[...el cuerpo del payaso fue aventado hacia el otro extremo del cuarto...]
Martin despertó agitado en la mañana, Ylliw no estaba a su lado, se sentó y se dio cuenta de que la camiseta que usaba para dormir estaba empapada en sudor, recordó partes de su sueño y quitándose el pijama se levantó presuroso a buscar a Ylliw, estaba tirado junto a la puerta, con el rostro hacia abajo, brillantes imágenes del sueño le parpadeaban en la mente. Sus pequeñas manos se detuvieron antes de tocar al payaso, tenía miedo de lo que pudiera ver. Tomó con la mano derecha la cabeza de Ylliw y con la izquierda el torso, lo volteó con gran cuidado, como si de un recién nacido se tratara y su rostro se deformó de espanto al ver un corte junto a la boca de su muñeco, tembló y miró en todas direcciones, lo acercó a su cuello con el brazo derecho y llegó a la cama de dos brincos como si fuera el único lugar seguro entre tanta locura. Al sentarse con las piernas flectadas sobre el colchón sintió un malestar en el muslo y cuando levantó el ancho y corto pantalón vio dos rasguños de unos 4 cms en su piel, tuvo la seguridad de que eran marcas de garras. Vio al muñeco con los ojos conmovidos y una ola de compasión lo embargó, los ojos de botón de Ylliw permanecían oscuros e infinitos frente a los de Martin. De tres brincos más salió de la habitación hacia el cuarto de su madre, como un zorro, ágil y silencioso; volvió con el costurero. Buscó y tomó la aguja más fina, pensó que para que no le doliera tanto a su amigo, estaba muy nervioso pues su mamá siempre le había dicho que los niños no deben usar agujas sin sus papás y nunca antes había ocupado una, pero esa era una verdadera emergencia, su héroe estaba herido y debía ayudarlo. Demoró varios minutos en enhebrar dicha aguja, el hilo debía ser blanco como la cabeza de Ylliw y le encantó ver que estaba nuevo y casi resplandecía como el mismísimo rostro del payaso por las noches, sonriendo y luego con la lengua tensa asomándose por comisura de la boca, comenzó la dura tarea de cerrar la herida. Aún muy lejos de quedar perfecto, se sentía orgulloso de su trabajo, que por suerte para él, quedaba medio oculto tras la corbata de lazo. Por momentos, la pierna de picaba y ardía, se lavó con agua y jabón para quitar las malvadas bacterias monstruosas que de seguro el acechador nocturno le había pegado y cuando volvió a su cuarto, Ylliw estaba en una posición distinta a como lo había dejado. Ya estaba mucho más tranquilo así que esa vez caminó en vez de saltar y se sentó junto a su payaso. Se disculpó por las puntadas y le pasó un espejo para que se viera, entonces Ylliw sí se movió en esa ocasión, tímido, se miró al espejo y agradeció al niño por su trabajo.
Aquella fue sólo la primera de muchas suturas a lo largo de los años, Martin podía dormir todas las noches y cada mañana tenía recuerdos de sueños fantásticos de los que rara vez hablaba, el monstruo acechador nocturno fue vencido y eventualmente con el correr del tiempo fueron apareciendo otros distintos a los que Ylliw siempre se enfrentaba con valentía y aunque a veces terminara herido, Martin nunca volvió a estarlo; hasta que finalmente, los monstruos dejaron de llegar y lo dejaron crecer y dormir en paz, aún hablaba con su payaso por las noches antes de dormir y ya no eran monólogos, sino largas conversaciones sobre el día o recuerdos de viejas batallas. Algunos años más tarde, Ylliw volvió a su mutismo del inicio y ya no hubo más conversaciones ni monólogos, simplemente pasa su jubilación en el mismo cuarto de siempre, sobre la cama o sobre una silla y aunque no haya más charlas ni luchas, cada mañana, Martin aún le dedica una cálida sonrisa, cargada de gratitud y nostalgia.
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