- Ya. Pero la gente se manifiesta para alcanzar un nivel de vida mejor - le contestó Enrique.
- Es natural. Y hay que seguir haciéndolo para conservar la ilusión del cambio, porque la vida se basa en el movimiento. Nada es estático Pero este descontento que que usted ve en los demás en realidad es más aparente que real, porque todo el mundo sabe que el Ideal, el milagro es lo excepcional; es casi inexistente. Y cuando éste se produce suele ser fruto de la casualidad. Se invoca a la Providencia para superar nuestros problemas, cuando en realidad éstos son fruto de nuestros errores. Claro que si de vez en cuando no avivásemos la esperanza de la llegada del BUS esta comunidad haria ¡Flap! y se desmoronaría como un castillo de naipes. Y esto tampoco puede ser. También es conveniente soñar de vez en cuando, aunque sea un poco. ¿No le parece señor?
Enrique no tardó en construir su propia chavola con la ayuda de Fermín y otros albañiles. Asimismo su relación con Remedios había ido mejorando gradualmente. Ella a pesar de ser una mujer sencilla, no sin un cierto esfuerzo sabía escuchar muy bien sus puntos de vista que era de lo que el agente de Seguros andaba necesitado desde hacía mucho tiempo.
De modo que un día cualquiera Remedios fue al domicilio provisional de Enrique con la excusa de que si necesitaba algo y en medio de una banal conversación, ambos se abrazaron en silencio, y se besaron ardientemente en los labios, a la vez que se acariciaron mutuamente las mejillas, los cabellos. Era como si se descubrieran por primera vez, y se notaba que andaban necesitados de cariño, de afecto debido a la preocupación por la espera del dichoso BUS. Acto seguido se echaron en el camastro del agente de Seguros, y se entregaron con frenesí en cuerpo y alma.
Pero cuando más extasiados estaban, aquella comunidad se alteró en grado sumo porque había llegado como una exhalación y resoplando como un mastodonte cansado el tan ansiado como odiado autobús.
En un santiamén las mayoría de las chavolas fueron destruidas y pisoteadas juntamente con los enseres que habían en las mismas, y una tremenda algarabía se enseñoreaba en el ambiente. Pues mientras que unos se precipitaban con un incivismo insual hacia la entrada del auto que como la boca gigantesca de un dragón no cesaba de tragar personal, otros queriendo ser los primeros en subir no dudaban en atropellar, empujar y dar patadas y codazos a quien se pusiese por delante; asimismo muchos se colaban con descaro en la gran cola que se había formado para entrar en el BUS.
-¡Eh, ustecd caradura, sinvergüenza! ¡Vaya a la cola como los demás! - gritó una mujer echada en carnes a un pícaro que se abría paso a golpes.
-¡Oiga señora! ¡Cuidado con lo que dice porque yo estaba antes que usted! - se defendía el aludido.
Enrique y su chica también corrieron hacia el BUS y consiguieron suber en él.
-¡Mis padres! - exclamó Remedios.
- No te apures. Vienen detrás de nosotros - le dijo Enrique.
- ¡Como borregos...! Nos llevan como borregos al matadero - dijo alguien.
-¡Arranca ya Pepe, que ya no caben más! - gritó el cobrador desde un rincón del vehículo.
Fermin y su mujer corrieron angustiosos para alcanzar el maldito coche, pero éste cerró cruelmente sus puertas metálicas dejándoles a ellos perdidos en la calzada.
El vehiculo renqueante empezó a tomar velocidad y circuló por un sinfin de calles sinuosas o de amplas avenidas. Entonces la pareja al igual que el auto que unas veces se deslizaba suavemente por la carretera, pero en otros tramos éste andaba a trompicones, también ellos se amaban, o discutían agriamente por cualquier nimiedad. Durante el viaje, la pareja hacía amistad con algún simpático pasajero, pero en el momento más impensado éste se apeaba en cualquier parada dejándoles a ellos con la frustrante sensación de que aquel fortuito encuentro no había sido más que un bello sueño en la mente de un malévolo dios llamado destino.
Al fin el agente de Seguros y Remedios llegaron al lugar donde se encontraba su casa paterna, mas ella vio con un hondo pesar que ésta había sido derruida y sólo quedaba un vacío solar.
Entonces ellos se sentaron en el banco de una plaza del barrio, y se abrazaron con efusión, sabiendo que se tenían el uno al otro porque comprendieron que la vida siempre es un eterno volver a empezar.
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