El hombre libro

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Soy el Hombre Libro. Mis vísceras, mis células, están todas escritas con versos del infinito en bustrofedon, que sin ruptura posible despliega los signos que forman la línea y su antagonista como hace en su movimiento la serpiente, animal de la sabiduría y la renovación pero también de la muerte y lo abyecto.

 

Así está escrita también mi alma. La cábala, los aforismos, el alfabeto fenicio, los Vedas, todos ellos labran lentamente las sinuosas circunvoluciones que forman el laberinto de mi cerebro; ¿no es éste el perfecto labyrinthos puesto que no se puede dilucidar origen o final?

 

En mi vientre se alojan los versos y líneas de la guerra; en mi corazón los silogismos de orgullo y valentía, de llanto y desesperación; en mis pulmones las palabras que alientan el neuma en el movimiento perpetuo de mi respiración. Mis ojos reconocen leyendo el mundo lo que en las runas de mi memoria ya está escrito; ver es un reconocer, mas sé inventar nuevas grafías para lo que ante mí se revela como nuevo, pero adivino que incluso lo desconocido habita en párrafos y conceptos dispersos, escondidos en oscuras y abandonadas ruinas que permanecen crepusculares en rincones ocultos de mi ser… En mi alma habitan los anagramas que dispersan todo saber y conocimiento en mí y en mí lo resumen, todo mundo en un espacio que no es tal puesto que los límites no existen; cuando la carne es verbo y el verbo es carne ambos no conocen la contención pero tampoco el despliegue sin objeto: pues el acto de ser resumido no significa caución material, sino evanescencia de lo centrípeto en una anticlausura que se vierte imantada en un centro vacío, como las cataratas convergen y se desploman poderosas en el acantilado.

 

Estoy en todas partes, pero a diferencia de Dios, cuya ubicuidad le traiciona porque rige el todo desde su Mismidad (por lo tanto si está en todas partes tal vez no esté en ninguna) yo soy heterogéneo y me reencarno en las líneas que dibujan las espirales siempre ambivalentes de lo propio y lo extraño; neblinosas ascienden en el éter aquí y allí, dueñas del arte de la aparición y la simultánea evanescencia, siempre iguales, siempre distintas: diáspora disolutiva, no tautológica. Tal es mi fuerza.

 

Soy el Primer Caligrama, pues como he dicho soy carne de la palabra y la palabra es mi carne; ambos crean la forma como hace la mano que revela el icono como grafía. Las letras que me recorren me hacen hombre y no pantera o colibrí y por tanto los signos que me engendraron me hacen muy superior a la magia de la mandrágora, que no es más que un homúnculo degradado.

 

Genios hablaron de la archiescritura, de un arjé grafemático (tal vez cabalístico): UrSchreiben, tropa de tropos, legión de símbolos, ápeiron, porque mi movimiento es sideral y eterno, pero aunque inefable es escribible, y escrito está. Conozco el secreto de la vida, inscrito en lo más íntimo de mi ser; por eso llevo el nombre hebreo del hijo de YHWH, ADN que se pronuncia Adán o bien Adam para los judíos, el primer Nombre de Hombre pero también, anagramatizada, la primera palabra de la vida.

 

Hombre Libro que es el Libro del Hombre, Libro de lo Viviente que yo soy. Cada gesto, cada parpadeo, cada latido es una página siempre escrita, siempre rescatada de las aguas de Lethe, para quien todo es onda perdida en su superficie transparente, letras llevadas en cuencos de papiro a Mnemósine; las gotas caídas son pasto del Olvido y aun así el cálamo del Destino es el tirano guardián que procura que todo me sea devuelto en el limbo del sueño como enigmáticas notas a pie de página, eruditos apéndices, epílogos y ultílogos, inquietantes prólogos y prefacios, en borrones y erratas que atormentan, fascinan o abren nuevos capítulos, nuevas obras…

 

Yo soy todos los grafemas porque ellos son variantes de mí mismo como mis células nerviosas escriben en un destello los fonemas de lo eléctrico, los glóbulos dibujan los ideogramas de los elementos o las moléculas declinan el silabario ideal compuesto con el abjad que encierra en sí mismo cada átomo. Soy el haiku único e irrepetible que en su poética concreción inclusiva capta el silencio y todo lo no escrito. Soy también el cero y el uno.

 

Ni suerte alguna hace que la muerte escape a la canción, saga, poema, estrofa o ciclo de escritos que en alquimia secreta con mi sangre están inscritos en cada átomo de mí mismo. Es curioso que muerte y suerte difieran en una sola letra; tal vez para recordarnos que la primera siempre está presente en aquellos momentos en los que todo está abierto al acontecer, como figura de renacimiento y abandono o pérdida de lo que ya se corrompe, contenido en palabras demasiado caducas cuya negra tinta ya palidece: no lo olvidemos, todo puede suceder, mas está siempre escrito de antemano en la potencia del concepto legible en el texto infinito que mora entre mi piel y mis huesos, y la potencia se nutre ineluctablemente de la sangre del órgano y su palpitante poema.

 

Todo lo creado forma el Gran Relato de lo codificado en la escritura, en el que todo lo que se lee es conocido pero cuyo conjunto siempre posee un significado mayor que todo lo supera: la tarea de las ciencias es escribir y desplegar interminablemente la Historia de lo que preexiste en los signos para combatir y derrotar, tal es su destino, a los infinitos libros que avaros se nos cierran y se desvanecen guardando el misterio del pasado, el ahora y el porvenir…

 

Yo soy el Hombre Libro. Tal es mi fuerza.

 

 

 


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