Los pequeños invasores.

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Estoy en la siesta, a duermevelas, no quiero dormirme, es un estado especial de abandono plácido próximo al proceso onírico, de pronto surge ante mi sorpresivamente un ser pequeño, mejor dicho una niña mujer, pero de tamaño reducido, no debe medir más de cincuenta centímetros, que me mira con un descaro tremendo y me suelta, sin más,

- Vaya, al fin despertarte, perezoso

La miro con ojos desorbitados y ella ríe, 

- Volvemos a empezar otra vez, se dice asimisma con resignación.

No puedo convencerme de que es un sueño, porque está frente a mí, subida en el descalzador junto a la cama. Su cara expresa ahora cierto desánimo, a la vez que repite,

- Volver a empezar, vale. Y sigue,

- Sí, soy de carne y hueso como tú, pero en chiquita.

Tiene el hablar revenido de los jóvenes malcriados.

Mientras levanto la cabeza apoyándome en el brazo no dejo de mirarla y observarla con detenimiento. Está bien proporcionada pero en pequeño, tiene pelo rojizo, cara pecosa y boca generosa, risueña y con picardía. El resto es normal, sólo que reducido. Está en esa edad peculiar de la adolescencia, catorce o quince años, por ahí debe andar.

- No voy a pasarme toda la tarde en explicaciones, sabes

Me lo dice sin perder la soltura (diría echada para adelante), enterada, vamos.

- Pues sí que tendrás que explicarte, sobretodo porque estás en mi casa y en mi habitación.

Debería poner un tono severo, con autoridad, pero no me sale, estoy demasiado perplejo.

- En eso tienes razón, mira, me contesta.

Es, en verdad descarada, no es forma de hablar en su posición de invasora, pero ella parece que es así.

- Empezaré… La historia que me cuenta a partir de este momento no puede ser más fantástica.

Es de un pueblo tan viejo como el nuestro, que vive escondido y sin dar muestras de su existencia porque mal les habría ido, dado que son pequeños y nosotros abusones por naturaleza. 

No quiere darme más información para no poner a su pueblo en problemas.

No pierdo detalle, incluso me permito tocarla con el dedo (poniéndole con ello un gesto de prevención), para comprobar que es realmente física y no una visión fantasmagórica. Pero, es lo que es, aunque no me dé crédito a mí mismo.

- ¿Y cómo te has atrevido tú?, le pregunto dándome por convencido.

- Yo, para nada, son cosas de mi gente, bueno, de mi padre que es anárquico. 

Ya no quepo en mí de sorprendido y me surge espontáneo,

- ¿Y dónde están? 

- Afuera, esperando tu reacción y bienvenida

- Bienvenida, repito con marcada sorna.

- A vosotros os encantamos, lo sabemos. No es la primera vez, con ésta van cuatro.

Lo primero que se me ocurre entonces es,

- ¿Cuántos sois?, hay cierta alarma en mis palabras y ella lo capta.

- Somos pocos, hombre. Sólo seis.

- ¿Los voy a conocer ahora, entonces?. Digo en un susurro.

- Si estás preparado, por supuesto. Afirma con seguridad.

- Preparado, no sé si es la palabra, digo mantenimiento mis dudas al respecto. 

En éstas, pone los dedos en los labios y suelta un silbido breve.

Se abre la puerta de la habitación y comienzan a entrar, todos traen la cara sonriente pero la actitud es prudente e insegura.

Sentado en la cama observo como se colocan y ocupan todo mi frente. Son: un matrimonio mayor, los “abuelos”, de unos sesenta años y de menor estatura, los “padres” de unos cuarenta y algo años, de aspecto sano y tamaño de la niña, y el mayor de los hermanos, de unos dieciocho años,  más alto, guapo y actitud más distante y menos comprometida.

- Perdone la intromisión, comienza a decir con voz segura el padre, encontrándome aún en estado de shock.

Entra en mayor detalles que la niña, pero sin comprometer a su pueblo. Me señala aunque ya lo dijo su hija, que les trajo su inconformidad, no estaba de acuerdo en mantenerse oculto mientras nosotros aprovechábamos todas las oportunidades del planeta. Había convencido a los suyos y se plantaron aquí sin más.

Han pasado tres experiencias anteriores no positivas, porque no calcularon bien las expectativas y fallaron, me aclara y prosigue, 

- Ahora, sin embargo, estamos convencidos de que será un éxito, lo dice con seguridad y el resto de su familia se reafirma con él. Después continúa muy pendiente de mis gestos.

- Sabemos, mucho de usted, de sus gustos, que no tiene familia y pensamos que seremos perfectos para usted (habla respetuoso, no como la niña). Nos ocuparemos de que no se aburra y sobretodo de que sea feliz.

Me quedo dubitativo, sigo todavía confuso, no soy capaz de valorar la exigencia que comporta incorporar, así por las buenas, a toda una familia en mi casa y de tanta peculiaridad, además.

- Señor, por nosotros no debe preocuparse, no molestaremos y podemos ayudarle en muchas cosas, me lo dice el abuelo. Su cara llama a la confianza y sus palabras transmiten seguridad. La abuela hace gestos de afirmación, pero no dice nada.

- Mandamos a la niña porque ella sabe cómo entrar, tiene desparpajo como ha visto. Se justifica la madre mientras la mira con devoción.

- No sé si estoy preparado, incluso si tengo capacidad, comienzo a decir invadido por las dudas. 

- Estaremos un tiempo a prueba, si resulta satisfactorio para todos nos quedamos, si no, pues volvemos a marcharnos y como si nada. Me indica solemne el padre, dando por descontado que son bien recibidos y en realidad lo son, no tengo capacidad alguna para negarles techo a esta singular familia.

Vivir con la familia Amau no resulta fácil, debo aceptarles como son y esto no es cuestión menor, son tremendamente peculiares. 

Los abuelos (Ari y Oua) y padres (Asi y Aas) constituyen un equipo perfectamente integrado y supeditados entre sí. Están siempre juntos y realizan sus labores de forma participada y coordinada. Sus movimientos y gestos van acompañados de vocablos en su idioma, constituido en su mayoría por una amplia gama de monosílabos con tonalidades y giros diferentes para decir cosas distintas o acentuarlas. No dejan de hablar, de moverse y de realizar las cosas más variadas en una casi perfecta sintonía. 

En sólo unos días han modificado la fisonomía de mi vivienda, todo ha bajado un nivel o dos, las cosas situadas en una altura inadecuada para ellos ha caído a un posición más apropiada. El suelo comienza a estar ocupado en sus zonas laterales por utensilios, enseres y todo aquello que puede tener un uso mas o menos inmediato. 

Me sorprende su falta de pudor, se manifiestan plenamente desinhibidos, actúan con una naturalidad sorprendente sin cohibirse en nada. Juntos realizan todas sus necesidades sin que ello les condicione en lo más mínimo. Se visten por protección y puede que incluso por guardar las formas conmigo, pero no se recatan y proceden como si tal cosa, sin limitaciones. 

Se alimentan sin orden, todos colaboran pero comen de uno en uno, de tal forma que no hacen guisos o platos comunes, se respetan sus gustos y colaboran para satisfacerse mutuamente. Practican sexo de forma natural sin complicaciones, se buscan y acoplan en los momentos mas imprevistos y estando juntos, sin que para los otros suponga inconveniente alguno, en ocasiones incluso lo hacen simultáneamente por motivación. 


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