Todo se paga

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Mi nombre es Marco Sepúlveda, tengo 31 años y lamento haber sido una mierda de persona. La crianza solitaria y mi egoísmo. Esos elementos construyen a la persona que destruyó la infancia de los demás. Ahora tengo hijos porque el camino me hizo cambiar, sobre todo los dichos del abuelo vagabundo que cada viernes por la tarde me decía la misma frase: debes ser un buen niño porque los errores siempre se pagan en vida.


Mi infancia la pasé con diversos beneficios económicos y de eso siempre me sentí afortunado a pesar de ser un niño abandonado. A mediados de los años noventa me enteré de mi procedencia, una especie de perrera de niños donde me compraron. El hombre que se hizo cargo de mí tomó esa decisión para que la empresa en la que trabajaba no sospecharan de su homosexualidad, un tema que los gerentes de ultraderecha nunca hubieran permitido.


Pasaba los días de mi infancia bastante solo, me subía al techo de la casa y fumaba tabaco desde los seis años. A veces veía revistas pornográficas que le robaba a mis compañeros de clase y tomaba tapitas de Whisky al llegar a la casa. Corría por el patio mientras la asesora del hogar Julita me perseguía por todos lados. Ella es la única mujer a la que le puedo agradecer, hizo que pasara buenos momentos mientras estaba en casa, pero cuando iba a clases parece que toda mi rabia se manifestaba. La ansiedad del abandono siempre la sufrían los más débiles.


Tenía una compañera sorda que le quitaba el cuaderno que ocupaba para comunicarse, le dibujaba diferentes tipos de penes para que todos se burlaran de ella. Al más mateo del curso lo desnudaba y lo obligaba a correr por la cancha del colegio, así lo podían apreciar desde todos los cursos. Mi rabia no tenía limites ni había algo que lo pudiera detener. Fui creciendo y por algo natural me convertí en amigo de los bandidos, los matones, las futuras lacras de la sociedad. Todo se acabó el día que fui detenido por robar un par de pantalones y pase don noches en la cárcel. Ese día decidí que todo mi futuro cambiaría, prometí olvidar toda esa etapa oscura donde a diario ejercía diferentes grados de abusos a los indefensos.


Hoy me llamaron de la escuela de mi hijo porque unos niños le habían roto el brazo por ser anti social, por no simpatizar con la mayoría, por ser el distinto de la clase. Tomaron su comic y lo rompieron en mil partes mientras lloraba. Hablé con el inspector y me dijo que desde algunas semanas lo venían persiguiendo un par de alumnos de un grado superior que ya fueron expulsados del establecimiento. No sabía que podía decirle a mi hijo, sentía como si mis pecados los estuviera pagando la única persona que he amado realmente en mi vida. Volvían los recuerdos a mi mente, esos que quise borrar para siempre, y al llegar a la casa había una carta junto al vidrio de entrada. El abuelo vagabundo que me daba consejos todos los viernes había muerto de hipotermia la noche anterior, en la carta decía que era mi padre y que siempre se arrepintió de sus actos. Me regaló para darme un futuro mejor y trató todas las semanas de pagarme su falta con un buen consejo: debes ser un buen niño porque los errores siempre se pagan en vida.


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