Le quedaban solo 2 encendedores y una esperanza de vida fumadora de dos meses y 16 días, lo cual deseaba alargar a toda costa. Desde que comenzó a usar el noveno encendedor utilizaba por sistema la colilla del pitillo precedente para dar lumbre al siguiente. Pero el método no era absolutamente eficaz, por cuanto dejaba de funcionar cuando se duchaba, se lavaba los dientes o mientras comía. Desde luego a la hora de acostarse debía apagar también el cigarrillo y volver a utilizar el encendedor al día siguiente. Todo este disparate hizo que su consumo habitual de 40 cigarrillos diarios, pasase a superar los 120. Pero como todo tiene un final, al encendedor número nueve le llegó también el momento en que se le agotó la última llama. Había durado 88 días.
Al primer contacto con el encendedor número diez, le pareció que se encontraba en el corredor de la muerte, ya sentenciado en espera de la hora señalada para el ajusticiamiento.
Decidió que no se ducharía, que no dormiría, que no dejaría de ningún modo que el encendedor se acabase como había sucedido con los nueve anteriores. Compró muchos kilos de café y de productos energéticos que quitasen la modorra y se dedicó única y exclusivamente a fumar un pitillo tras otro, durante las 24 horas del día. Así llegó a consumir una media de 150 cigarrillos diarios, por lo que se fumaba 3 cartones de 10 cajetillas cada 4 días.
Cuando su hermano, alarmado porque no respondía a sus llamadas telefónicas, fue a visitarlo y no obtuvo contestación a sus insistentes timbrazos, llamó a la policía, que abrió la puerta de la vivienda y lo encontraron muerto en el sofá, con miles de colillas de cigarrillos regadas por el suelo de la habitación.
Su hermano horrorizado por la visión del cadáver descompuesto, sacó una cajetilla de tabaco del bolsillo de su chaqueta y al darse cuenta de que no tenía fuego, se percató de que en la mesa de centro se hallaba depositado un encendedor, que cogió estirando la mano y al primer intento le proporcionó la llama suficiente para encender el cigarrillo, al que dio una bocanada con satisfacción, mientras pensaba: tengo que dejarlo.
Tío Eulogio/febrero 2014
tioeulogioytom@gmail.com
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