El rato de la tarde.
[ ] Era la mayoría de los lunes, cuando no algún otro día de la semana, llegada la hora del mediodía cuando me esperaba en su departamento de soltero. Él se llamaba Claudio, 20 años mayor que yo. Su sensualidad, su trato, sus manos y su boca invitaban a sumergirme en un mundo nuevo. La primera vez me lleno de mimos y besos, esos que son casi tan molestos como placenteros, esos que hacía tanto o quizás nunca había recibido o tal vez esos que no había sabido sentir. Los primeros encuentros fueron así, predominaba la dulzura de Claudio, dejándome casi sin reacción ante tamaño hombre y cuando hablo de tamaño me refiero a la inmensidad de las sensaciones que comenzaba a despertar en mí.
El rato de la tarde era, sin dudas, el momento ideal, el insospechado, en el que me escapaba de la rutina de mi vida de casada para verlo. El nunca decía que no y a mí me invadía una mezcla de ansias que me conectaba con mis más desconocidas sensaciones, esas que eran tan lascivas y que yo había sabido guardar u ocultar durante largos años.
El supo explorar en mi placeres únicos, hasta encontrar el punto más oscuro de mi pasión.
Esa tarde, una de las tantas, cuando llegue, abrió la puerta tenía puesto el pantalón de vestir y una camisa blanca, al verlo mi mirada lo recorrido de arriba a abajo, esa camisa le quedaba muy sensual. Me saludo fundiéndose en mi boca y tomándome de la cintura, deslizando sus manos hacia mis nalgas. Agarro el bolso que llevaba colgado en mi hombro y lo coloco sobre la silla, desabrocho mi campera y me la saco despacio, poniéndola en el respaldo de la misma.
Me quedé expectante y volvió a besarme, me tomó suavemente y me acerco a la cama, quitándome la ropa que llevaba puesta. Me deje llevar.
Ahí me tenía frágil y desprotegida. Trataba de acostumbrarme a su forma de hacerlo, esa forma que al principio me daba miedo, pero a la vez despertaba una gran curiosidad en mí.
Era una manera diferente, nunca la había experimentado y fue así, como me vi despojada de mi ropa y expuesta a su deseo. Miré hacia un costado y vi sobre su mesa de noche el bálsamo lubricante. Supe lo que venia, pero mi inexperiencia en el tema hacía que me quedara quieta, y decidí dejarlo hacer; Fue entonces cuando una mezcla de nervios y miedo me invadió súbitamente. Sus dedos abrieron paso en mí, el bálsamo se sentía algo frio. Rogó que me relajara. Giré mi cabeza, lo miré y me dio tranquilidad su mirada cómplice y comprensiva, me dijo que me cuidaría. Continuó explorándome. Me pude relajar y comencé a sentir la penetrante sensación tan dolorosa que se iba transformando en placentera en su constante y excitante avance hacia mi interior.
Mis manos apretaron la almohada hasta que comencé a entender de qué iba la situación. Solo dependía de que me entregara al disfrute. Y así fue.
Ya ahora se intensificaban todas las sensaciones. No tenía ni quería escapatoria. El ya estaba en mí.
Parecía tener ávida experiencia en el tema y sin dudas eso es algo que yo agradecía.
Estuvo atento a mí, no me obligo a nada.
Ahora sus embestidas eran más fuertes y los gemidos que salían de mi boca aumentaban en intensidad. Nunca había gemido de esa forma yo, era algo que no pensaba, mi cuerpo se expresaba solo, mis manos retorcían el cojín que estaba sobre la cama y mi cara pegada contra el colchón hacia que sintiera el perfume de sus sabanas, donde sabia que su cuerpo reposaba a diario.
Su boca mordía mi oreja, su respiración se sentía en mi oído. Mi rostro que estaba sobre el colchón se desdibujaba de placer infinito.
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