Franco, el gato

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Ahí estábamos nosotros, sentados viéndonos a los ojos con cierta frialdad y altanería.

-No te soporto más.

-Ni yo a ti –coincidí. Era gracioso que, aun sin amor, siguiéramos pensando lo mismo.

-¿Lo dices tú o lo digo yo? –retó y no perdí la oportunidad.

-Terminemos –dije sin vacilar. Días atrás sólo pensarlo me hacía llorar sin consuelo.

-Bien, yo me llevo la loza que nos regaló mi madre –“bruja” pensé.

-Adelante, yo me quedo con la recámara que nos dieron mis papás.

-Voy a vender la cocina.

-Ok, yo donaré los anticuados muebles de la sala.

 

De pronto Franco, el gato que compartíamos, saltó sobre la mesa que nos separaba y a la cual ya le había dictado sentencia. El animal se echó y se relamió las patitas, totalmente ajeno a lo que nosotros hablábamos.

 

-Yo me llevo a Franco –dijimos al unísono. Entré en pánico.

-Ah no, yo fui quién lo trajo a casa –profirió ansioso.

-Lo habrás traído pero yo soy quién se hace responsable de él

-Yo lo lleve a esterilizar.

-Yo lo cuidé en su proceso de recuperación.

-Yo lo bañaba

-¡Un par de veces nada más! –alcé la voz. Franco se sobresaltó.

-Sonia, me voy a llevar al gato –sentenció después de un largo silencio.

-Ulric, maldito noruego, yo me voy a quedar con Franco.

 

Franco se reincorporó para sentarse en medio de la mesa. Bostezó fuerte y luego, como cosa de magia, nos volteó a ver a los dos. A lo mejor Franco no era tan ajeno a lo que sucedía entre Ulric y yo.

 

-Se quiere ir conmigo –habló él. Lo miré con enojo.

-Franco ni notara tu ausencia cuando me lo lleve –“pero yo sí”, pensé.

-Hay que turnárnoslo –sugirió, no me pareció tan descabellada la idea.

-¿Semana y semana? –estiré la manos en su dirección, él la estrecho conforme.

-Trato.

Pasamos un par de horas más en el departamento haciendo nuestras primeras maletas, por lo menos yo, vendría por más cosas. Yo me llevaría a Franco esta semana, así que lo tomé entre mis brazos cuando ambos salimos. El gato se mantuvo quieto hasta que salimos a la calle, pronto sacó sus garras y lo solté. Franco corrió.

-¡Joder Sonia! Lo soltaste.

-¡No me digas! Me clavó las uñas.

Ulric corrió y yo salí tras él. Trazamos unas cuantas cuadras y nos atravesamos a un par de autos hasta que dimos con Franco. Estaba parado delante de una puerta y comenzó a maullar. Una viejecita atendió a su llamado y le colocó un collar.

-Esta es la última vez que te compro uno, Señor pelos.

Ambos quedamos atónitos con la escena, mi corazón se había roto sólo un poco más. La señora se percató de nuestras miradas y cargó al gato. Franco le lamió la mejilla.

-¿Puedo ayudarles?

-El gato…

-Su gato es muy bonito –acotó Ulric. Volteé a verlo con pánico, no quería dejarlo ir. A Franco.

-Es porque lo cuido muy bien –ese Franco sí que nos había traicionado- El Señor Pelos es un gato muy educado, ¿verdad?

Franco maulló. Y en ese maullido, Ulric y yo le dijimos adiós.


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