Tu Voz es Fea

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TU VOZ ES FEA

Cuando despertó, se calzó las zapatillas y se dirigió al baño con urgencia. Un chorro amarillento tintó el fondo del váter durante aproximadamente un minuto. Luego el hombre tiró de la cisterna y se acercó al espejo, abrió la alacena de la izquierda y después se cepilló los dientes pausadamente, evitando mirar la superficie pulida mientras pensaba, “Espejito, espejito, quién es el hombre más feo del reino? ¿Yo?

            Acto seguido se enjuagó, enderezando la espalda y observando las grietas del techo. El aseo terminado, tomó fuerzas una vez más y encaró el espejo, deseando que la belleza se le hubiese arrimado a la cara durante el sueño. Habría que resignarse. No sabía exactamente cuál era el canon de belleza contemporáneo pero lo que sí sabía es que él no lo representaba. ¿Cansado de ser gordo y feo? ¡Sea sólo feo! GIMNASIO HÉRCULES.

Unas piernas delgadas y pálidas sin pelo coronadas por una tripa peluda. Una cara, espejo del alma le dicen. Pues el alma estaba bonita también. Y de nuevo poco pelo adornando los laterales de su cráneo. Bueno, al menos tenía cierta harmonía su cuerpo. Piernas sin pelo, tronco peludo y otra vez falta de pelo. Pero suponía que eso no ayudaba. Era consciente de su apariencia, sin dudas, no había más que salir a la calle y observar cómo gente desconocida le miraba fijamente, a veces con una sonrisa o codazos a los acompañantes pero que no se perdiesen el espectáculo gratuito que el azar les había proporcionado.

           Aun así, dentro de lo malo, no se podía quejar. Su contacto social, sin embargo, era incompleto, es decir, hablaba con muchas personas todas las noches en el trabajo pero no era necesario tenerlas justo al lado ni establecer contacto visual. Trabajaba en la radio. Horario nocturno.

           Comió frugalmente, como un hindú de esos que bajo la higuera encuentran la sabiduría. De hecho, se había interesado recientemente por el saber oriental, encontrando beneficios muy positivos para su cuerpo y, en especial, para su mente. Después del trabajo, hacia las 4 de la madrugada, encendería el reproductor de música, se sentaría en el suelo cruzando las piernas y trataría de disociarse de su cuerpo. También encontró en el conocimiento un refugio. Lo que más le interesaba eran las historias de batallas navales y la psicología. Fascinantes ambos.

           En la radio dirigía un programa centrado en la atención a oyentes que llamaban para desahogarse y escuchar algún consejo o palabras amables. Era en el estudio dónde se sentía más realizado. Su voz, de barítono, (lo único propio de lo que estaba orgulloso) y su instrucción amplia en temas variados, le permitían manejar conversaciones con maestría. El jefe estaba orgulloso de su empleado y se lo hacía ver invitándole a cenar periódicamente a un restaurante tailandés del centro de la ciudad. Los estudios de audiencia no engañaban, el éxito del programa era evidente, y el número de oyentes se incrementaba cada año.

           No había sido afortunado en el amor por razones obvias, pero la virginidad hacía tiempo que le era desconocida. Una mujer. Eso era lo que le hacía falta para completar su existencia. Un hombro sobre el que descansar y confiar sus secretos. 

           Un día, tras salir del estudio de madrugada, se dispuso a regresar a casa. Las calles estaban desiertas, por lo que los sonidos de tacones detrás de su espalda sonaban como herraduras de caballo sobre el pavimento. Aceleró el paso y el ruido de tacones se hizo también cada vez más continuo. Cuando llegó al portal del edificio se detuvo y pudo ver cómo una mujer se acercaba con la respiración un tanto entrecortada. Cuando estuvo a su altura, la mujer le miró directamente a los ojos y dijo:

.”Me encanta tu programa, tu voz es fea pero te quiero”

 


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