Libre de Altos (Parte 1/2)
Por PajaroAzul
Enviado el 05/04/2020, clasificado en Varios / otros
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No tengo recuerdo de año más oscuro que aquel, aún después de que Los Altos salieran de su agujero y se hicieran con estas tierras, ensuciando, destruyendo todo a su paso, creyéndose dueños del mundo.
Recuerdo el inicio de ese año, sin luces ni festejos, el pueblo sufría, los pequeños morían por el hambre. Algunos fuimos enviados a explorar en busca de un lugar seguro donde establecernos, cada uno solo y a la deriva durante meses, muchos jamás volvieron. Mi suerte fue dudosa, de días y noches largas de infructuosa búsqueda por los cerros desolados tras el paso de Los Altos, por los grandes valles poblados en que debía moverme con sumo cuidado, corrí grandes peligros en innumerables ocasiones pero la enorme diferencia de tamaño con los conquistadores me hacía relativamente fácil el huir de su vista.
Tuve gran confusión y angustia durante la mayor parte de mi vida al haber nacido en aquella época, pero ni el sentimiento más sobrecogedor, aquel cuyo nombre no se ha inventado siquiera, es comparable al dolor de esas noches luminosas y anaranjadas de fuego, de esos días de ceniza. Pensé morir, todo estaba perdido, el mundo estaba perdido. Yo podría morir en una sola lágrima de uno de ellos, mas todas las de su especie no habrían sido capaces de frenar tal infierno.
El miedo y la desesperanza me consumían, decidí terminar mi viaje, mi cuerpo estaba cansado, acalambrado y sin alimento alguno; no tenía la energía suficiente para volver con mi pueblo: era el punto de no retorno. Me encontraba ya en las montañas acompañado únicamente por el aire rancio de algún pueblo Alto y de mi autocompasión patética y fatigada. Una cueva me esperaba allá a lo lejos para mi última pausa, prometía ser un lugar fresco y libre de humo. Avancé hasta ella y me acomodé en un rincón a descansar, al día siguiente redescubrí mis fuerzas, reanimado, por la conciencia del abandono de mi misión y el poco valor de mi vida, respiré hondo por primera vez en meses, como aquel cuya certeza es la de no tener nada más que perder; el aire de la caverna era fresco y de una pequeña corriente que parecía provenir del interior, llegaba a mi nariz un agradable aroma que abrió mi apetito y caminé durante horas buscando su origen. Insuperable fue mi sorpresa al descubrir el vasto paraíso que aquel laberinto de piedra escondía.
De pie en el borde del precipicio de roca tenía una vista completa de la suerte de valle escondido que se extendía por kilómetros ante mis ojos dentro de la montaña. Apenas vi repuesta mi energía, me decidí a volver por mi pueblo con la sombría sensación de que ya era demasiado tarde, aún así, ignorando aquel sentimiento emprendí mi viaje de regreso. Lo que para mi fueran días de trayecto, se convertirían en semanas para la gran comunidad, que sin duda alguna se encontraba desnutrida, el viaje mismo ya era un peligro, pero no me detuve. Al llegar no me recibieron vítores ni miradas de ilusión como al hijo ilustre que vuelve de la guerra, era mejor desaparecer que volver medio muerto y de manos vacías que podían ser achacados al egoísmo del cansancio y a la deserción; no, eran ojos pequeños, hundidos y brillosos, como los de un viejo vagabundo arrollado por el peso tremendo de la vida y su crudeza, la mirada de los famélicos y desahuciados. Caminé entre ellos y ¡grité!, ¡azoré al pueblo entero con mi voz hasta que se oyó en el último confín! Temblaron las manos de los ancianos y cada mirada se dirigió a mi mientras gritaba como un demente con el poco aliento que me quedaba, vacié los pulmones repitiendo "un lugar libre de los Altos" hasta que solo se oía con dificultad "libre de los Altos" y entonces me detuve a respirar nuevamente, una brisa cálida y ahumada recorrió el pueblo produciendo el único sonido audible de ese instante y al volver el completo silencio, todos comenzaron a salir de sus casas, y levantarse del suelo que de otra manera sería su tumba; todos temblaban por la fatiga. Lentamente se acercaron a mi sin emitir ruido alguno más que el que imaginé en los párpados de sus miradas secas, de pronto todos estaban de pie rodeándome... esperando al guía para el camino.
El viaje parecía no acabar jamás aunque busqué la ruta más corta y segura, al menos un tercio pereció en el trayecto, pues la comida que logré llevar era escasa. El calor del fuego nos atormentaba día y noche y había mucho movimiento de Altos por esos motivos, trataban de controlar aquel infierno desatado. Una raza curiosa, por lo que observé en mi larga travesía, parecían siempre enfocados en crear cosas más grandes que ellos, siempre más grandes aún con el miedo de quedar reducidos a criaturas de segundo orden, eso no los detenía, sobrevaloraban su inteligencia y la enfocaban de manera errónea, las mejoras para su especie jamás me fueron apreciables, sólo parecían ser una extraña plaga de organización compleja, que avanzaba a ciegas hacia el fin del camino, encerrándose ellos mismos en el averno que lentamente habían creado.
Una vez que el tercio a duras penas superviviente consiguió llegar a la cueva, las cosas cambiaron rápidamente, la población volvió a crecer en poco tiempo y marchaba hacia los buenos viejos tiempos casi olvidados: tiempos de seguridad y abundancia, tiempos de serenidad, la vida nos sonreía nuevamente, la naturaleza nos brindaba su abrazo maternal... O eso pensamos.
Los viajeros, encargados siempre, como costumbre cultural, de explorar los alrededores de la aldea para garantizar la seguridad y mantener al tanto de cualquier posible peligro o cambio en el ambiente y porqué no, de cualquier nueva opción para prolongar la comunidad o incluso migrar; lo que por cierto no era poco común ya que nuestro pueblo es una especie bastante voraz, que tiende a reproducirse y consumir recursos muy rápidamente. Ya que la población crecía a ritmo veloz, nuestro tiempo de pasar días tranquilos en la seguridad de la cueva, se fueron dificultando y los viajeros aumentamos en número.
Un día, en que el humo fue nuevamente manchando el horizonte, uno de los viajeros anunció que había sido descubierto, el pánico comenzó a propagarse por el pueblo y más exploradores fueron designados a buscar un lugar donde migrar; claro estaba que aquello era un arma de doble filo, pues aumentaba el riesgo de que alguno fuera rastreado y condujera al enemigo a nuestra caverna, pero era una medida desesperada y necesaria.
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