Desconocidos

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Por fin había terminado su rutina diaria y Camila se dirigía a casa a prepararse para su cita con ese hermoso hombre de ojos azules. Nerviosa por ese encuentro, se tomó todo su tiempo para alistarse. Pintó sus labios pensando en cómo besaría su cuello. Recogió su cabello de manera sutil, pero en el fondo sabía que sólo buscaba su comodidad. Incluso pintó las uñas de sus manos de color rojo brillante imaginándolas acariciar el miembro de su compañero. En su cabeza, la noche ya había iniciado, sus fantasías se habían liberado y su mojadez se hacía presente en su ropa interior. 

Había llegado la hora y todo a su alrededor se había dormido. Ellos, por el contrario, muy despiertos, se encontraban en la cama. En el silencio de la noche, él comenzó a besarla apasionadamente, mientras se iba acomodando encima de ella. Camila no tardó en abrir sus piernas y colocarlas alrededor de su compañero. Él la contemplaba en la oscuridad, la besaba y acariciaba su cuerpo, la descubría con sus manos. Comenzó a bajar por su mentón dando suaves y cortos besos... Bajo a su pecho y lo besaba a través del camisón, que rápidamente ella se quitó. Él respondió a ese gesto, besando los pezones rosados de sus pechos, los que no tardaron en reaccionar endureciéndose al instante. Continuó bajando por su ombligo y le corrió la ropa interior, quedando expuestos los labios de Camila. Pasó su lengua tan despacio que hizo erizar la piel de su compañera y notando su mojadez la penetró con dos dedos mientras seguía jugando con su boca. Camila expresó un gemido corto, el placer ya se encontraba presente en el aire de esa habitación.  Pronto los dedos y la boca de ese hombre habían adquirido un perfecto ritmo, ella extasiada de placer, se agarraba fuertemente los muslos y los abría aún más, ahogada en un gemido constante. Se clavaba las uñas rojas en los muslos mientras se venía en la cara de su compañero. -No pares, le dijo; a pesar de que ya había alcanzado el orgasmo quería seguir con esa práctica que tan entregada la tenía. Disfrutó cada segundo de ese acto, sus piernas temblaban dando pequeños espasmos de placer y su garganta había quedado seca de tanto jadear.

Quería recompensarlo y le pidió que se pusiera cómodo sobre la cama mientras ella se colocaba arrodillada a un costado de su cuerpo, posicionada para la felación. Camila reconoció cada centímetro del miembro erecto de su compañero con su lengua, lo miró fijamente a los ojos y muy despacio comenzó a introducirlo en su cálida boca, para ya no dejarlo respirar más. Por los próximos veinte minutos esa hermosa pija sólo conocería el calor de la boca de Camila. Ayudada por sus manos, agarró firmemente el tronco del miembro y acarició con la punta de su lengua el glande, dejando caer gotas de saliva. Saboreo ese pene introduciéndolo una y otra vez en su boca, arriba y abajo sin cesar y una vez adentro le pasaba la lengua. Sentía como se le hinchaba adentro y tocaba su garganta. Él la tomó del pelo y la introducía aún más mientras gemía en el silencio de la noche. Ella, golosa no dejaba de chuparlo, pero advirtió que se estaba acercando el momento de eyacular. Camila no quería que todo termine, así que simplemente la retiró de su boca, la escupió y se sentó arriba. Ese miembro tan bello y perfecto se abría camino en las estrechas paredes de la húmeda vagina de ella, hasta que pudo sentirla toda adentro.

Apenas se movía arriba de él y aun así sentía la respiración de su compañero en la punta de la pija. -¡Que buen polvo! dijo él con el aliento entrecortado, -¡cómo me coges!  Camila continuó moviéndose a su ritmo y pudo apreciar como las paredes de su vagina sentían venir el orgasmo. Él la sacó, para no venirse aún y ella acabó simplemente sintiendo el latido que había provocado tenerla adentro suyo.

¡Se frotaban, se besaban y se tocaban! Cada célula de su ser estaba encendida, el olor a sexo invadía la habitación. Rápidamente, él la tomó por detrás, la colocó sobre el borde de la cama y volvió a introducir su miembro en la estrechez de Camila. El final se acercaba, sus movimientos eran intensos, profundos, la sujetaba por los hombros tomando impulso para golpear fuertemente contra ella. En cuestión de segundos, la llenó. Cayeron rendidos en la cama y por un rato se escucharon los jadeos por tal excitación. Realmente había sido un buen polvo, ¡excelente polvo! Se habían disfrutado como nunca y estaban agotados de placer.  

Esa noche, estaban radiantes, felices y sucios... Esa noche, Camila no era la esposa ni ese hombre su marido... Esa noche, fueron dos desconocidos que se exploraban por primera vez.


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