1
Los perros de toda la comunidad empezaron a ladrar muy de madrugada. Ladraban con violencia o gruñían, algunos se cercenaron pedazos de piel por intentar soltarse de las correas, otros ya no aparecían. Nadie se alarmó, era común que los borrachitos del pueblo atravesarán los callejones en la madrugada, por eso se alteraban los animales. Nosotros, pues, digamos que ya habíamos desarrollado una inmunidad a sus escándalos. Solo mi papá y su compadre notaron que los animales se comportaban raro. Las vacas sangraban en lugar de dar leche, las gallinas amanecían desplumadas, sus huevos podridos. En la casa de la viuda hubo un incidente grande, tenía más de cincuenta gatos… amanecieron unos cuantos en el centro del patio, se habían muerto así, enroscados y amontonados, cómo si algo los perturbara e intentarán protegerse.
Creímos que había ladrones rondando, pero, ¿qué ganarían con matar a los gatos o llevarse a los perros?
Fueron dos semanas de ladridos y aullidos intensos, cada vez los perros eran más violentos, hasta se llegó a pensar en la necesidad de sacrificarlos, teníamos miedo de la rabia, o de algo, hay un antecedente de hace muchos años en el pueblo. Un brote misterioso que acabo con casi todos.
2
Mi padre entró en la casa y me encontró desayunando. Lo vi coger la cubeta de lámina y llenarla con dificultad, le temblaban las manos.
No me hables ahorita –me respondió al preguntarle qué traía. Prendió un cigarrillo.
Mejor ven a ayudarme, necesito bañarme - dijo. Tenía las manos rojizas, pero no solo de frío.
En silencio cogí leña para empezar a encender el fuego, me hizo señas de no, se quitó la chamarra y la camisa azul que traía debajo, su piel agrietada y cansada estaba salpicada con mucha sangre, casi fresca.
Préndele con esto, va a arder más rápido –me pidió. Después agarró una frazada del cuarto de los trebejos y se la puso en la espalda. Se quedó mirando el monte, sentado en la media barda donde tuvimos los marranos. Seguía fumando. Solo lo vi así en el funeral de mamá, por eso me preocupe.
Seguí atisbando el fuego cuando la ropa termino de quemarse. El agua hirvió y mi padre la templó para bañarse, sus manos no sostenían bien la jícara.
Tardo en salir del baño, no quiso desayunar, solo el café de todos los días. La radio daba las noticias y preferí apagarla, hablaban de alboroto en la plaza. Hubo un silencio incómodo alterado solamente por el transitar frío del viento.
Esas pláticas que tienes con tus amigos –dijo mirando el mantel de la mesa. Apoyado sobre sus codos, con la cabeza entre las manos-
¿Sí? –le respondí. Se quedó mirándome.
Sobre la luz que bajó en el cerro. Esa lucecita naranja que parecía un incendio -refirió-.
Sí papá, lo recuerdo – dije mirándolo fijamente, prefirió bajar la cara. Se frotaba las sienes lentamente.
Probablemente no son buenas –contestó segundos después.
3
Mi padre me llevó a la plaza, había mucha gente reunida en torno a una camioneta de sanidad pública. Arriba estaba el cadáver. Un caballo partido a la mitad con un corte disparejo, pero limpio. El costillar se veía desde dentro, como un túnel de autopista sin tráfico. Casi podría tocar sus huesos brillantes y la carne que parecía encerada. Parece que lo estoy viendo ahorita mismo, a pesar de los años. La mitad trasera nunca fue encontrada.
Esto no es ni siquiera quirúrgico –dijo el boticario – es sobrenatural, no hay otra explicación.
¿Nahuales? –preguntó alguien al fondo.
No –dijo mi padre-. Lo encontramos cuando todavía no aclaraba, estaba colgado, bueno, no colgado, solo estaba sostenido a medio árbol, parecía que flotaba. No había cuerdas, no había ramas sosteniéndolo. Estaba ahí nada más.
Nos quedamos callados. Al jinete le habían arrancado el antebrazo, pero a él si le manaba sangre a borbotones, era como si aquello que le quitó medio brazo le tuviera un odio inexplicable. Mi padre le hizo un torniquete con su cinturón y se lo llevo a la presidencia, se quedó platicando unos minutos con él. El jinete murió por una gangrena acelerada en pocas horas.
¿Y las luces? –pregunté a mi padre-, ¿qué tienen que ver acá?
El jinete dijo que venía de la cantina –respondió hablando para todos los que estábamos ahí-, le resultó extraño que los perros no se abalanzaran sobre el caballo. Estaban ladrando, pero ladraban hacia el cielo. Siguió avanzando y a lo lejos, justo aquí, había tres luces sobre el piso, parecían faroles. Vio a tres seres con forma de hombre, llevaban perros y gallinas en unas bolsas extrañas… intentó sacar su revólver, pero sintió un dolor horrible donde tenía el brazo, cayó sobre su espalda y ya no supo nada. Asegura que había más faroles allá arriba…
¿Cuántos faroles había en el cielo? –pregunto el boticario- .
Hay que preparar machetes y todo lo que tengan, si alguien tiene lugar a dónde irse, ni lo piensen –siguió hablando papá-.
La gente se alarmó y empezó el murmullo.
¿Cuántos faroles había en el cielo, José? –insistió el boticario-.
Cientos –confirmó mi padre-.
Nota: Hoy recomiendo la escucha de Isolated System, canción altamente recomendable que me sirvió de fondo para escribir el relato. Aquí el enlace: https://www.youtube.com/watch?v=AdIDxFTgBJM
A mis queridos Serena y Francisco Miralles, si lo leen antes de que conteste sus amables comentarios, por favor disculpen, he pasado fugazmente. Espero poder atender pronto.
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