LA MADRASTRA

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Irene y la nueva pareja de su padre, Mónica, no simpatizaron desde un principio, desde que él las presentó en una cafetería un día que las reunió para que se conocieran. Pero la relación de ambas se enturbió mucho cuando Mónica fue a vivir con ellos. La convivencia fue de mal en peor. El hombre intentaba al principio mediar para poner paz entre ellas, pero al cabo de un tiempo renunció a intentarlo y dejó que se enfrentaran un día sí y otro también por cualquier diferencia de criterio sobre la casa y la vida. Por suerte para él, viajaba a menudo y se ausentaba un par de semanas al mes por motivos de trabajo. Cuando no iniciaba la disputa una, la iniciaba la otra. Ser casi de la misma edad (Irene 25 años, Mónica 30 años) no servía ni un ápice para que se comprendieran.

Un día en el que el hombre se encontraba ausente, de viaje, Irene le espetó a Mónica todo lo que pensaba de ella. Lo más bonito que le dijo fue "parásita y garrapata" porque llevaba casi un año en el paro, se permitía caprichos caros que su padre pagaba a gusto y no buscaba otro trabajo que no tuviese relación con su vocación de fotógrafa.

Al día siguiente, tras una noche de insomnio, Irene se despertó con la decisión de que ya estaba bien de guerra, que no se podía vivir de esa manera. Así que le compró algo que le gustaba mucho: un conjunto de ropa interior, el más caro que encontró en una tienda de lencería.

Cuando se lo entregó en casa, Mónica se quedó muy sorprendida y le preguntó por qué le hacía ese regalo.

- Ayer fui muy desagradable contigo, he reflexionado y pienso que no tengo derecho a tratarte mal. Acepta el regalo como si fuese fumar la pipa de la paz y póntelo para comprobar que te sienta bien.

- No tienes toda la culpa, tampoco yo me he esforzado en llevarnos bien. Espera, me pongo la ropa en la habitación y vuelvo.

Mónica salió del cuarto y regresó al cabo de cinco minutos, con braga y sujetador por toda prenda encima.

-¿Qué tal me ves? -le preguntó.

-Estás estupenda. Si fuese lesbiana te propondría sexo, te besaría y te lamería todo el cuerpo, sin dejarme ni un milímetro de piel. También metería la lengua en tus orificios.

- Lo mismo digo. No somos lesbianas, pero podemos intentarlo. Lo cierto es que tus palabras me han calentado.

Irene la abrazó y empezó a besarla en la boca poco a poco, con precaución, a modo de prueba. A las dos les gustó la sensación y se besaron con pasión.

Irene le quitó el sujetador, le acarició los pechos y le chupó los pezones. Luego se arrodillo, le bajó la braga, le frotó el pubis con una mano y le introdujo un par de dedos en la vagina cuando ella separó las piernas. Tenía bastante pelo en el pubis. 

-A tu padre le gusta así -explicó ella.

-Túmbate en el sofá boca abajo -le pidió Irene.

Mónica obedeció, Irene se arrodilló a sus pies, le separó las nalgas y le pasó la lengua entre ellas, provocando los gemidos de la pareja de su padre. Fue una hora de placer en el que Irene cumplió lo que le había dicho: besó, chupó, lamió todo su cuerpo y jugó con su lengua dentro de sus orificios. 

Cuando Irene terminó de hacerle disfrutar, Mónica se volvió cara arriba.

- Si no eres lesbiana, tienes muchas aptitudes para serlo -comentó- . Pero no temas, no se lo contaré a tu padre, será un secreto entre las dos.

Irene se levantó del sofá y empezó a desnudarse. Estaba tan excitada que esperaba recibir de Mónica tanto placer como ella le había dispensado.

- ¿Qué haces? -le preguntó Mónica.

- Desnudarme.

- No te hagas ilusiones, no soy una viciosa como tú. Si quieres te dejo un vibrador y te apañas sola en tu cama, conmigo no cuentes.

- ¡Eres asquerosa!.

Furiosa, Irene se fue a su habitación y cerró de un portazo. Desde alli oyó las carcajadas de Mónica, que para rematar la faena se acercó a su habitación, pegó la boca a la puerta y le dijo:

- Tu padre te lo anunciará, pero yo te lo adelanto. Nos casamos dentro de un par de meses. Espero que nos llevemos mejor como madre e hija que como hija y pareja de tu padre. 

- ¡Nunca, ¿me oyes bien?, nunca!.


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