Ríe y ríe, frenética, enloquecedoramente junto a mi oído, jadea y me dice que lo haga, sin dudas ni planes, sin complicaciones ni temor a repercusiones, sin testigos ni cómplices, sin saber cómo ni por qué. Y salta y me empuja y me tira la ropa, sus ojos se desorbitan a ratos, sus pupilas están diminutas y su rostro apretado y con sudor. Me grita que lo haga y luego que continúe, que no me detenga hasta que su cuerpo no sea más que un bulto irreconocible en un gran charco de sangre, pero no puedo, y me detengo y miro lo que hice y es un desastre. Me agacho, no sé por qué y me tomo la cabeza con ambas manos y lloro y grito y me siento tonto; él me grita, me dice que me calle aunque él gritó durante todo el ataque y no sé cómo no llegaron los enfermeros. Ya es el décimo, encierran siempre al peor conmigo pero éste es el último, yo lo prometí aunque él se enojara, que ya no lo haría más, yo lo prometo y ellos me creen, los decepciono siempre pero ellos me traen compañeros de todos modos, pero ya no faltaré a mi palabra nunca más. Él está enojado ahora, me da la espalda y no me habla porque me detuve antes de terminar, por alguna razón no pude seguir, no tuve fuerza y me gritaba que siguiera; pero ahora... ahora no está, no lo veo, ¿se ha ido? ¿A dónde?, ¿cómo? Escucho a los enfermeros en el pasillo y retrocedo en cuclillas hasta el rincón junto a mi cama y ellos entran y miran el cuerpo pero no a mí, a mí para qué, es historia vieja. Y uno dice: el último gran criminal del sanatorio; y el segundo le responde: ¿quién lo habría imaginado? y se sonríen y ahora sí me miran pero sin expresión alguna, echan una mirada al resto del cuarto y recogen el cuerpo, le echo una última ojeada como despedida y de pronto su cara se me vuelve más familiar que la última vez y lo sigo observando mientras lo levantan hasta que choco con mis propios ojos fríos, inertes, doloridos y con leves dejos de cordura apenas perceptibles. No puedo respirar, me quedo mirándome por breves segundos, con pena y a la vez orgullo, con vértigo y ansiedad, y entonces se lo llevan, me llevan, los sigo hasta el umbral mientras avanzan por el pasillo con mi cuerpo degollado bajo la sabana y me digo: que lástima, llevo los pies sucios.
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