50 y 30. I
Por Violeta Simpson
Enviado el 18/05/2020, clasificado en Adultos / eróticos
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Lo conocí y tuvimos química de inmediato.
Soy una mujer casada de 33 años, llevo 6 de matrimonio y feliz, tenemos una buena situación y disfrutamos de nuestra compañía.
Nunca antes me sentí atraída por nadie más que mi marido, pero ese día en el trabajo conocí a Guillermo, calculo tiene unos 50 o 55 años, pelo cano, ojos verdes, barba cana y sonrisa coqueta. Llegó a su primer día y tuve que hacerle la inducción al trabajo, le pedí su número para poder agregarlo al grupo de trabajadores y para que me consultara cualquier duda que tuviera. Bromeando me dice:
- No se preocupe, que no la voy a llamar.
- Llámeme. - le dije - Si tiene cualquier duda, no hay problema.
- Está bien, pero no la invitaré a salir. Continuó bromeando.
- Invíteme, si quiere. ¿Cómo sabe le va bien? Terminé de bromear y nos reímos.
El siguió a su puesto de trabajo y yo al mío. Me saludó por mensaje y le contesté con un emoji saludando.
A diario pasa por fuera de mi oficina para saludarme muy cordial y hacerme algún chiste coqueto, siempre le respondo con una sonrisa y lo miro hasta que lo pierdo de vista. Sé que se da cuenta que no le quito la mirada, me gusta que lo sepa...
El viernes pasado tuvimos mucho trabajo en la oficina, por lo que me quedé más tiempo del esperado. Pensé que ya no quedaba nadie más y apagué las luces para cerrar con llaves e irme a casa, pero escuché una voz que me dijo:
- No me querrás dejar encerrado aquí todo el fin de semana.
Era Guillermo, me estaba esperando, sé que no fue una casualidad...
- Guillermo?, disculpa, pensé que ya se habían ido todos. ¿Qué haces aun aquí?
Entré nuevamente a la oficina y lo escuché con sorpresa
- Esperándote, quería asegurarme que no te fueras tan tarde, pero ya mira la hora que es. ¿Quieres que te lleve a tu casa?
Sonreí y dejé mi cartera y mi chaqueta en una silla, para estar más cómoda.
- No es necesario, iba a tomar un taxi aquí afuera.
- Insisto, no me incomoda. Así aprovechamos, en el camino, de conocernos mejor.
Acepté, debo confesar que me puse un poco nerviosa e incómoda, pero ya en su camioneta con vidrios polarizados, me relajé. Pensaba que estaba haciendo algo indebido, pero nadie me podía ver desde afuera.
- No te he querido invitar a salir, me da un poco de morbo a que me digas que si. - Rosó mi pierna con su mano que despegaba de la palanca de cambio.
- A ajjajaja, ¿morbo? Pues entonces no lo intentes, puede que te diga que sí y no queremos que te de morbo, ¿verdad?
- Claro, mejor no te invito. Aunque... ¿tienes algo que hacer ahora?
- Dame un segundo. - Pensé en mi casa y mi esposo... Le envié un mensaje y le dije que me juntaría con amigas, que no me esperara despierto.
- ... no, no tengo nada que hacer, pero la verdad estoy cansada, me gustaría llegar a mi casa.
- Entiendo, ¿pero no te gustaría pasar a comer algo antes? No te vas a arrepentir
- Está bien, pero deja relajarme, me quiero cambiar mis zapatos y soltarme un poco el pelo, ya no aguando un minuto más tan formal.
- Claro ponte cómoda
Saqué las zapatillas de mi bolso y me las calcé, me solté el cabello, me abrí un poco la blusa y la solté de mi cintura, recliné un poco el asiento y me recosté. Estaba tan cómoda que no me di cuenta cuando me solté el sostén para sacármelo... cuando entré en razón. Guillermo me miraba y se reía...
- Perdón, fue algo de instinto, al final del día todo me incomoda. Me sonrojé y trataba de abrocharlo de nuevo, pero con la vergüenza no podía lograrlo.
- Tranquila, si quieres puedes sacártelos, jajaja yo no miro. Pero apresúrate que estamos llegando.
Al final me los saqué, me apretaban un montón.
Llegamos a un lugar precioso, era una casa en un lago, con luces encendidas, me di cuenta que no estábamos en un restaurante.
- ¿Dónde estamos?
- En mi casa, cómo estás tan cansada y un poco desarreglada, pensé que te incomodaría ir a un lugar público.
Claro que me incomodaría, pensó bien. Entramos a la casa, estaba cálida, dejé mi bolso con mis zapatos y sostenes adentro sobre una mesa y me acomodé en un sillón.
- Te gusta el vino? - preguntó Guillermo, mientras se quitaba la chaqueta.
- Prefiero una cerveza, ¿tienes?
- Claro, te llevo una.
Se dirigió a la cocina para sacar una copa de vino para el y un botellín de cerveza para mi.
Se sentó de frente a mi y me extendió la botella fría.
- Hace cuanto tiempo que llevabas planeando esto? Le pregunté coqueta, moviendo la botella de cerveza
- jajaja, planeando? No lo tenía planeado, la verdad lo que tenía pensado era un restaurante en la ciudad, pero esto superó mis planes, quiero que lo pasemos bien.
Noté que su mirada se desvió de mis ojos a mis pechos, el frío de la botella hizo notar ciertos rasgos de mi anatomía... la retiré de inmediato y me tapé con un cojín.
- Perdón, no quise incomodarte, disculpa, no pienses que estoy buscando una relación fácil ni mucho menos, no soy así, es que no pude evitar mirarlos, perdón.
Hubo un silencio incómodo, Guillermo se levantó para poner música y traer más vino. Pensé que esto iba a quedar hasta aquí, que lo iba a incomodar tanto que ya no querría seguir conversando o seguiría pidiendo perdón. Yo me moría de la vergüenza, pero la verdad, me gustó que me mirara...
- Te gustaría un masaje? No soy muy bueno, pero podría esforzarme.
- Yaaaa, me encantaría, yo te guío, para que no me contracture más de lo que estoy.
Rodeó el sillón en donde estaba sentada y se puso por mi espalda, tomó mi cabello y lo hizo para un lado, con sus manos tomaba mis hombros y mi cuello, bajaba por mi espalda con sus pulgares y volvía a subir. Siguió con mis brazos y luego volvió a mi espalda.
- Recuéstate
Me recosté boca abajo, amarré mi cabello y subí mis brazos por sobre mi cabeza, la blusa se me subió un poco y le dejó ver a Guillermo, mi espalda baja.
Como esperaba, fue directo a mi piel, tomó mi cintura y sus pulgares jugaban con mi columna, cuando subía el masaje, sus manos se perdían dentro de mi blusa, pero volvía a bajar para salir de ella.
- ¿Te gusta?, ¿lo estoy haciendo bien?
- Jajaja, he recibido mejores masajes, pero no lo haces mal.
- Podría hacerlo mejor si pudiera untar mis manos con aceite, ¿te gustaría?
- jajaja, si quieres intentarlo...
Guillermo se apresuró para ir a buscar un aceite para masajes y me miró con ojos de problema. Me levanté del sillón y pregunté qué sucedía.
- Ensuciaré tu blusa si me unto el aceite en mis manos. Creo que no funcionará.
- Tienes razón, tendré que quitármela...
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