Hubo un tiempo.PARTE 2

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Hubo un tiempo en el que cortejar a una mujer era algo por lo que te admiraban y no se consideraba una pérdida de tiempo o algo por lo que recibir burlas. Y cuando se regalaba una flor o se invitaba a cenar en un lugar romántico, para la mujer que lo aceptaba significaba algo de importante. Y no regalaba su tiempo a ningún otro hombre porque te respetaba a ti y a sí misma. Las mujeres y los hombres de aquellos tiempos no tenían miedo a estar solo y no aceptaban la compañía de cualquiera porque existía la dignidad. Y sin un adecuado cortejo hecho por miles de atenciones, un hombre no eras ni siquiera digno de mirar a una mujer. Y las mujeres se dejaban desear antes de ceder, y solo si lo merecías te concedían antes su corazón y luego el resto. Los hombres estaban orgullosos de las mujeres que tenían a su lado y no la habrían traicionado, engañado o desatendido nunca. Luchaban por la familia, y la protegían y la defendían para que no le faltara de nada. Y esto era un signo de amor. Porqué el bien, era sobre lo que se trabajaba y se construía la propia vida, como la honestidad, como la verdad, como la lealtad. Y eran los valores más hermosos que un hombre podía sentir y llevar dentro de sí, dentro de su corazón. Y las mujeres amaban cocinar y tener una casa limpia y ordenada, y dar una buena educación a sus hijos. Los acompañaban al colegio, les ayudaban a hacer las tareas, valoraban a los amigos con los que salían y, por la noche, después de una cierta hora, se debía estar en casa. Porqué en la casa era ellas que mandaban.

Hubo un tiempo en el que desayunar el domingo por la mañana en familia era motivo de gran felicidad y alegría, porque reunirse alrededor de una mesa era unión, era casa, era tradición. Y las tradiciones transmitidas por los ancianos eran importantes porque eran la base sobre la que se sostenía la familia, la amistad, las cosas reales de la vida. Y los ancianos se respetaban, se ayudaban, se escuchaban,  porque eran fuente de sabiduría.

Hubo un tiempo en el que no había rencores malvados dentro del alma hacia otras personas porque se sabía comprender, y perdonar, y tolerar, e incluso pedir perdón cuando era necesario. Y los hechos que podrían suceder, incluso los más duros, se arreglaban con un apretón de manos, porque existían los amigos, y la amistad era algo serio y no la oportunidad o la conveniencia del momento, como muchas veces lo es hoy. En aquellos tiempos, la amistad duraba toda la vida y un apretón de manos valía más que un contrato, porqué existía el honor y la palabra. Ese honor, y esa palabra, al que nadie habría faltado, porque exitista la vergüenza.

¡Ay!... hubo un tiempo en el que la vida nos pertenecía del mismo modo que nos pertenecían los sentimientos. Y la dignidad era tan importante para todos, que distinguía a las personas verdaderas de las mezquinas. Y llorar no era un signo de debilidad, era dar voz, a sensaciones y emociones o dolores que las palabras no podían expresar.

Hubo un tiempo que hoy es sólo un melancólico y triste, recuerdo, porque no volverá nunca más. Y aunque el hombre tendrá materialmente todo… será cada vez menos feliz como individuo. Y entonces nos acostumbraremos a una nueva era, falsa y mentirosa, insensible y vacía. Donde nadie piensa porque no es capaz y nada tiene valor. Y en un nuevo mundo, superficial y superfluo, pero sobre todo injusto. Lleno de personas que hablan mucho y no dicen nada. Y de gente nueva y no demasiado interesante, que valoran a una persona por lo que posee y no por lo que es.  Porque los valores que formaban a un hombre y a una mujer se han  desvanecido en el aire. Y estaremos siempre más distantes los unos de los otros, y más infelices, y menos satisfechos con la vida que llevamos. Y cuando llegará la hora, nos iremos en otro lugar, e inevitablemente nadie nos recordará más, porque habremos contribuido solo a construir un mundo peor. ¡Añoro cosas antiguas!

Y el alma pregunta.


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