CORAZÓN SOLITARIO parte 2

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Cuando ya estaba a punto de abandonar, desalentada, este sistema de contactos, entabló amistad con Julián, quien le aseguró tener 52 años, medir 1,87, tener más pelo que un león en la cabeza y el vientre más liso que una tableta de chocolate.

Ella, siguiendo su método habitual, le propuso comprobarlo a través de la cámara, pero el manifestó que su timidez era patológica y se sentía mucho más cómodo  escribiendo,  sin necesidad de someterse a un escrutinio visual.

Aunque muy recelosa por la negativa y en contra de su cotidiano proceder, continuó  manteniendo contacto casi a diario con él, hasta que, sorprendiéndose a sí misma, le pidió una cita.

Él le contestó en el sentido de que no sabía si estaba preparado todavía, pues como ya le había comentado  en uno de sus “chats”, tenía aun el corazón destrozado por la última mujer que había tratado y eso que ya habían transcurrido más de cuatro años.

Ella,  con amabilidad y buenas palabras, terminó convenciéndole, al cabo de un tiempo y de este modo señalaron de común acuerdo el día, lugar y hora de la cita.

Lo reconoció al instante, no podía ser otro, estaba segura. Allí estaba, al final de la barra, señorial, elegante y seductor, aparentando por lo menos cinco años menos de los que decía tener. Cuando fue a presentarse, él le cogió la mano con destreza y se la llevó a los labios, mientras  que le acercaba un taburete para que tomase asiento.

Ni en sus mejores sueños  había pasado  una velada tan encantadora y divertida. Definitivamente él sabía cómo tratar a una dama, alabando su mirada, sus manos, sus gestos, su risa, su perfume, su vestido, sus aderezos, sus complementos, sus silencios, su figura, su cutis y en definitiva  todos los detalles, sin pasar por alto ninguna lisonja.

Después de tomar un aperitivo, fueron directamente a la ópera, donde ella disfrutó con la magnífica interpretación de la “La Traviata”. Al terminar la representación la llevó a cenar a la mejor marisquería de la ciudad, donde acabó ahíta de percebes, gambas, cigalas y langosta, todo ello acompañado de un excelente borgoña, del que se bebieron dos botellas.

Más tarde, después de bailar en una discoteca céntrica, él le propuso,  tartamudeando, ir a pasar la noche a un hotel de lujo, a lo que ella, algo achispada, aceptó de buen grado.

Se instalaron en la suite nupcial, tomaron más copas y dulces y luego hicieron el amor dos veces en la gigantesca cama redonda, hasta que ella se durmió en sus brazos.

Al despertarse a la mañana siguiente, tras reconocer la suntuosa habitación, se percató de su ausencia. Consultó el reloj y al observar que eran ya las diez y media pasadas, supuso que se habría ido a trabajar y que, educado como era, se habría aseado y vestido con  el mayor de los sigilos para no despertarla.

Aunque suponía que sería carísimo,  pidió el desayuno por teléfono,  pero al observar  que el carrito  que le trajeron contenía entre otras muchas cosas, una bandeja de ostras y una botella de champagne, le dijo al uniformado camarero que debía de tratarse de un error, pues ella solo quería un café con leche, tostadas y como mucho algo de bollería, pero el camarero la tranquilizó diciéndole que todo estaba ya pagado de antemano.

Degustó el exquisito desayuno con deleitación, pensando en las palabras de agradecimiento que le dedicaría esa noche cuando “chateasen”.

Al terminar el desayuno se fumó tres cigarrillos sentada en un gran sofá, mientras se acordaba de los malos tiempos pasados ,que ahora le parecían nubes negras  que se habían disipado, dejando paso a un sol resplandeciente.

No sabía que excusa daría en la biblioteca por haber faltado ese día al trabajo, pero decidió que no le importaba lo más mínimo la cuestión. Ya se le ocurriría algo más tarde, pues ahora debía disfrutar del momento presente.

Tomó un taxi a la puerta del hotel y le dio al conductor la dirección de su casa. Por el camino, iba mirando las calles, las tiendas, la gente y hasta la lluvia, con una nueva mirada llena de paz y de alegría.

Cuando fue a sacar las llaves del bolso para abrir la cerradura, vio que había un diminuto sobre en su interior. Sin duda se trataba de un mensaje de Julián. Decidió entrar primero en el piso, quitarse el abrigo y pasar al salón, para poder leerlo cómodamente sentada en su sillón favorito.

Pese a  los nervios, alcanzó a coger un cortaplumas para rasgar el sobre. De su interior saco una pequeña tarjeta en forma de corazón, en la que podía leerse:

Eres tan dulce y encantadora, que me disgustaría de veras haberte contagiado el Sida.

 

                                                                         Tío Eulogio/febrero 2014

 

 

 

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