En aquel instante mientras la pareja hablaba se oyó un exaltado rumor de gente en la calle. ¿Habría llegado por fin el próximo servicio el autobús?
Ellos se asomaron al exterior pero lo que vieron fue una manifestación compuesta por una mayoría de gente que había surgido de las chavolas que exhibía unas pancartas en las que se pedía mejoras en los servicios de transporte público, así como la dimisión de la directiva de aquella Compañía a la vez que la comitiva no cesaba de vociferar: "¡QUEREMOS MÁS SERVICIOS!" "DIMISIÓN DE LA DIRECTIVA...FUEEERA!"
Aquella multitud no contenta con manifestarse, se desplazó en mitad de la carretera cortando el tráfico, por lo que muchos conductores de los vehículos hicieron sonar el cláxon en señal de protesta.
Como suele ocurrir en estos casos, de entre los manifestantes aparecieron algunos sujetos de una violencia inusitada que con piedras y palos se dedicaron a destruir los cristales de escaparates de algunas tiendas, a derribar al suelo e incendiar contenedores, a golpear y a convertir en chatarra bastantes coches aparcados en las calzadas.
De súbito aparecieron los agentes del orden los cuales iban perfectamente equipados y protegidos con sólidos escudos y con porras, que se lanzaron sin contemplaciones arremetiendo a diestro y siniestro a los manifestantes. Sin embargo los violentos se sintieron provocados y respondieron con fiereza arrojando a dichos agentes toda suerte de objetos contundentes estableciendose así una lamentable batalla campal, hasta que los policías detuvieron a los cabecillas de la revuelta y la multitud se dispersó hacia otras latitudes dejando en aquel lugar un halo denso cargado de enorme tensión.
Enrique y Remedios que habían contemplado aquel espectáculo desde la ventana de la chavola se sentían atónitos y asustados. Fermin se acercó a ellos y expresó con esceptismo:
-¡Bah! Con estas manifestaciones no se conseguirá nada. La Compañía seguirá sin inmutarse por ello.
-Pero papá. Llevamos muchos días así. Y es justo que se proteste. De lo contrario nada se arreglará - replicó su hija con convicción.
-Sí, es justo. Pero de nada sirve. Los jóvenes pecaís de idealismo. Os creeís poder arreglar el mundo, pero éste siempre ha sido así de egoísta y de indiferente - dijo Fermin con esceptismo, puesto que su postura conformista le daba una falsa sensción de seguridad.
-¡Pues si no fuera por nuestros ideales no se movería nada! Y creo que ya es hora de cambiar, porque este viejo sistema se resquebraja, caray - insistió Remedios un tanto irritada.
De una de las chavolas salió un matrimonio joven con su hijo pequeño de cinco años a tomar el sol, y el niño se puso a jugar en la acera con un coche de latón. "¡Mec, mec...!" - imitaba el pequeño con la boca el sonido del cláxon, totalmente ajeno a los avatares de aquel día y acercándose poco a poco al poste que anunciaba la parada del autobús. A continuación el pequeño agudizó la vista en un punto lejano y exclamó llevado por una ingénua ilusión:
-¡Mami, papi! ¡Mirad, ya viene el autobús!
Mas el padre, mucho más realista le especificó a su hijo:
- A ver Marc. ¿Estás seguro de lo que dices? Fíjate bien, porque lo que yo veo es un efecto óptico; como un espejismo en el desierto, creado por una combinación de la luz del sol y el verdor de las hojas de los plátanos. ¿Acaso ves que la mancha verde se vaya haciendo grande; que venga hacia nosotros?
El pequeño Marc con una expresión decepcionada negó con la cabeza.
-¡Claro que no! Anda, no te preocupes que el auto llegará pronto. Tú sigue jugando; pero no te alejes de casa ¿eh?
De repente a Enrique Gutart le acometió un ramalazo de nostalgia. Echaba de menos su vida anterior, sobre todo su casa familiar y sus antiguos amigos. Sin embargo en aquella singular circunstancia parecía que todo careciera de sentido. Sí, porque a pesar de que Remedios era una atractiva mujer y que con el tiempo tal vez podría llegar a quererla, el agente que sabía que ésta había sido educada en un medio rural mientras que él era un empedernido gusano del asfalto, no estaba nada seguro de poder sintonizar con ella. Todo era demasiado incierto y aventurado.
El agente de Seguros como muchas otras personas de aquel descampado dirigió una vez más de un modo instintivo su atención hacia el infinito con la vaga esperanza de vislumbrar el maldito "bulto verde", cuando se presentó ante él un vendedor ambulante. Se trataba de un tipo obeso, bastante estrafalario, con una pícara expresión en la mirada. Llevaba en bandolera una caja con restos de cajetillas de tabaco a medio consumir, vasos de plástico y botellas de vino y de coñac medio vacías, o de cualquier otro refresco que había podido recoger por aquellos alrededores.
-¡Vasoooos bonitoooos y resistenteees! ¡Todo al precio de gangaaa! - gritaba el hombre tratando de vender su mercancía- ¿Una cajetilla de tabaco, señor? - ofreció el vendedor a Enrique.
-No, no... No quiero nada - rechazó éste de mal humor.
- ¡Ah! Ya entiendo. Usted es nuevo aquí, y cree que de un momento a otro vendrá el autobús - dijo el vendedor.
- Sí, en efecto. Pero al paso que vamos empiezo a dudarlo - contestó Enrique.
- Bueno. La verdad es que a estas alturas poco importa que venga el autobús o no venga.
-¿Pero qué dice hombre?
- Pues eso. En realidad a muy poca gente de aquí le importa gran cosa la llegada del dichoso auto. ¡ Pues todo el mundo de su capa se ha hecho un sayo! - dijo el vendedor con una risa nerviosa.
Enrique miró a aquel sujeto de soslayo pensando que se las tenía que ver con un transtornado mental.
- Sí...No me mire como si estuviese loco. Lo cierto es que todo el mundo se ha adaptado a esta circunstancia. Aquí donde me ve yo en un ayer iba dando bandazos de un trabajo a otro - explicó el vendedor-. Y esta insólita situación ha sido mi suerte, sino ¿de qué iba yo a vivir? Me ha costado mucho crear este pequeño negocio a la sombra del BUS porque hay mucha competencia. ¡Sí, sí, sí! Incluso hay universitarios que hacen lo que yo hago, porque lo que interesa es sobrevivir. Si por casualidad viniera el autobús, esta comunidad se desmantelería y yo perdería mi trabajo. ¿Entiende usted?
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