Pedro el tomate

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Hola , soy Pedro el tomate. Os quiero contar mi historia, que creo que es una de las más bonitas historias que nadie puede contar.

Soy un tomate y tuve la suerte de nacer al final del verano chileno, crecí, en un terreno inmenso con hermanos tomates. La vida era maravillosa. Había dos humanos que venían a saludarnos, eran muy agradables, siempre se aseguraban de que tuviéramos agua, y nutrientes. Recuerdo esos días con mucho cariño, esa alegría que nos daban nos nutría a todos mucho. Y lo que más me encantaba, eran esos ratos que venían a charlar con nosotros, nos contaban su vida, las cosas buenas y las no tan buenas. Había días que estaban muy preocupados, algo sobre un virus. Era genial verles, nos sonreían y nos decían cosas muy bonitas, sobre lo bien que lucíamos y cuánto estábamos creciendo. Yo siempre les decía que si crecíamos era por todo lo que nos mimaban, para que estuvieran contentos con nosotros y lo maravillosos que eran.

Las semanas fueron pasando. La mujer, Camila, nos regaba, y nos hablaba de la importancia de estar bien nutridos y de cuanto nos quería y cuanto le animábamos el dia. El hombre, Robin, nos hablaba mucho y nos contaba lo que pensaba y como quería ayudar a la gente, también nos decía lo bien que le venia hablar con nosotros y sentir la caricia del sol. Nosotros les agradecíamos el cariño y les intentábamos transmitir cariño, sosiego y algunas respuestas.

Un buen día, entendí que mi propósito en esta vida era ofrecer tanta alegría y cariño como la que había recibido: mi propósito era ser nutritivo para todos los sentidos y lo podía cumplir creciendo fuerte y lleno de energía, y compartir todo lo que pudiera con los demás. Aquel día, me llené de orgullo y centré mis esfuerzos en nutrirme y animé a mis compañeros a lo mismo. Nuestros humanos apreciaban nuestros esfuerzos, y esto nos dio más energía. Los días iban pasando y nuestras plantas estaban más y más enraizadas, estaban llegando más y más profundo consiguiendo nutrientes y colaborando para que todas crecieran fuertes y sanas, por lo tanto, nosotros, los frutos, brillábamos llenos de energía.

El tiempo empezó a cambiar. Cada vez hacia más frío y los humanos nos fueron recogiendo. Eran muy cuidadosos en su selección. A mí, me miraban muy a menudo y, sonriendo, me decían: tú estas precioso y todavía creciendo, te dejamos un poco más, lo cual me producía mucho placer y alegría, por que veía que mis esfuerzos eran valorados, asi que seguía esforzándome y animando a mis compañeros a seguir creciendo. Los humanos estaban encantados con nosotros. Muy a menudo nos contaban cuál iba a ser nuestra actuación estrella, aprendimos palabras como: pebre, gazpacho, pan tumaca y ensalada; y sobretodo aprendimos: bonitos, preciosos, nutritivos, grandes, potentes, amigos, comunidad, alegría, energía. 

Un buen dia Robin vino con una sonrisa especial, me miró directamente y me dijo: “tengo un cometido muy especial para ti. Toda esta alegría que me has proporcionado, pásala también a mi sobrina, y que sea infecciosa”. Nos dijo que nos seleccionaba a diez de los mejores frutos, ¡qué orgullosos estábamos! 

Robin nos coloco en una bolsa y nos llevó de paseo. Anduvimos largos cinco minutos, hasta que, se paró y comenzó a hablar con otra persona. Curiosos, queríamos saber qué pasaba. Entonces, vimos la luz: Robin nos exhibía, contaba lo orgulloso estaba de nosotros y sobretodo de mí, hablaba del estupendo sabor de nuestros compañeros, comentaba de que en la bolsa estaban sus diez mejores piezas. Nosotros, que no habíamos podido quitar los ojos de encima de nuestro superhéroe, aquel que nos había plantado y ayudado a crecer, giramos entonces los ojos hacia el otro humano.

Ella se llamaba Maria, y nos miraba de una forma que entendimos por qué Robin nos había seleccionado con tanto cariño: se le notaba a ella que estaba con necesidad de cariño y compañerismo y a la vez, se la veía entendedora de tomates. Nos tomó uno a uno y nos sopesó, alabando en cada uno de nosotros nuestras cualidades. Y nosotros supimos que estábamos donde teníamos que estar, que nuestro ciclo estaba siendo más que especial y que éramos importantes en su vida. Nos devolvio a la bolsa y siguieron de paseo. Anduvimos, tal vez por una larga hora, y desde la bolsa, estimamos que por lo menos habíamos paseado medio mundo y nos sentíamos honrados. A ratos, no entendíamos toda la conversación, hablaban de patitos feos y de cisnes, seguían preocupados por el virus, así que tomamos una decision: cada vez que notáramos que nuestros humanos se ponían tristes, nosotros nos sacudiríamos en la bolsa, y, como magia, nuestros humanos se pondrían contentos. ¡Funcionaba!, de manera que cada vez que nos sacudíamos, hablaban de otros tiempos divertidos y de planes que tenían para nosotros. Hablaron de diferentes tipos de sales y de aceites que potenciarían nuestro sabor. ¡Cuánto orgullo por nuestra parte! Entonces, Robin se despidió, nos lanzó un guiño, y siguió su camino. Maria, por su parte, nos llevó a casa, y nos mimó, se la veía contenta y animada. Lo primero que hizo fue darnos un baño, y nos dejó secando al sol. Nos sacó muchas fotos, que enviaba a otros humanos, y nosotros estábamos sorprendidos de cuantos humanos había en el mundo, y supusimos que nuestra nueva humana debía ser muy importante para tener tantos amigos y que todos se alegraran tanto por lo nutritivos que parecíamos. María, poco a poco, nos fue seleccionando y preparando magistrales platos, y siempre nos decía lo contenta que estaba y lo ricos y especiales que eramos para ella.

Maria me miró y me dijo: “para tí, tengo una idea especial”, por lo que me henchí de orgullo, todavía más. Estaba yo disfrutando de mi tiempo, estaba yo en la  encimera, y recibía calor del sol. Hasta que llego mi día, María me contó que iba a preparar una tostada con queso y yo fileteado encima y que me aderezaría con aceite de primera presión, sal del himalaya y pimienta.

Mi humana me guió por todo el proceso con cariño, mientras alababa lo bonito que estaba, lo bien que olía y ensalzaba mi textura. Durante todo el proceso repetía lo contenta que estaba, que éramos uno. Eso me sorprendió, pues yo pensaba que mi función estrella era la de nutrir, y que ahí se acababa mi ciclo, pero empece a notar algo inesperado: María me comía, sus jugos me absorbían, yo no desaparecía, me convertía en parte de ella. Menuda revelación, ahora era en parte tomate y en parte humana, ¡pero qué mágico proceso era ese!

Ahora veía que pertenecía a algo mucho, muchísimo más grande: no era solo un tomate o una humana, era parte de un todo, y mi propósito seguía siendo el de nutrir y compartir mis propiedades, y lo hacia simplemente siendo yo mismo. Qué maravillosa era la vida, que me permitía seguir haciendo lo que más me gustaba, y por lo que me llenaba de orgullo. Asi, pues, respiré profundo, contento, porque esta nueva etapa es aún mejor que cualquier cosa que hubiera podido soñar.


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