Infortunio.

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Soy campechano y dialogante, cuando entro en el bar siempre encuentro gente con las que hablar y compartir espacio, suelo invitar, no me cuesta airear la pasta y además, lo paso bien en grupo y entre amigos. En estas se me acerca Juan, un hombre habitual del bar, de cierta edad, lo hace de forma amigable y charlamos de cosas banales, pero está deseoso de decirme algo concreto y al final lo hace,

Hijo ¿me permites un consejo? 

Le veo tan buena disposición, que le digo sin reticencia alguna,

Por supuesto,.

A continuación me cuenta que me ve a diario en el bar, que soy dadivoso e invito de forma indiscriminada, eso, según él, lleva a más de uno a aprovecharse, pero además, en el mejor de los casos, me incita a beber más porque también me invitan y es difícil salir de esa dinámica.

Tienes razón, le reconozco de primera y luego le explico.

Tengo un trabajo sacrificado que me lleva a estar muchas horas sin descanso, aunque lo gano bien, eso sí. Cuando salgo busco compañía con la que alegrarme, desinhibirme y olvidarme que al día siguiente volveré a esa penosa rutina. Si así consigo tener amigos con los que pasar el rato y el beber no me lleva a estar pedo sino alegre, no me importa, porque el dinero cuenta poco para mí.

- Eres muy sensato, acaba reconociéndome y seguimos hablando, es una persona sencilla pero que lo razona todo mucho.

Me habla entonces del ahorro, piensa que vivir al día tiene sus inconvenientes, me dice que surgen imprevistos que si no tienes un fondo de emergencias te ves en aprietos, al igual que si compras a plazos te sacrificas y pagas un alto precio por disfrutar de un mayor confort o por puro consumismo.

También en esto le doy la razón, pero le llevo a una posición de necesidad, cuando no estas bien económicamente la vida se hace difícil en todos los sentidos y tienes que contrarrestarla, buscar alternativas. Cuando coges el autobús o el metro varias veces al día, tienes que andar lo que no está escrito, pierdes oportunidades de trabajo y porque no, de ligar. Te cuestionas el comprar un vehículo de segunda mano y los números salen, aunque es verdad que son ajustados. Lo más complejo quizás sea, explicar que, cuando el trabajo es duro, necesitas recuperar energías positivas que te permitan asumir la vida y justificar el por qué de ese trabajo ingrato. Tienes que abrirte al optimismo y poner de tu parte.

- Hace dos meses murió mi hija mayor, Leonor, me dice sorpresivamente y de forma sosegada, me impacta, me coge desprevenido y no acierto a decir nada, le miro solo con gesto triste. - Toda su vida la pasó sacrificada, nunca tuvo una situación cómoda o confortable, se casó joven, enamorada, con un hombre joven y también enamorado, pero pobre.

A todo esto, pienso, que comenzó queriéndome ayudar y es él quien está necesitado de ayuda.

Le pido que me acompañe a una mesa en el exterior y se viene conmigo, nos vamos a un extremo de la terraza, pido por los dos, quiero darle la oportunidad de desahogarse.

Me cuenta que Leonor era una niña frágil pero viva y entusiasta, tenía ilusión de vivir y aunque, creció sin conseguir ninguno de sus deseos, le sobraba optimismo y a todo le buscaba su parte buena. Era el alma de la casa, le sobraba energía para apoyar a su madre, ilusionar a sus dos hermanas y soñar que todo cambiaría para mejor.

Se casó con el primer novio que tuvo, lo hizo a sabiendas de que no les resultaría fácil vivir los dos con tan poco, pero ya venía aprendida de eso. Los hijos vienen por amor y no por cuestiones matemáticas, también tuvo tres hijas.

Tenía sólo cuarenta y cinco años, una enfermedad de las de verdad la sorprendió sin darle tiempo casi de despedirse de todos los suyos.

Ahora toda la familia sigue malviviendo, pero con el grave agravante de que no tienen quién les haga fácil el sobrellevar una vida tan dura.

Ha terminado llorando y poco consuelo he podido darle, me han faltado palabras y capacidad para conseguirlo.

He vuelto a casa lleno de congoja, al fondo en la terraza está Bruno esperándome, ha comenzado a dar saltos de alegría, le tengo muy solo. He corrido para reunirme con él, se me ha echado encima y casi me tira al perder el equilibrio, es tan grandote y pesado, me siento en el suelo y le doy cobijo, me ocupa por todas partes.

Me he puesto a hablar con él, le he contado lo de Juan y su hija Leonor, he entrado en detalles como si pudiera entenderme, también yo necesitaba desahogarme. Bruno, está encantado con mi historia, hace giros con los ojos como si quisiera explicarse o darme a entender que me entiende.

He reflexionado mucho desde el bar hasta casa, he valorado todo cuanto tengo y ahora, no me siento bien conmigo mismo.

Antes dije que mi trabajo es duro y mi vida…  ¡Vamos hombre!.


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