que buscase una farmacia de guardia porque necesitaba urgentemente un medicamento. Tardé tiempo en conseguirlo y se me hizo muy tarde para venir. 

- Tus excusas no me sirven, además no sé si es verdad, y quedamos cuando te contratamos en que no nos fallarías o en caso de que sucediera nos avisarías con tiempo. Me dijiste un día que una prima tuya necesitaba trabajar. Dile que venga a verme mañana, a ti te despido.

Inmaculada se arrodilló y el hombre la miró sorprendido.

- Le ruego que no me despida, haré lo que usted quiera.

- Levántate. Mis tres hijos y yo necesitamos una reparación. ¿Qué estás dispuesta a hacer?

- Lo que sea.

-Veremos si es verdad. Ve al despacho y espérame.

Inmaculada acudió al amplio despacho de la casa y el hombre fue a buscar a sus tres hijos, que holgazaneaban en sus habitaciones. Unos minutos después se presentaron los cuatro en el despacho, en donde esperaba Inmaculada con evidentes muestras de nerviosismo y temor. 

- Inclínate sobre la mesa, con el pecho encima de ella -le indicó el hombre.

Inmaculada obedeció, sonrojada.

- Por favor, no me haga daño -le pidió.

- No se trata de hacerte daño sino de avergonzarte por tu falta de interés.

El hombre le sujeta con la mano izquierda contra la mesa presionando su espalda y con la mano derecha le alza la falda y le baja lentamente la braga, dejando al desnudo sus nalgas.

-Hijos, contemplad este magnífico culo y tocarlo el tiempo que queráis. Inmaculada no ofrecerá resistencia, ¿verdad?

La joven no dice nada.

-Empieza tú, Julián.

Julián se acerca a ella y pasa una mano por sus nalgas, demorándose a placer.

- Eres un soso, ahora tú, Tomás, pero sé más decidido.

Tomás le estruja las nalgas, se las mordisquea y se las besa, de rodillas detrás de ella. Inmaculada gime débilmente.

- ¿Pero qué os pasa, hijos? ¿Os tengo que enseñar yo cómo hacerlo? Luis, ahora tú.

Luis le acaricia las nalgas y mete una mano entre el espacio de ambas, acariciándole el ano.

Inma, a su pesar, se excita con una sensación mezcla de goce y asco.

El padre aparta a su hijo, se arrodilla detrás de la chica, le separa las nalgas con ambas manos y dedica largos minutos a chuparle el ano y el sexo, metiendo la lengua por sus orificios a la vez que le estruja las nalgas.

Inma suspira y gime a la vez.  

-Fólleme -musita.

- ¿Qué has dicho?

- Fólleme.

- Habla más alto, no puedo creer lo que has dicho.

- ¡Fólleme! -grita todo lo que es capaz.

- Salid de aquí, chicos -les dice a sus hijos.

Ellos obedecen de mala gana.

- No quiero follarte, se trataba de humillarte, no de hacértelo pasar bien. Ahora quiero que estés en esta posición hasta que yo te lo diga.

El hombre, muy a su pesar, salió de la habitación y dejó a la joven excitada, avergonzada, disgustada y con las nalgas desnudas.


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