La persecución se había vuelto en mi contra, en ese momento era yo quien debía correr y ocultarme por los callejones húmedos de la ciudad que se supone: debo mantener limpia; yo, huyendo de criminales en mi propia ciudad. La investigación me había llevado por caminos sinuosos, oscuros y a menudo sin salida. Hice algunas preguntas algo incisivas en los lugares equivocados y ahora allí estaba, ocultándome como un bicho rastrero, sin apoyo alguno y siempre en busca de la verdad. Es algo complejo ese concepto de "verdad" pues tal cosa siempre lleva prejuicios de la mano con las hipótesis que te planteas para llegar a ella, somos seres formados de prejuicios con los que a menudo la realidad no se lleva, ya que en ocasiones puede ser algo tan amplio que nuestro horizonte, recortado de ideas prefabricadas no alcanza a contener lo necesario para nuestro entendimiento. Es a veces, mucho más de lo que uno esperaría o temería.
La noche parecía tener prisa por envolver el barrio, había sido un día de poca luz, brumoso, con el suelo saturado de charcos de lluvias de días anteriores; era difícil moverse en silencio, era imposible correr sin que las ondas en el agua señalaran mi dirección. Había gente muy peligrosa tras de mí por haber insinuado un crimen que, al parecer, les superaba aún en sus infames estándares.
Fin de semana, zona industrial, al borde de aquel límite en que tambalea lo estrictamente urbano, no con lo rural, sino con la nada. Nadie a quien acudir. De fondo: el lejano ronquido de un tren y el sonido escurridizo de los acelerados pasos de mis perseguidores. Terminé en el peor lugar del sector: un vertedero clandestino, prácticamente oculto tras el muro frontal de una antigua casa que habían demolido completa por dentro, dejando únicamente la fachada. Bolsas negras grandes y otras de menor tamaño de distintos colores se amontonaban por todos lados, junto con colchones, sillones, coches, paraguas y demás. Hacia la parte posterior del terreno se podía ver un agujero enorme en la tierra, sentí vértigo al mirarlo, una sensación de gran incomodidad me invadió, no era asco por lo que me rodeaba, sentía que algo estaba terriblemente mal. Nuevos pasos acelerados interrumpieron mis cavilaciones y sólo atiné a la reacción mecánica de meterme en la suerte de pasillo que se formaba entre las pilas de bolsas. Para cuando me di cuenta, estaba en medio de un laberinto de desechos con muros mucho más altos que el alcance de mi vista. Avanzaba en silencio intentando evitar prestar atención real a los detalles que me rodeaban cuando un atronador chillido desgarró el silencio hasta entonces reinante y me llevó a taparme los oídos, de pronto me encontré acuclillado, con los ojos apretados, encogido como un niño temeroso, algo que dejé de ser hace al menos treinta años. Me levanté un tanto avergonzado, a eso siguieron otros chillidos de menor intensidad acompañados de una especie de gruñido, me acerqué en silencio hacia el lugar de donde parecía provenir el ruido y me asomé por el borde de un muro de bolsas.
No tengo palabras para expresar de manera precisa el impacto que produjo en mi psiquis lo que divisé desde mi paupérrimo escondite. Acomodado en una suerte de nido de basura y huesos se encontraba una criatura grande de unos dos metros de alto, aunque de ello no estoy seguro, pues parecía estar sentado; tenía una forma indefinida, similar a la de un frijol pero muy deformado, era de una piel rugosa y de aspecto viscoso como el de una salamandra, de una tonalidad entre el azul y el violeta con algunas zonas bulbosas translúcidas donde se podían apreciar tonalidades más cercanas al rosa y rojo de la carne, se veían líquidos fluyendo por venas que resaltaban con cada sístole del repugnante ser. Uno de sus delgados y escuetos brazos, terminados en cuatro dedos con cortas pero filosas garras, sostenía una paloma, corrijo, la mitad de una paloma cuyas alas colgaban de una manera que me pareció muy triste, hasta lo que ocurrió a continuación.
La criatura gesticulaba como si conversara con alguien y al mismo tiempo parecía tararear algo, con el ave aún entre sus dedos, de pronto lanzó lo que quedaba al aire y abrió su tremenda y grotesca boca llena de dientes pequeños y puntiagudos como los de una piraña y lo atrapó mientras caía. Hacía ruidos mientras masticaba y una vez que terminó, atrapó otra de las palomas que pululaban a su alrededor con una agilidad que sorprendía para su fisonomía. Los chillidos se oyeron una vez más cuando comenzó a mascarla por las patas. De vez en cuando, silbaba. Me forcé a mantener los ojos abiertos y a retener el vómito, pero no podía volver a ocultarme y resguardarme de la terrible vista, mi cuerpo se encontraba completamente inmóvil, nunca había pasado por algo así, mi cerebro intentaba procesar lo que estaba viendo. Una parte de mí decía que eso era imposible, que todo lo estaba imaginando por el estrés y otra parte de mi respondía que jamás habría podido imaginar el crujir de los huesos de una paloma en las fauces de un monstruo de esas características. Me vi a mi mismo en un cuarto en que quienes me perseguían, me daban sustancias para torturarme con alucinaciones tormentosas; luego sentía el hedor de la basura, el olor de la sangre y la humedad del aire en mis orejas y mejillas. Todo era cierto. Mi cuerpo al fin reaccionó, antes de que terminara su bocado para buscar otro, volví a ubicarme tras las bolsas que me apartaban de su campo visual. Tardé en recuperar el ritmo normal de mi respiración y mientras lo intentaba noté por el rabillo del ojo un extraño bicho, similar a una cucaracha, que caminaba por las bolsas, hacía hoyos en el plástico con gran facilidad para entrar y salir, una extraña sensación me embargó al ver deambular el pequeño animal sobre una bolsa en particular, su paso por ella fue muy breve, entonces tuve una de esas "corazonadas" que muestran en los detectives de la tele, como una especie de fuerza externa que te impulsa a algo; tomé mi navaja y abrí dicha bolsa, algo nervioso por lo que pudiera encontrar; la mencionada "fuerza" popularizada por la tv dejó una estela fría que cubrió mi espina en cuanto tomé la decisión de mirar dentro.
En la gran bolsa negra se encontraban tres mochilas pequeñas y coloridas, como de niños que aún van al kínder, estaban cerradas, con los tirantes rotos y manchas superficiales. El hielo no volvió a abandonar mi espalda ni mi sangre, una profunda angustia me perforó el centro del pecho y la desesperación, la impotencia, el pánico, se agolparon en mi estómago y en mis ojos amargas lágrimas amenazaron con lanzarse al exterior al darme cuenta de que allí mi investigación sobre los desaparecidos había reencontrado su curso, pero uno mucho más aterrador que el que hubiera imaginado en la peor de mis pesadillas y todo empeoró aún más al notar que el nidal alrededor del monstruo, entre el que hurgaban las palomas buscando alimento, eran cientos de huesos humanos.
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