A mediados de los años 80 Enrique Guitart que era un hombre relativamente joven de cuarenta años de edad; y de profesión agente de Seguros, tuvo que ir a visitar a un cliente en una lejana población que se hallaba a varios kilómetros de distancia de la gran ciudad.
Mas cuando hubo terminado su misión y se disponía a regresar con su coche a su hogar, fatalmente éste tuvo una serie avería por lo que no tuvo más remedio que llevarlo a un taller de aquella localidad para que en unos días le solucionasen el problema.
Seguidamente, el agente de Seguros estuvo deambulando con un aire entre contrariado y desorientado por aquella población en la que habían varios enjambres de bloques de casas baratas hechas en serie y de estilo impersonal, en cuyos balcones y ventanas ondeaban al viento toda suerte de ropa tanto masculina como femenina en las que habitaban personas foráneas; en su mayoría emigrantes de cualquier rincón del mundo. A su vez en las calzadas corrían y jugaban al fútbol con una envidiable vitalidad niños morenos y agitanados.
El propósito de Enrique era encontrar la estación del METRO para poder regresar a su lugar de origen, pero al parecer dicho medio de transoporte todavía no había llegado en aquella zona.
Al fin el hombre se detuvo frente a un gran descampado frente al cual había un poste con un letrero que decía: BUS, PARADA DISCRECIONAL. Al otro lado de aquel terreno se izaban algunas fachadas de viejas y abandonadas fábricas con sus enmohecidas chimeneas que eran mudos testimonios de la fenecida era industrial. Sin embargo lo que llamó la atención de Enrique fue ver que en aquella inhóspita tierra de nadie se habían construido de un modo improvisado un número considerable de chavolas prefabricadas hechas a base de madera y ladrillo. "¿Serían casas de indigentes?" - se preguntó Enrique.
Entonces de una de aquellas viviendas surgió un hombre que frisaba los setenta años de edad que inesperadamente se dirigió al asombrado agente de Seguros.
- Perdone señor. Me llamo Fermín - se presentó el hombre de la chavola-. Usted es nuevo aquí y no sabe nada. Tenga la bondad de venir conmigo que le explicaré cuál es la situación.
Como el tal Fermin parecía desprender un aire de absoluta honestidad Enrique se dejó llevar sin rechistar al interior del habitáculo de aquel desconocido, ya que era evidente de que algo anómalo sucedía en aquel entorno.
Enrique se adentró en el interior de la chavola de aquel hombre en la que había un pequeño comedor con unos muebles hechos con un material de escasa calidad, y éste le presentó a su mujer y a su única hija llamada Remedios, la cual al recién llegado le pareció que era una fémina sumamente atractiva. Era una joven de cabello castaño y ojos marrones; pero sobre todo transmitía una sensibilidad a flor de piel que invitaba sin más tardar a congraciarse con ella.
- Verá. Le parecerá extraño todo ésto - le dijo Fermín al agente de Seguros-. Pero nosotros al igual que usted, hace ya mucho tiempo que vinimos aquí a tomar el autobús para regresar a nuestra verdadera casa que está en un barrio de la ciudad, tras haber ido a visitar a un pariente enfermo de mi mujer. Pero cuando llegamos aquí ya se había marchado el último coche. Y como este apartado rincón del mundo está tan dejado de la mano de Dios, los servicios de transporte van muy mal, y los autos pasan muy de vez en cuando. Nosotros formamos una peculiar comunidad vinculada a un Organismo que depende de la Asociación de vecinos del barrio que administra todos los recursos necesarios para nuestro bienestar provisional. Si nos hemos organizado de este modo, es porque no sabemos cuándo vendrá el próximo BUS. Por eso yo le recomiendo a usted que procure establecerse como nosotros y se procure una actividad que le permita tomarse las cosas con calma, porque de lo contrario usted puede acabar tan mal de los nervios como yo.
-¡Pero bueno! ¡Esto es absurdo, es increíble! Parece una pesadilla. - exclamó Enrique con un vacío en el corazón, puesto que no le agradaba en absoluto la idea de quedarse alli indefinidamente-. El autobús tiene que llegar de un momento a otro... Yo tengo que volver a mi vida de siempre.
Y dicho aquello Enrique salió presuroso al exterior con la pretensión de vislumbrar a lo lejos el deseado medio de transporte, que era el objeto de su esperanza para reincorporarse a la normalidad.
- No se canse usted - le dijo Fermin a sus espaldas-. Por más que mire a lo lejos, no va hacer que venga antes el dichoso autobús.
- Es que no lo entiendo - dijo el visitante angustioso-. Si este auto tarda tanto en llegar, bien podrían coger un taxi.
-¡Huy! Por aquí apenas hay taxis. Y además son muy caros. ¿Qué se cree usted?
Enrique notó que mientras su anfitrión hablaba no miraba de frente a su interlocutor. De hecho tenía una vista extraviada hacia un horizonte infinito. Sucedía que Fermin al igual que muchos otros en aquella especial circunstancia, a consecuencia de otear en lontananza horas y días haciendo de vigía a la espera de atisbar el "punto de color verde" - el autobús-, su mirada se había condicionado como el pico de ciertos pájaros que con el tiempo se curvaban al hurgar en los sitios más recónditos en busca de alimento, y por tanto a Fermin le era difícil fijarse detenidamente en quien tenía ante sí.
Una vez dentro de la chavola Remedios le ofreció al agente de Seguros una copa de licor para hacerle la estancia más agradable. Pero lo cierto era que la botella de aquella bebida la chica la había encontrado por casualidad en un rincón de la calle. Pues en aquella extraña sociedad nada se desprdiciaba, y todo se reciclaba.
- No ceas. Yo también tengo deseos de cambiar de vida - le dijo Remedios al visitante. En nuestra casa de verdad, hay una terraza en la que tenemos unas plantas y flores muy bonitas. Y yo las regaba casi todos los días.
- Pero Remedios. Vosotros no tenéis que depender tanto de este BUS. Bien podríais regresar andando a la ciudad. Que tardáis más tiempo en llegar, éso no importa. Lo que cuenta es vuestra voluntad para llegar a vuestra casa - le dijo Enrique, que era un hombre de acción.
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