MADERA, MERA MADERA
El día comienza y me ilumina el sol de la mañana progresivamente desde la cabeza hasta los pies. La noche se ha hecho larga de nuevo, como siempre. Una mujer se aproxima a mi derecha y abre una puerta. Dentro, las luces artificiales se encienden también, una luz anaranjada. Comienza a sonar una canción que me sé de memoria pero me encanta. Un estribillo pegadizo que activa los deseos de tirarlo la casa por la ventana y comprar sin ataduras hasta fundir la tarjeta de crédito.
En la acera de enfrente, un hombre emboinado y con bastón, avanza lentamente hasta la terraza. Se sienta, y cuando la camarera sale a su encuentro, el hombre murmura unas palabras y pasado un rato la camarera pelirroja vuelve y le pone delante una taza de café y dos churros en un platito ovalado. Estará en la terraza exactamente una hora. Luego se irá hasta el quiosco de la esquina, que no alcanzo a ver pero sé que va allí, puesto que luego vuelve con un periódico bajo el brazo. ¿A qué sabrán los churros?, me pregunto mientras una mosca se posa en mi antebrazo y no tengo fuerzas para apartarla. No es pereza, es que no tengo energías para agitarlo. Incluso pensar se me hace costoso.
Un barrendero hace lo propio. Una frutera comienza a sacar cajas afuera. Plátanos, naranjas, lechugas, limones, tomates, uvas y albaricoques. Que hermoso espectáculo colorido. Mis amigos y amigas, como yo, somos también muy coquetos y llevamos colores diferentes todas las semanas. Debo decir que es un poco vergonzoso, que a uno le vistan, digo. Te hace sentir como una auténtica mierda. Un inválido. Pero no puedo reaccionar. ¡Si pudiese!
Lo más incómodo es cuando alguna gente de la calle se me acerca y hace muecas de disgusto, evaluando sólo mi apariencia y no mi interior. Pero a quién no habrán juzgado superficialmente, que levante la mano si puede. Otros miran a mis compañeros y compañeras y me ignoran. Otra gente me mira inquisitiva. Pero cuando mejor me siento es cuando me miran de arriba abajo y se les dibuja una sonrisa. Esos son los mejores momentos porque me apartan de la inseguridad que siempre me ha acompañado. Siempre he sido bastante pasivo, me han manejado como han querido de aquí para allá. Pero hoy he decidido dar un paso, al menos es lo que me gustaría hacer.
Pasa la jornada sin especiales incidencias. Se apagan las luces, la música se disipa y nos quedamos solos una noche más. Si tan sólo pudiese dar un salto hacia adelante, un salto poderoso, contundente, que me liberase
(Y en la noche el silencio era ley hasta que un estruendo de cristales sonó en el escaparate de la tienda de ropa)
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