Luna, mi hermana desconocida, Cap 7
Por Gabriel B
Enviado el 06/07/2020, clasificado en Adultos / eróticos
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Luego de aquel encuentro nuestra relación se afianzó más. No era necesario que uno le pida al otro que seamos novios. Ya dábamos por sentado que así era. Hablábamos todos los días por mensaje, o videollamadas, y nos veíamos día por medio. Ella no tenía motivos para pensar que yo tenía a otra, pero cada tanto me hacía escenas, cuando tardaba en responderle algún mensaje, o descubría que alguna chica comentaba alguna foto que yo subía a Facebook. Pero estas escenas solo servían para darle un poco de sabor a nuestra relación, y lograban que no se torne tan monótona. Como mucho, pasaba un día y ya estábamos amigados, cosa que coronábamos con una hermosa noche de sexo.
Nos gustaba ir al cine, donde yo aprovechaba para acariciarle las piernas mientras ella miraba alguna película cursi. Aunque también solíamos ir a bailar. Ella atraía las miradas de todos los tipos, cosa que, lejos de molestarme, me gustaba mucho, porque yo tenía la certeza de que Luna sólo me deseaba a mí. También pasábamos fines de semana encerados en mi departamento. En las tardes frescas nos gustaba dormir abrazados en cucharita. Cuando no nos veíamos, como dije, solíamos hablar por chat y por videollamada. En estas últimas ella se mostraba con las prendas más sexis que tenía, y cuando vestía minifalda le gustaba enfocar la tanga que llevaba puesta.
Un día le mandé un mensaje. La había visto el día anterior, pero estaba necesitado de ella. A estas alturas casi había olvidado que Luna era mi hermana. Y si lo recordaba, en ningún momento ponía en duda mi relación con ella, al contrario, me hacía amarla aún más, ya que sabía que además de la atracción física nos unía algo mucho más fuerte. La relación incestuosa comenzaba a convencerme de que teníamos el privilegio de tener un romance que nadie, o casi nadie podría tener jamás.
Luna acudió a mi pedido, y llegó a mi casa sin que pasara si quiera una hora.
Apareció con un vestido corto que yo no conocía. Estaba encantadora. Ya le había dado un juego de llaves, así que entró como pancha por su casa. Apenas me vio saltó encima de mí y me rodeó tanto con sus brazos como son sus piernas. Yo aproveché para meterla mano por debajo del vestido, y le acaricié suavemente las nalgas.
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