Mi día libre lo pasé fuera de casa en un lugar que cada cierto tiempo acostumbraba visitar pero del que no me interesa ahondar. Al llegar por la mañana a mi hogar, mientras cantaba el gallo del vecino, mi madre me notificó de un llamado desde mi trabajo, justo al lugar que debía dirigirme luego de desayunar.
- Hijo, no es necesario que vayas a trabajar.
- ¿Cómo así? Debo ir, es mi responsabilidad.
- Dijeron que no te iban a renovar tu contrato.
Al día siguiente me volvieron a llamar pero por suerte yo estaba en el domicilio. Era la jefa que me acompañó durante mi primer mes de inexperiencia laboral para informarme que el cheque ya estaba disponible en la tienda, así que lo podía retirar cuando quisiera. Al llegar a la tienda veinte minutos después de la llamada me entregaron una bolsa de basura con mis pertenencias, el cheque en cuestión y la siguiente explicación: se vienen tiempos difíciles para las ventas de zapato y por lo mismo necesitamos una persona fornida que tenga mayor experiencia laboral.
Antes de retirarme de la tienda me dispuse a ordenar los modelos de zapatillas, sin recordar que ya no era funcionario de la empresa de calzados y seguía conversando con mis compañeras, era la última conversación del algún tema que no recuerdo, mientras de fondo seguía sonando Madonna, el mismo disco que escuché durante todo ese mes de trabajo que ya se había acabado.
A pesar de lo que puedan pensar, no fui corriendo al primer cajero para retirar el dinero, de camino vi que la fila contenía a muchas personas por lo que decidí regresar a casa. Quería meditar bastante bien en que utilizaría mi primer sueldo.
Al día siguiente salí temprano de casa con el billete y sin dinero en los bolsillos. Caminaba y caminaba por las calles de la comuna, como si el tiempo fuera eterno y mi destino no fuera muy claro. Mi tranquilidad no aparentaba las discusiones de primeras horas del día con mi madre, pero supongo que si fueran temas preponderantes todavía los recordaría. El banco estaba cerrado, así que continué mi caminata hasta llegar a una caja en la que pudiera cobrar el cheque y cuando mi turno llegó firmé el cheque por delante y en el costado trasero inscribí mi rut. A pesar de darme cuenta que el primer número estaba borroso le entregué de todas formas el documento a la mujer de abultados años que cumplía su turno laboral. La mujer me entregó treinta mil pesos en vez de ciento treinta mil, se había confundido de monto y ya había timbrado el cheque.
- ¡Mijito! Pero como no me advirtió antes, no ve que yo atiendo mucha gente.
- Pero señora, esa es su función. No es culpa mía.
- Bueno, le voy a dar una autorización para cobrarlo en el banco.
- Pero ya está cerrado y yo no tengo dinero.
- Bueno, eso no es mi culpa y ya no tengo nada más que hacer.
Era la tercera mañana seguida en la que esperaba cobrar mi primer sueldo y como no pude dormir en toda la noche mis parpados estaban inflados como una pelota de fútbol. La verdad es que ya me tenía un poco atolondrado el tema del trámite y mi humor no era el más optimo. Después de una caminata que recordaba todos los laberintos del día anterior llegué al banco, le expliqué al guardia lo que había sucedido y el me respondió lo siguiente.
- Eso que usted me está contando es muy raro, primera vez que lo escucho.
- No puede ser y ¿Qué hago yo ahora? Es todo lo que me queda.
- No sé por amiguito, no es mi tema. No, si es broma, vaya a la caja no mah.
Finalmente después de algunas bromas de la vida y un grupo de personas mi sueldo ya estaba de manera integra en las manos correctas, en las mías. En ese momento recordé a muchas personas que por esos días me hablaban de las bellas sensaciones llenas de esperanzas que les hacía recordar el momento en que recibieron su primer sueldo, el sentimiento completamente opuesto que yo digería mientras contaba mis pocos y sucios billetitos.
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