Pareciera que a ningún adicto le importa que le pulverice los labios y los vuelva quebradizos, que inunde todo de tonos amargos y descomponga el aliento. Debo confesar que todas las mañanas siento como me asfixia, estrangulándome por el lento camino agónico que me lleva a la muerte. Si se llenan de humo los pulmones será por el resultado de la inoperancia comercial y no es un argumento para llorar frente a los santos y renacer... Aquí nadie vuelve a nacer.
Se quiebran las piezas dentales y se tiñen de un grisáceo nauseabundo, pero es difícil dejar de lado al suicidio que puedes oler a cada instante: con un filtro en la boca se inicia la terapia del mal radioactivo. La herencia de la instauración social está en tu alma y te volverá cada día más adicto, porque a pesar de que la publicidad te advierta la enfermedad, ese mismo hecho te motiva a envenenarte.
A nadie le afecta sentimentalmente tragar un poco de veneno para ratas, con migajas de Alquitrán, sin olvidar a la joven nicotina y don Monóxido que te atrae con sus dichos y coqueteos corrosivos. Todos vamos a terminar en una camilla pidiendo perdón a los dioses - con emoción - quemándonos por dentro y derramando algunas lagrimas llenas de sueños incompletos.
¡Comenzó el ritual cancerígeno! Y a todos nos seduce su sangre negra y podrida.
A pesar de todo seguimos felices de poder disfrutar nuestro último cigarro en el cajón claustrofóbico. La calavera se acerca con un encendedor que remarca el cuadro fatalista que agita los cadáveres entre gusanos y ácidos recuerdos. No soy una campaña publicitaria, vivo en el eterno padecimiento, en el margen de mi familia y los que ya se fueron por la influencia del elemento creado para eliminar vidas y ganar dinero.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales