Luna, mi hermana desconocida, Cap 6

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— Hola, luna — saludé sorprendido y alegre — Qué hacés acá.

— Vine a comprar ese duende de madera que me encanta. — dijo, haciéndose la tonta. — lo voy a poner en mi cuarto.

— Ah, pensé que viniste a visitarme. — le contesté, fingiendo tristeza.

— Ni en pedo. — dijo cruelmente.

— Y supongo que averiguaste dónde trabajo de la misma manera que conseguiste mi teléfono.

— No. — respondió Luna. — lo de tu teléfono fue más difícil. Pero esto fue un juego de niños. Si te la pasás publicando cosas de este negocio en tu Facebook. Y en tu información dice que trabajás acá. O, mejor dicho, que sos dueño.

— Así que la señorita anda revisando mi Facebook.

— Como si vos no lo hicieras. — me respondió ella de inmediato.

Le di el muñeco en cuestión, sin cobrárselo. Cuando ella insistió en hacerlo, yo le propuse que en lugar de pagarme, me haga compañía un rato.

Se quedó toda la tarde conmigo. La tarde más linda que recuerdo. Su extrema juventud me contagiaba de una vitalidad impresionante. Su sonrisa me hacía olvidar de cualquier problema que pudiese tener. Su fragancia me hacía querer estar cerca de ella todo el tiempo. Cuando terminé de atender a un cliente, nos abrazamos detrás del mostrador y nos besamos. ¿Cómo explicar qué se siente besar a la chica que más te gusta, y que además es tu hermanita? Aquellas descripciones que yo leía en ciertas novelas que se tornaban, por partes, románticas, y que yo tachaba de estúpidas, encajaban a la perfección con lo que me hacía sentir Luna. Mariposas en la panza, deseo desenfrenado, amor puro, inviolable. Besé sus labios de frutilla, y saboreé su lengua mentolada. Acaricié su espalda a través de la suave tela de la camisa. La abracé con fuerza. No quería que se separe de mí. No quería que se vaya a ninguna parte. Era la niña de mis ojos. La hermanita que nunca pude tener. La mujer que siempre quise conocer. Era el cielo. Era el infierno. Era la felicidad y el desastre. Era mi Luna. Y también era mi sol y mis estrellas.

Mi amigo Kevin solía decirme que ya llegaría mi turno de perder la cabeza. Y ahora sé que tenía razón.

Cerré el local uno rato antes del horario habitual. Luna se había quitado el pantalón y la camisa. Sólo llevaba su ropa interior blanca. No podía ser más hermosa. Nos tumbamos en el piso y empezamos con el hermoso acto incestuoso.

Le desabroché el corpiño. Besé sus tetas, pequeñas, preciosas. Me ayudó a desvestirme, acarició mi sexo, se sorprendió por el tamaño.

— Metémela despacio, por favor. — rogó.

La besé. Una y otra vez. En la boca, en la nariz, en los ojos, en las orejas. Estaba riquísima. Me puse el forro y apunté mi falo al pequeño volcán que estaba entre sus piernas. Me miró a los ojos con cierto temor, como repitiendo su súplica anterior con su mirada celeste y acuosa.

Apoyé el glande en la entrada de su sexo. Empuje despacio. Ella gimió, y cerró los ojos. Empujé de nuevo, y metí la cabeza entera. ¿Así está bien? Le pregunté. No quería lastimarla. No quería que por nada del mundo sufra. “así está bien” me contestó. “Metémela más adentro. Quiero sentirla toda adentro. Pero despacito”.

Se la metí más adentro. Cada movimiento pélvico enterraba mi verga un poco más honda. Ella se mordía los labios y cerraba los ojos. Pero luego los abría y me iluminaba con su hermoso brillo. Me abrazó fuerte, y rasguñaba mi espalda cada vez que me metía más adentro. Aumenté la velocidad de mis embestidas. Ella comenzó a jadear. “me gusta mucho” me susurró sin que yo se lo preguntara. “me gusta mucho” repitió.

Su cuerpo estaba caliente. Casi parecía afiebrado. El calor me envolvía y me hacía sentir en un lugar cálido y acogedor. No quería salir nunca de adentro suyo. Estuvimos copulando un tiempo que desconozco, pero que estoy seguro de que fue mucho más extenso de lo normal. Fui el primero en acabar. Descargué mi eyaculación mientras la seguía penetrando. Por un momento deseé no haber usado preservativo y llenarla de semen. Le estrujé los pezones cuando largué mi último chorro.

Ella estaba en el piso. Con las piernas abiertas. Agitada. Se secó la transpiración de la frente con la mano. Su rostro también estaba lleno de gotitas de sudor, y su rostro más colorado que nunca. Me arrodillé y metí la cabeza entre medio de sus piernas. Comencé a acariciar sus gambas mientras le succionaba el clítoris. Ella pareció sorprendida. Empujó mi cabeza como pidiendo que sea menos brusco. Yo lamí en rededor del clítoris, pero enseguida, cuando creí que ya estaba lista, volví a chupárselo, y a apretárselo con mis labios.

Luna me acarició la cabeza “ahí voy. No pares” me susurró. Y enseguida explotó en un orgasmo que convulsionó todo su cuerpo, y largó sus fluidos vaginales en mi cara.

La imagen era demasiado hermosa. Luna, despeinada, agitada, colorada, desnuda, y transpirada, con las piernas abiertas y el sexo hinchado y empapado. Agarré el celular y le tomé una foto. Ella me miró con reproche, pero luego, como cambiando de parecer, me sonrió. Le saqué otra foto.


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