Un domingo por la mañana. El día soleado invitaba al paseo.
—Papá ¿me puedes hacer un favor? Ya que sales, cómprame unas toallitas para baño en los chinos, porfa.
No me costaba nada acercarme a un «todo a cien» y, de paso, curiosear por la tienda.
Me recibió un sonriente oriental que acabaría de aterrizar en España ya que sus palabras de bienvenida fueron de manual:
—Buenos días, señol o señola según el caso
En lo primero que me fijé fue en el dorado gato mecánico que movía su pata delantera acompasadamente. Sabía que era su «Gato de la Suerte», pero su actitud amenazante me recordaba más a las manifestaciones del primero de mayo con los obreros blandiendo sus puños. Mal augurio.
Entre vajillas, plantas de plástico y material escolar… me perdí. Solicité la ayuda de una dependienta.
— Por favor, ¿las toallitas húmedas?
Primero me dirigió a las toallas de rizo.
—No, no. Toallitas húmedas
De nuevo cambiamos de pasillo. Me mostró unos pañuelos desmaquilladores.
—Lo que busco son toallitas para el baño.
No me entendía. Opté por explicarme de la manera más gráfica llevando mi dedo a la zona anal. Abrió sus rasgados ojos y se fue a la trastienda.
Volvió acompañada de lo que debía ser el portero de una discoteca china a juzgar por sus grandes hechuras.
La mujer debía contarle a gritos lo que yo había hecho mientras me señalaba. Sin mediar palabra, el enorme oriental me propinó un puñetazo que me tumbó. Dolorido me dirigí a la salida y de nuevo miré al gato comunista que continuaba agitando su pata de delante atrás. Al franquear la puerta volví a oír:
—Buenos días, señol o señola según el caso.
Llegué a casa con un ojo morado. Mi hijo preguntó por las toallitas y conteniendo mi ira le contesté:
— ¡Utiliza el papel higiénico como todo el mundo!
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