La felicidad del infeliz

Juan se encontraba sentado en las afueras de su casa, más precisamente en su patio frontal mientras escuchaba la radio. De repente, sin previo aviso y en cuestión de segundos comenzaron a caer rayos por doquier. Una lluvia torrencial invadió la ciudad, el país y en cuestión de minutos el mundo entero. Los rayos al igual que la tormenta se multiplicaron. Todo muy rápidamente en tiempo convencional pero muy lentamente en tiempo subjetivo de Juan. Todo estaba siendo destruido.

"El apocalípsis" definió Juan. Luego corrió hacía su sótano, prendió la luz y vio todos sus papeles. Todos colgados en la pared, escritos y llenos de flechas, indicaban que se acercaba el apocalipsis. Sin embargo, no especificaban cuando. Hace años que lo intuía y trataba de anticiparlo, pero nunca pudo. Su intuición conspirativa le decía que llegaría en su presente año pero no sabía la fecha exacta. No le importo, comenzó a gritar, aplaudir y reír de felicidad.
"Llegó el día, yo tenía razón. No importa el cuándo, lo que importa es que llegó" dijo mientras apretaba sus manos con placer. No le importaba la idea de que el mundo se destruiría, todos morirían y por defecto, el también moriría, le importaba saber que: "LO DESCUBRÍ", dijo satisfactoriamente.

El apocalipsis hizo auge, el mundo se hizo trizas y todos, absolutamente todos ( hasta los más conspiranoicos que crearon refugios) murieron.
Lo paradójico es que Juan murió, al igual que todos. La diferencia radica en que todos murieron tristes, gritando, llorando y suplicando por la forma sorprendente e inesperada del apocalipsis y Juan murió Feliz.