Ahí está, obsérvalo atentamente. Su estatura de Goliat, sus múltiples ojos oscuros y penetrantes; la piel anfibia y esa mueca que simula una sonrisa socarrona. Vino desde algún mundo perdido en la fatalidad inacabable del terrorífico universo. Dejó atrás todo aquello que lo ataba.
Lucha ferozmente, pero ¿por qué lucha?, ¿por quién?, ¿para qué o quién?
Es valiente mi enemigo, ¿somos en verdad enemigos? Tal vez siente miedo, tal vez no siente.
Sus colmillos son tan largos cómo las habían descrito en los primeros contactos. Intimidantes.
Me mira desde el otro lado de la sala de estar, jadea, encorvado y atento. ¿Ves el temblor acelerado de su piel?, ¿escuchas ese siseo metálico?
-De reojo busca a mi hermano y comprueba que yace inmóvil en un charco de sangre-.
Tiene preparada esa extensión de garra en el dedo, sé justo en donde intentará clavarla. Así lo han hecho con tres cuartos de la población mundial, así están acabando con nosotros.
La mirada resuelta de mi madre me conforta desde su diploma universitario colgado al fondo. Le fe que habita en sus ojos pareciera poder tocarse, ahora más que nunca. Parece alentarme.
Solo tengo una oportunidad y esta barreta en mano.
Se está encorvando aún más, mira la extensión de su garra, crece rápido.
Está temblando, sisea enfurecido, acecha. Juega conmigo.
Su brazo retira el sofá, escúchalo deslizarse dificultosamente sobre la alfombra.
Dios, si aún sigues escuchando, dame la fuerza y guía mi mano.
Perdona mis pecados, perdona a mi hermano, perdona todo.
Padre, aquí viene.
Solo guía mi mano…
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