Debo llevar quince años sin poder cerrar los ojos por las noches y aunque suene a exageración por lo general siempre sucede igual. Con cuatro horas de sueño al día me basta. Dejé de dormir cuando mi abuela reventó en la pieza de mi madre, cuando dormían juntas por obligación. Mi abuela decidió dejar de comer porque siempre decía lo mismo: la comida es para los jóvenes, a mí me toca esperar la maldita y lenta muerte. Una noche en la que me quedé estudiando hasta tarde vi una luz suave sobre el cuerpo de mi abuela. Supongo que era su alma que se despedía recordando buenos momentos. A ratos mi cuerpo se dormía y podía sentir piernas delgadas corriendo de lado a lado, junto a un rostro sin forma que reía y lloraba al mismo tiempo. Al día siguiente me llamaron al colegio para darme la noticia de que habría un nuevo velorio en la familia. Había muerto la abuela como ella tanto quería y nunca más mis pestañas se volverían a cerrar. Pasé todo ese día de lágrimas escuchando a King Crimson y Grateful Dead.
Era una mujer bastante extraña o quizás se volvió así con los años. Fue pinochetista y machista desde que la recuerdo, pero como en esos años no entendía muy bien esos conceptos yo la quería sin cuestionarme las cosas. Era una mujer a la antigua y siempre dijo que su nieto favorito era yo, quizás porque era el más dócil y jovencito. Siempre emitía comentarios en contra de mi madre y lo hacía a pesar de haber sido su única hija, que además la recogió para que pasara sus últimos años con dignidad. Le parecía bastante normal y siempre lo remarcaba: mis hijos tienen cargos importantes y por eso no pueden cuidar a esta vieja, lamentablemente ese es tu trabajo hija querida. A mí me eligió por sobre mis hermanos y a mi madre siempre la comparó, la clasificó por su género. Creo que lo bueno de su muerte es que hubiera pasado muchas rabias en estos días de revueltas sociales lideradas por el feminismo. Sus métodos eran selectivos pero supongo que no es tiempo de cuestionar sus formas de vivir, sobre todo pensando que es un cadáver que me visita todas las noches con cierta intención que aún no descubro. Quizás todavía no sabe que está muerta.
Le agradezco mi infancia, sobre todo cuando me hacía pasar horas viendo conciertos de música clásica y tomar té cargado. En esos momentos en los que podía ingresar en su habitación me fijaba en los detalles macabros, en sus hobbies desquiciados, como el de pegar fotos de animales en la muralla y obligar a la mascota de la casa a dormir junto a ella desde las diez de la noche en adelante. Se levantaba todos los días a las cinco de la madrugada y se ponía a barrer la pieza con la luz apagada. Gritaba como una esquizofrenia diversos insultos que me asustaban. La escuchaba cada mañana al desayunar, justo antes de irme a clases. A veces cuando tengo pesadillas siento que esos gritos revivieran en mi consciencia y me trataran de dar un mensaje, una búsqueda o la intención de aliviar algo que no alcanzó a madurar en su mente antes de fallecer. Siento que no se dio cuenta que murió y sigue penando en las madrugadas de apnea.
Desde ese día no puedo dejar de ver luces tenebrosas en cada puerta de mi casa, siento gritos de animales siendo aprisionados y la respiración fría - desgarradora - de un alma que me visita todas las noches para no sentirse lo suficientemente sola o quizás solo quiere entretenerse conmigo y mis fracasos. Siempre que tengo pesadillas sobre ella son en una habitación muy grande y fría, tan blanca como dicen que debería ser el Paraiso. La busco dentro de un ambiente desolador, entre artilugios de brujería indígenas y finalmente la encuentro tumbada bajo varias frazadas, de manera idéntica a cuando la veía tomar la siesta por las tardes: sudorosa y atormentada.
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