La muerte del infame

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Me encontraba en medio de un asado cuando estalló la noticia que muchos esperaban hace años y que otros no querían ni imaginar como una opción. La noticia del año y de la década se estaba efectuando frente a mis ojos y para que la comilona no terminara en una batalla campal se decidió cortar por lo sano y finalizar el evento. Recuerdo que de regreso a mi hogar vi la Plaza Italia llena de diversos cánticos del desahogo popular: es de las pocas veces que he visto ese nivel de celebración frente a la muerte de una persona, aunque muchos estudiosos siempre lo definieron como un ente que adolece de humanidad.

El monstruo de capa y anteojos oscuros finalmente había muerto pero de todas formas se sentía un ambiente de incredulidad frente al suceso, no se podía creer a buenas y primeras en el fatídico desenlace del icono chileno de los homicidios, sobre todo frente a las capacidades de un actor de tan buen nivel. Por citar algo, es inolvidable la ocasión en la que el dictador escapó de la justicia internacional y en el aeropuerto de nuestro país se levantó de la silla de ruedas como si nada. Por esos años mi consciencia solo lo reconocía como un vejestorio en decadencia. Debo reconocer que con los años me sentí muy agradecido de la vida por nacer en los años que solo se veía lo patético de sus cuentas en bancos extranjeros y la fabricación de enfermedades falsas para no ser enjuiciado por los tribunales extranjeros.

En los noventa tenía cuatro años y recuerdo las campañas del plebiscito, las camionetas con banderas de múltiples colores y los aplausos inmensurables de la masa. Aunque no entendía muy bien de que se trataban esos tumultos, siempre sentí el aroma a una futura democracia. A pesar de la ignorancia de mi niñez, tuve la suerte de ser guiado por la experiencia de los abuelos del barrio que todas las tardes generaban relatos entre lágrimas, citando sus días de juventud y sacrificios políticos. A pesar de esas intenciones populares, por esos años la fuerza militar y religiosa seguía mandando por sobre los intereses sociales de los ciudadanos abusados y cotidianamente se podía experimentar la hostilidad frente al despertar del sector precario.

El potencial militar que sometía a la población frente a la imagen de Augusto Pinochet se acabó, quizás en un espejismo momentáneo, pero si puedo destacar que su muerte no fue tan glamorosa como algunos esperaban. El dictador no murió como una estrella de rock o un actor de Hollywood, incluso, puedo destacar que su expiración representó la elevación del alma popular que llena de frustración acumulada surgió a las calles principales, llenando todos los espacios de champagne y una emoción incalculable que dura hasta el día de hoy.


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