Observo a la gente a mí alrededor y sigo pensando que todos ellos están fuera de escena. Beben, comen, bromean, y ríen sin interrupción, complacidos y satisfechos, apoltronados e angustiados por su dinero.
¿Pero son felices de lo que han llegado a ser? ¿De lo que hacen? ¿De lo que tienen? De las casas, de los barcos, de la ropa, de los coches, de los ostentosos viajes y de las amantes clamorosas, de todo lo que parece mucho y en realidad es poco, poquísimo, no es nada. Es solo el precio que deben pagar para aburrirse en la vida.
Necesitan conversaciones sin sentido, de ruidos, de sonrisas, de palmadas en la espalda para existir, detrás de máscaras hechas de apariencias y vacías de sustancia, para sentirse parte de un mundo que los aleja de sí mismos.
Se disculpan ante evidencias que no quieren aceptar, ante valores predicados y no practicados, y las características comunes se convierten para ellos, en el único argumento y en el aspecto dominante de su modo de vida.
Existen para mantener y preservar una forma de vida ya encontrada. Para uniformarse con la sociedad siguiendo el mismo camino. Y de la inmovilidad de su existencia, poder juzgar y criticar a hombres como yo, que han dado un alto valor a su vida, y no la han vivido como un patético espectáculo teatral. Tienen que justificar y justificarse del tiempo que han perdido sin hacer nada por miedo a hacer, o tal vez, simplemente porque no han sido capaces.
No puedo explicar la verdadera razón de por qué evito a la multitud; tal vez, por un rechazo instintivo a seguir el camino de la mayoría, y a continuar en solitario mi viaje.
Y aunque las incertidumbres de algunos momentos han hecho a veces temblar mi autoestima, debido al desaliento por los golpes recibidos, he seguido adelante, sin prestar atención a lo que los demás podían pensar de mí.
No puedo compartir con ellos la superficial apariencia y alegría por cosas que no tienen sentido. Necesito algo diferente para sentirme vivo y entender el porqué existo. Por eso, voy buscando ese silencio interior que me aísla de todos ellos. Necesito sentir que mi alma, mi ser, se desnuda de todas aquellas ficciones habituales y que todo dentro de mí se hace más agudo, más penetrante, más profundo. Una desnudez árida y verdadera de mi mismo.
Como si mirando mi vida, asistiese a una realidad diferente de aquella que diariamente percibo. Una realidad fuera de las formas, de aquello que me rodea, de lo que ya conozco. Solo en ese silencio consigo percibir que la existencia cotidiana de la muchedumbre que me rodea, permanece suspendida en el vacío de la nada y aparece ante mis ojos carentes de sentido y de propósito.
Y aunque a veces, me resulta difícil conservar y defender en medio de la multitud la independencia de mí ser. Más agobiante y angustioso me resultaría conformarme con ellos, y aceptar una tal actitud, o modo de vida.
Ningún hombre puede violar su naturaleza, por eso, tengo siempre que ser yo mismo en cada instante. No puedo renunciar a mi individualidad solo para no herir las susceptibilidades de algunos, que en la vida se conforman, con el fin de poder reconocerse para comunicarse y juntarse, cerrando los ojos ante todo aquello que es diverso. No han elegido sus vidas, la sociedad se las ha proporcionado con todos los accesorios para transformarse con el tiempo, en fenómenos estadísticos, portadores de ninguna verdad, dotados únicamente de una mínima lógica y racionalidad, pero alejados de poseer la chispa que los haría independientes y lo convertiría en hombres libres.
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