El suéter de lana (parte II)

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Quise concentrarme en mi familia, en lo radiantes que se veían mis abuelos, en el buen clima del día, ¡pero no podía dejar de pensar en Cristian! El tipo andaba rondando por la casa como alma en pena, conversaba con mis primos, pero se veía enajenado. No sabía si esto se trataba de otra de sus bromas para hacerme sentir mal y luego burlarse de mí.

Ya caída la noche, algunos comenzaron a irse, nosotros decidimos quedarnos en casa de los abuelos. Sin pensarlo dos veces, me instalé en la habitación en la que suelo quedarme y me alejé un poco del bullicio. Mi madre seguro me reprendería por no haber pasado a despedirme de la familia, pero poco me preocupaba, en realidad, lo que me tenías en ascuas era Cristian y su triste actitud. Me pasé la tarde evitando verlo, y él hasta me evadía.

¡Ya basta! Un buen baño caliente es lo que necesito.

Una vez me coloqué el pijama, me acerqué a la ventana para cerrar la cortina, pero me detuve en cuanto vi a Cristian. Estaba sentado en la banqueta con la capucha puesta. Lo observé durante un buen rato, no cambiaba de postura. Yo ya no podía con la sensación de culpa y bajé a buscarlo.

Apenas volteó a verme cuando me senté a su lado.

-Traes el cabello mojado, te vas a enfermar –comentó.

-¿Ahora te preocupa? –repuse y él se alzó de hombros- Mira, no debería ni preocuparme por esto pero, ¿estás bien? Siento que mi comentario te afectó mucho y…

-Mis padres se están divorciando –interrumpió. Me quedé callada ante su tono tan serio- No hace mucho los escuché discutir y se culpaban entre ellos por mi nacimiento, entendí que les resulté un estorbo. Mi existencia los jodió y no pueden remediarlo.

-Cristian, yo…

-No digas nada –interrumpió de nuevo- Te juro que hasta entiendo lo que dijiste. Toda la vida me la he pasado fastidiándote, haciéndote sentir mal como si fueras inmune a mis comentarios. Ahora veo cómo pudieron haberte afectado.

 

El silencio reinó un buen rato. Recordé las veces en que Cristian no fue un hijo de puta conmigo, como aquella vez en invierno que caí en el lago y yo no sabía nadar, entonces él se lanzó a rescatarme; o cuando mis primos me hicieron una broma pesada y él estuvo ahí para secar mis lágrimas; las noches en que hacíamos fogatas para asar salchichas y contábamos historias de terror, él siempre me abrazaba para calmar mi miedo; hasta me enseñó a patinar, ¡ah! Y fue el único que no se burló de mi suéter de lana… Cristian no era un estorbo.

-Lamento haberte dicho eso –dije casi a regañadientes- No eres un estorbo, Cristian.

-¿Tú crees? –se animó a verme, sus ojos marrones denotaban tristeza.

-Lo creo, quiero decir, mis abuelos están rodeados de nietos y estoy segura que te quieren más a ti. Su vida no sería igual sin tus visitas diarias, sin tu ayuda con el pasto, o como el modelo de mi abuela cuando quiso aprender a tejer –se rió.

-Tu suéter es horrible –confesó con una sonrisa- Pero te ves hermosa, le das otra perspectiva –No supe que contestar, aquello sonaba a una confesión. Tuve que cubrirme las mejillas para que no pudiera ver que me había puesto colorada.

-¡Qué cosas dices! –intenté borrar la tensión.

-¿Recuerdas nuestro beso en el verano del 2013? Comentó después de un rato. Me sonrojé.

-Yo tenía 10 años y tú 12 –sonreí- Fue mi primer beso.

-El mío también, pero mentí diciendo que ya había besado un par de chicas más.

-Vaya –rebusqué en mi mente cómo continuar con la conversación- ¿Por qué mentiste?

-Quería verme cool. Parte de mí siempre ha buscado impresionarte.

-Pues no lo has hecho de la mejor manera, te aviso –sonrió, apenado.

-Disculpa todo aquello, Nadia –me vio a los ojos, yo le sonreí.

“Poco a poco, Cristian fue acortando la distancia entre nosotros hasta que pude sentir su suave aliento cerca de mis labios. Tomó entre sus dedos un mechón de mi cabello húmedo y jugueteó con el. Dijo que mi cabello siempre le había gustado por lo que me sonrojé. Tantos años siendo crueles entre nosotros y ahora estábamos aquí, vulnerables el uno al otro. ¿Esto es estar enamorado? Porque recuerdo aquellas noches en que se colaba en mi habitación por las noches después de mandarle un mensaje avisando que había tenido una pesadilla. Se quedaba conmigo, sólo abrazándome hasta que me dormía. Cuando despertaba él no estaba y luego volvía a tratarme como siempre. Estaba confundida, así que le hice a un lado.

-¿Por qué de pronto te portas así conmigo? –cuestioné- ¿Es un juego, una broma cruel o qué? En este momento puedes parar porque yo jamás te perdonaría y… -me interrumpió con un beso. Sus suaves labios bailaron con los míos y poco a poco las inseguridades se fueron yendo.

-Nadia, me ha costado noches de insomnio reconocer que me gustas. Contaba los días para poderte ver y cuando te vi echada en el catre, juro que quise saludar casual, pero la cagué como siempre –medio se rio- Luego hiciste el comentario y me sentí un idiota, nunca aprendí a como ser contigo.  Es tonto, no sé cómo demostrar lo que siento por ti.

-Cristian –sonreí- Mis abuelos estarán felices por nuestro noviazgo –sorprendido, sus ojos se iluminaron y asaltó mis labios nuevamente.

 

Yo a Cristian le quería tanto como a mi suéter de lana.


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