Esa mañana todo lo que habían fantaseado durante tantos años se volvió realidad. Las palabras que tanto habían repetido en eternas conversaciones se habían silenciado. Sólo se escuchaba el latido acelerado de dos corazones nerviosos por ese primer encuentro. Algo torpe, comenzaron a besarse, pero sólo tardó instantes en perfeccionarse ese beso. Sin dudarlo, las suaves manos de ese hombre recorrieron el pecho agitado de Camila. Ella, ansiosamente levanto su vestido y él no tardo en posar los dedos sobre la ropa interior de su amante. Pudo apreciar a través de la tela lo mojada que estaba su compañera, corrió con dos dedos la vedetina negra que llevaba puesta Camila y comenzó a acariciar suavemente los labios de la vulva de arriba hacia abajo. Cada vez lo hacía tomando más ritmo. Esos dedos que Camila había imaginado tantas veces que la tocaran, que muchas más habían imitado su movimiento con sus propios dedos, hoy la masturbaban de verdad.
Ella sólo podía sentirlo a él. ¡Estaba extasiada de placer! Había perdido la noción del tiempo y del espacio. Todo a su alrededor se ralentizó. La gente que caminaba por la playa, los autos que circulaban por la avenida, los perros y las gaviotas, el ruido de la ciudad, todo eso desapareció. Ella sólo se concentró en su compañero, en los dedos de su compañero posados sobre su vagina, en esa boca que no dejaba de besarla ni aún para darle un respiro a sus gemidos. Camila cerró sus ojos y simplemente explotó de placer...
Segundos después, él acomodó la ropa interior húmeda de su compañera, le bajo el vestido que ella ansiosamente había levantado, cerró ese beso eterno en el que la había sumergido y se fue.
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