De niño siempre fui muy inquieto, mi abuelita me decía que tenía chincuales, ella para calmarme de andar brinque y brinque, corre y corre, me empezaba a contar sus historias, le gustaba platicarme de sus muertos, de su mamá que había fallecido cuando ella era una niña todavía, de su esposo, de sus cuñados, de sus dos hijos que habían muerto en la infancia. Esos relatos los contaba con muchos detalles que me causaban intriga, y con sus historias me hacía mucho pensar por todo lo que había pasado.
Primero me contaba que ella había nacido en los Estados Unidos, en un pueblo que se llama Sabanilla, Texas, que sus padres se habían ido huyendo de la revolución de aquí de México, tiempo después se regresaron a Saltillo para vivir, cerca del mercado, sus hermanos eran comerciantes, muy trabajadores y pronto se consolidaron en el ramo de abarrotes, hacia la aclaración que hasta teléfono tenían para mover las mercancías con los demás abarroteros. El número era el 32, solo dos dígitos…. Su mamá murió de una infección estomacal en el año 1928, no me acuerdo la fecha exacta, pero fue en ese año porque ella solo tenía 11 años, me decía que le había dolido mucho y que ella tuvo que salirle al toro para cocinarles a sus 4 hermanos y a su papá. De su papá no platicaba mucho porque él vivió con ella en su casa muchos años, estando casada, murió grande de edad. En aquel tiempo la gente se moría de una infección cualquiera, porque no había penicilina ni nada para combatir esas enfermedades. Me decía que algunas veces ella sentía la presencia de su mamá, era cuando me daba intriga y miedo, me comentaba que oía pasos entrando a la sala, y yo me pregunto todavía ¿cómo se oían? Le preguntaba y me decía “como taconea al caminar tu tío Enrique, más o menos así”, yo pelaba los ojos y me imaginaba recorriendo su casa y entrando a la sala, por eso nunca entraba allí, a ver el piano, o quizás ella lo hacía para darme miedo y no entrar a desafinar el piano, que la verdad nunca vi que nadie lo tocara, era un adorno, que como en tantas otras casas, no había que tocar.
Ahora la historia de los hermanos de mi abuelo, ellos habían sido 15 hijos, de 3 esposas, porque ellas se morían en los partos. Una noche que se instaló una feria en un terreno grande que hay en el centro, 5 de ellos fueron solo a ver los juegos mecánicos, porque eran muy pobres, en esos días había llovido toda la semana y las construcciones eran de adobe, que viene siendo de tierra, todo estaba mojado y lodoso, los niños estaban viendo la rueda de la fortuna parados todos en fila, cuando un tramo de la barda perimetral del terreno se cayó, para su mala suerte, en donde estaban ellos, y mató a los 5 hermanos. Fue una locura, trataron de rescatarlos, pero fue muerte instantánea, dijeron. Fue una tragedia muy mencionada, en donde no solo murieron los parientes sino varias personas más, como 20 en total, estaba muy llena la feria ese día a pesar del mal clima.
El primer hijo que se le murió a mi abuela, se llamaba igual que yo o yo igual que él, por eso me pusieron así, era un muchacho sano, de 12 años de edad, estaba faltando a la escuela porque tenía problemas con las anginas, esas que están en la garganta y que a muchos se las operan para que no estén inflamándose y ocasionando malestar. Lo llevaron con el mejor cirujano pediatra, les recomendó que lo tenía que operar para que ya no batallara con eso, programaron la operación en un hospital chiquito que les había indicado el mismo doctor, quien operaba a 2 o 3 niños por día de diferentes cosas, o sea era una eminencia el doctor. El día de la operación, se murió en la plancha por un error del anestesista, se le pasó la dosis y luego de 5 horas de estar en el quirófano ya no salió. Me decía que había sido muy doloroso, porque no se lo esperaban, mi abuelo y ella confiaba mucho en este doctor que era el más reconocido en ese momento. Me comentó que el doctor después de eso nunca más quiso operar a nadie, solamente consultaba a los niños pacientes pero nada más.
El segundo hijo que se le murió, estaba sano, incluso un domingo se fueron de día de campo a un pueblo que se llama General Cepeda, a visitar a unos compadres que vivían allá con sus hijos, como el pueblo era muy tranquilo, los niños tenían permiso para andar por todos lados. Este hijo se llamaba Julio como le pusieron a mi hermano, tenía 10 años de edad, ese día se había llevado una bicicleta para pasearse libremente. Había una acequia en donde el domingo pasaba mucha agua, se le ocurrió hacer una rampa con unas piedras y unos tablones que se encontró, iba acompañado de uno de los hijos de los compadres, al brincar en la bicicleta se cayó, no llevaba casco, se pegó en la cabeza muy fuerte, no perdió el conocimiento pero estaba como noqueado, el amiguito se lo llevo a la casa en donde estaban sus papás, lo dejo recargado en el poste de afuera, cuando entro a avisar, salieron y se había desvanecido, lo llevaron rápido con un doctor del pueblo pero no se pudo hacer nada, estaba muerto, supuestamente de un problema en el corazón, a todos se le hacía muy rato toda la historia y los motivos de la muerte, pero no había más personas de testigos, me dijo.
Cuando murió mi abuelo, me comento que él ya estaba enfermo, pero controlado todo, padecía diabetes, porque me decía que el comía mucho, porque de niño, venia de una familia muy numerosa y que había sufrido mucho el hambre, que quizás por eso le había venido esa enfermedad tan mala. El día que murió, estuvieron cenando en la cocina, todo normal, que se había fumado su cigarro habitual en la cochera, habían platicado un poco de sus hijos, cosas sin importancia, y se había ido a recostar para mañana irse temprano a su negocio de toda la vida, entraba temprano a las 7 am, pues ¿Cuál?, ya no despertó. Me decía que había tenido la muerte de los justos porque solo se había quedado dormido, claro a ella le había dolido mucho, era el amor de su vida, como las otras perdidas que había experimentado en su vida.
Todas esas historias me las contaba mi abuelita y pasaban las horas, yo muy atento, acompañadas con galletas, normalmente estas pláticas eran en las tardes, que tenía menos cosas que hacer, pero las narraba con mucho más detalle cada una, y advertía que la vida estaba prestada porque no sabemos cuándo vamos a morir. Las historias no solo me las contaba a mí, casi siempre estábamos más nietos revoltosos de visita en su casa, esas eran las pláticas de muertos para tenia para controlar a los nietos intranquilos.
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