La madre de Otilia permanece en el sillón, sin expresión alguna, pero con lágrimas rodando sobre su rígido rostro. Otila la ve con atención, esperando a que explote.
-Otilia –profirió con la voz ronca- no soy capaz de entrar a ese cuarto –poco a poco, su voz se fue haciendo más débil y sollozaba- ¿Sería mucho pedir que entres tú y recojas sus pertenencias?
-¿Qué harás con ellas? –preguntó con curiosidad, pero con temor a la respuesta.
-No lo sé –confesó- quizás las tire, las done, no sé –hizo una larga pausa para permitirse llorar- Sólo no soy capaz de saber que su habitación permanece igual.
Otilia quiso decirle que tirar las pertenencias de Elvira era algo cruel y que al menos ella no estaba de acuerdo con eso, pero no era momento para entrar en discusión con su dolida madre.
Otilia abrazó a su mamá hasta que se quedó dormida entre sus brazos, para ese momento eran como las ocho de la noche. Con delicadeza la recostó en el sillón y se dirigió al cuarto de Elvira. Encendió la luz y la escena no era nada del otro mundo, era una habitación desastrosa, con ropa revuelta por todo el suelo, con la cama deshecha, zapatos impares por todos lados. Cuánto se enojó con Elvira por ser una adolescente tan desordenada.
Primero se dedicó a tender la cama, después tomó las prendas del suelo y las dobló así despidieran olor a suciedad. Cada tanto, se detenía a observar la ropa, la mayoría se la había regalado ella. Pensar que no la volvería a ver con nada de eso puesto, la puso al borde de las lágrimas. Dejó la ropa para recoger los zapatos y organizarlos, no podía creer que Elvira amara tanto unos converse todos desgastados y sucios y despreciara unos hermosos flats que ella misma le había regalado también. “No combinan con nada”, se justificaba su hermana.
Tomó toda la ropa del armario y la echó dentro de una bolsa negra, no tenía más ánimos de doblar cada prenda. Los discos y libros de la estantería –probablemente el único lugar organizado- los puso en una caja. Ahí mismo había un montón de libretas, Elvira era una dedicada escritora y amaba hacerlo a mano. Cuando encontró su diario entre todo el papelero, se sentó en la cama, sabía que leerlo iba a ser duro. Estaba casi nuevo, sólo un par de páginas tenían la preciosa caligrafía de su hermana.
“Querido Diario:
Me voy a dirigir a ti de esa manera ya que no me siento capaz de ponerle un nombre a algo más.
En fin, me presento, Mi nombre es Elvira y me queda un mes con 18 años. No sé si quiero llegar a los 19, pero todo será cuestión del comportamiento de mi mente en los próximos días. Ya te habrás percatado de que a lo mejor no soy normalita y que más de una cosa desequilibra mi mente. Pues sí, por cinco años la depresión se ha ido impregnando en mi ser de una forma lenta y dolorosa. Ahora mismo estoy en un punto donde tan poco me importa mi alrededor que la idea de continuar con vida no es atractiva. Ya no son las tristezas ni los traumas, simplemente la existencia no es lo mío,
Desearía que lo malo fuera tan efímero como lo bueno.
No hace mucho intenté reconciliarme con la vida, pero no funcionó. Ella no me aceptará hasta que nos perdonemos, ni haremos las pases porque no somos compatibles. Nunca lo fuimos, pero hace muchos años eso no me importaba ni lo resentía. De hecho hemos terminado tan mal que siento que es hora de pasar al otro plano, ¿sabes a lo que me refiero? Últimamente la idea del suicidio me ronda muchísimo, pero no quiero hablar de ello ahora. En realidad, no quiero hablar de nada, estoy harta de la misma cantaleta y de mis fallidos intentos por ayudarme. No sé si haya esperanza, pero en definitiva, personas como yo no deberían existir.
No te voy a mentir, a veces quisiera valorar un poco más mi vida. Quiero decir, hay gente pasándola peor o que ha vivido experiencias fuertes; yo sólo soy una puta niña rezagada, abandonada y denigrada por su propio padre como si nada. Sólo alguien débil porque no puedo superar ni perdonar.
No sé hacerlo, ni sé si quiero aprender. No siento que pueda perdonarme a mí misma por tanto daño, menos a terceros. Lo único que sé con certeza es que no quiero existir mucho más, me quiero morir para encontrar la paz que en vida no he encontrado.
Mi alma y mi mente están cansadas.
He perdido la fe y la esperanza.
He perdido todo el amor por las cosas que solía amar”
Ahí culminaba el escrito. Elvira se había suicidado unos tres días después de haberlo redactado.
Otilia abrazó el diario y se recostó en la cama para darse rienda suelta llorando. ¿Cómo iba a encontrar consuelo? ¿Cómo no pudo notar lo dura que era la vida para su hermana? ¿Por qué no la tomó más en serio?
-Elvira, perdóname –sollozó- Elvira perdóname, perdóname.
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