No sabía cómo había llegado hasta allí. Recordaba dirigirse al trabajo como cada día, con la misma masa apresurada de siempre a su alrededor, cuando de pronto le sobrevino un narcótico y espeso desvanecimiento del que logró salir imposible determinar cuánto tiempo después.
La vivienda en la que se encontraba era un espacio diáfano que cumplía la doble función de salón y dormitorio, al que media docena de apliques LED resolvía la ausencia de luz natural. Arreglada con lujo e indiscutible buen gusto, la estancia de planta rectangular se hallaba dominada por una cocina americana propia de las mejores revistas de decoración, llenos sus muebles de almacenajes de los más delicados manjares. Y en generosas cantidades. Envases al vacío de jamón ibérico, caña de lomo, mojama y queso; conservas del mejor producto nacional y de importación; aceites y vinos que harían las delicias del gourmet con el paladar más exigente;... Frente a ella, ocupando la esquina izquierda de la pared, un pequeño baño levantado con placas de yeso daba solución a las necesidades de higiene de su ocupante.
Dos puertas daban acceso a la vivienda. Con el miedo bien acomodado en el cuerpo se dirigió a la más cercana a la cocina, hallándola cerrada. No quedaba otra que dirigirse a la frontera, su segunda opción, pues la coronaba un siniestro luminoso donde podía leerse «EXIT?», así escrito, punteada la palabra con una interrogación tan afilada como la hoja de una guadaña.
Súbitamente, ya con la mano sobre la manija, se echó a reír, y fue la suya una risa nerviosa, incontrolada y un punto delirante. ¡Estaba en un escape room! ¡¡Un escape room!! No podía ser de otra forma. Sin duda, con la fecha de la boda ya tan cercana, sus familiares y amigos le habían preparado aquella broma para celebrar sus últimos días de soltería. ¡Pues se iban a enterar! Los minutos de terror que había padecido les iban a salir muy caros.
Con algo de hambre y mucha gula, atacó las exquisiteces que almacenaba la cocina sin orden sin concierto, regándolas con buenos tragos de vino que bebía a gollete. Cuando el estómago le protestó de puro lleno, algo embotados los sentidos por efecto del alcohol, se encaminó de nuevo hacia la puerta del luminoso, cuya manija sí estaba desbloqueada, cruzando triunfante el umbral tras el que sin duda hallaría el final de aquel juego de tan mal gusto. No fue así. En vez de sonrisas traviesas y codazos cómplices, lo que aguardaba al otro lado era una habitación estanco de 2x2 rematada con otra puerta que sólo pudo franquear cuando la que acababa de cruzar se cerró con un aciago clic. Una nueva vivienda llenó entonces su vista, de iguales proporciones y distribución que la que acababa de dejar, pero menos lujosa en cuanto a mobiliario, con alimentos no tan selectos a su disposición y, lo que era más espeluznante, en menor cantidad. Sobre la puerta frontera, un luminoso con la palabra «EXIT?» le dio la bienvenida a modo de burla.
Cruzó con irritación a una tercera estancia, e incluso tuvo la suficiente fuerza de voluntad para acceder a una cuarta, el miedo sustituyendo paulatinamente a la furia, y en cada ocasión se encontró en una estancia más modesta que la anterior y peor aprovisionada. Lo único que permanecía inmutable era el luminoso de «EXIT?».
¡Tenía que ser una broma! Tal vez participaba sin saberlo en un programa de televisión de cámara oculta o en un experimento sociológico de objetivo incomprensible. Pero no. Algo en su interior le decía que aquello era real; que había sido víctima de un secuestro y que su responsable le estaba obligando a jugar según sus retorcidas reglas. ¿Y si aquel laberinto para ratones concluía en una habitación sin salida alguna? ¿Y si en ella sólo encontraba pan y agua para saciar sus necesidades? ¿Y si…? Tanteó la manija y comprobó que cedía a la presión, como había ocurrido hasta entonces con sus hermanas. Al otro lado hallaría la salida o una nueva habitación, con las pavorosas implicaciones que ello conllevaba. Debía tomar una decisión y no era para nada fácil.
Una fuerza combativa que no sabía que poseyera se superpuso a su instinto de supervivencia, más inclinado a esperar la ayuda exterior entre aquellas cuatro paredes donde aún la comida era abundante, y así, tras hacer acopio sobre una manta de cuanto se pudo agenciar –no era de recibo pecar de estupidez–, inspiró una buena bocanada de aire y accionó con resolución la manija para tirar de ella hacia sí. De una zancada se colocó en medio de la habitación estanco y cuando el esperado clic anunció el cierre de la puerta a sus espaldas, abrió la otra de un empellón.
Un luminoso con la palabra «EXIT?» bostezó ante su firmeza, como lo haría un espectador aburrido por una película de lo más previsible, indicando la ¿salida? de una vivienda amueblada con muebles de montaje en kit.
B.A.: 2020
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