Fue un día cualquiera de verano. Estábamos acostados en la cama, con cierta distancia entre nuestros cuerpos y viendo hacia el techo. La distancia comenzaba a quemarme, no era normal.
Eva hacia muecas, como siempre, pero esta vez me preocupaba como se veían, parecía que iba a soltar algo malo. Su cabello era corto, pero ya se notaba que iba creciendo. Crecía como mi amor por ella, lento y seguro. Una gota de sudor rodó por su frente, miles ya habían rodado por la mía, Eva me tenía nervioso desde antes de llegar a la cama. Cuando la recibí ni siquiera me besó, pasó de largo con el semblante serio, ni siquiera fue capaz de verme a los ojos.
-Hay algo que debo decirte.
-Dilo, puedes conf...
-Te engañé -interrumpió. Cualquier vestigio de calor desapareció de mi cuerpo, me helé por completo- Puedes dejarme ahora.
-No -articulé al borde de las lágrimas.
-Te estoy diciendo que te engañé. Además, me estoy fijando en alguien más.
-Quieres dejarme
-Pero no quiero perderte -confesó llorando. Cerró la distancia entre nosotros y la abracé, la abracé con todo mi amor como si no hubiese dicho nada. Bese su frente, sabía a sal.
-A mí vas a tenerme siempre -lloré con ella, pero todavía podía hacerme el fuerte.
-Lo sé, pero seguro que me odias ahora.
-Jamás.
-Pero te he fallado.
-Agradezco que tengas la confianza de decirlo, debió costarte mucho guardarlo.
Por la mirada de Eva, supe que ella no entendía mi reacción. Seguro ella esperaba que explotara y la terminara, eso buscaba. Pero yo no podía dejar a Eva, mi amor por ella era más grande que sus errores.
-Debemos terminar -dijo limpiando sus lágrimas.
-Si así lo quieres, está bien -contuve el llanto.
-Siempre serás el amor de mi vida.
-Y tú el mío.
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