EN BUSCA DEL HÉROE 2

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No siempre la relación entre aquella singular pareja era tan tensa. Irene había asumido el papel de cicerone, y se empeñaba en enseñar a James Bond los lugares más emblemáticos de la ciudad Condal. Iban a la Plaza Cataluña, paseaban tranquilamente por las Ramblas, y solían desviarse hacia la comercial Puerta del Ángel para ir a parar al casco antiguo de la ciudad como era la calle Petrixol con sus granjas catalanas y las aleluyas en las fachadas como mudos testimonios de otras épocas pretéritas.

En otra ocasión fueron a visitar el templo de La Sagrada Familia, y posteriormente tiraron por la Avenida Gaudí donde hallaron una joyería, y a Irene le hizo gracia una pulsera que se exhibía en el escaparate.

Seguidamente el espía que siempre que podía hacía ostentación de caballerosidad, quiso obsquiar a su amada con aquella bagatela.

Entraron en el establecimiento y tras adquirir el regalo de súbito irrumpieron en aquel lugar una banda de cuatro atracadores con un pasamontañas que les cubría el rostro, los cuales a punta de pistola les amanazaron a todos exigiéndoles todo lo que había allí.

-¡Al suelo! - gritó James a su pareja, al tiempo que con la agilidad de un felino tomó una silla y se la lanzó a uno de los ladrones.

Este, desconcertado intentó atizar con una barra de  hierro al agente 007 mas él que ya estaba en guardia lo supo esquivar, y le dio una patada en el pecho con tal contundencia que lo desarmó en el acto; también le propinó unos puñetazos en la mandíbula, y a continuación le agarró el cuello por la espalda mientras que le retorcía el brazo en una hábil llave de judo con el fin de inutilizarlo. Esta maniobra que duró un par de minutos hizo que el cuerpo del delincuente sirviera de escudo al agente, para que éste recibiera los disparos de sus propios compañeros muriendo en el acto. Con la misma rapidez que antes, James se hizo con la barra de hierro y atizó a uno de los atracadores; le arrebató la pistola  y con ella disparó sin escrúpulos matando a dos más, e hiriendo de gravedad a un tercero.

Irene que no se había movido del suelo junto a las dependientas estaba lívida de miedo, le temblaban las piernas, pero a la vez se sentía orgullosa de la hazaña de su pareja. No obstante se inquietó porque durante la refriega ella percibió en la mirada de james Bond un destello de salvaje complacencia. ¿Es que aquel hombre era un psicópata capaz de matar a alguien sin pestañear?

- Bueno, ya pueden llamar a la Policía- les dijo el agente 007 a las asustadas dependientas del comercio con un peculiar estoicismo-. No creo que ahora éstos deseen causarles demasiadas molestias - añadió con ironía.

Tras aclarar aquel desaguisado con las Autoridades, la pareja reanudó su normalidad y así Irene se entró de que el agente había estado casado por un breve periodo de tiempo, pero que a su mujer la habían asesinado unos terroristas; como asimismo se percataron de que  ambos sentían la misma pasión por el deporte de las carreras de coches, especialmente por el PARIS DAKAR.

Poco después del suceso de la joyería, Irene que había comprado un nuevo tresillo en unos grandes almacenes, supo que había entrado en un sorteo  de un viaje de tres días para dos personas al Principado de Mónaco y había salido ganadora.

De manera que a primeros del mes de agosto, que era cuando ella tenía vacaciones la pareja alquiló un coche para dirigirse aquel país de ensueño. Pero el agente 007 que no podía perder la oportunidad de poner en riesgo su vida y puesto que él conducía el vehículo, tan pronto como pudo pisó el acrelerador aumentando vertiginosamente la velocidad del mismo. Y como es de suponer Irene estaba encogida en el asiento mientras le suplicaba al agente:

- ¡No corras tanto...! !No seas loco james...!

Pero él no le hacía ni caso.

Al fin llegaron a aquel aristocrático paraíso, se establecieron en un hotel de dos estrellas y por la noche vestidos de gala; james Bond iba con un elegante smoking negro y ella con un bonito traje largo de color crema que tenía un generoso escote, visitaron uno de los Casinos de Montecarlo.

Cuando irrumpieron en aquel lujoso edificio el agente 007 respiró hondo porque se sentía en su ambiente preferido. Enseguida se dispuso a adquirir las correspondientes fichas para apostar a la ruleta.

- ¿Pero qué vas a hacer James? No irás a jugar a la ruleta - le atajó Irene tomándole de un brazo.

- Déjame. No va a pasar nada. Es lo típico de aquí. Y si no ¿a qué hemos venido?

-¿Y si pierdes?

- Eso no me ocurre nunca. Soy un ganador nato. Además, la vida es un juego en la que unas veces se gana y en otras se pierde - respondió él.

-Eres un insensato.

Cuando James estaba a punto de recoger sus fichas se situó a su lado una bellísima dama rubia con unos mórbidos ojos verdes que le dijo:

- A ver si ahora tengo buena racha. Pues de un tiempo a esta parte no tengo suerte ni en el juego ni con los hombres.

-¿Ah no? Pues en lo primero no la puedo  ayudar señora, pero en lo segundo si lo desea puedo hacer que cambie de opinión - le respondió el agente con una seductora sonrisa.

Irene que lo había visto todo desde lejos estaba que rabiaba. "Será sinvergüenza este loco que ahora se las da de don Juan con esta pelandusca, y encima estando yo aquí con él!" - si dijo para sí la muchacha.

La dama rubia dirigió una insinuante sonrisa al agante 007, cuando en aquel instante de entre los jugadores surgió el amigo de James Bond llamado Félix Lester, que era un agente secreto de la CIA, que había colaborado en muchas misiones con el excomandante de la Marina Británica.

-¡Pero que alegría Félix! No esperaba encontrarte aquí - le saludó con much cordialidad James Bond.

- Sí. Estoy en Montecarlo porque sigo la pista de un terrorista que provoca estragos muy graves en el mundo de la Publicidad - le confió su amigo Félix Lester-. Ya verás como tu gobierno también requerirá tus servicios.

Aquella noticia hizo que se revitalizara el decaído ánimo del agente 007. Pronto volvería todo a ser como antes. ¿Pero lo comprendería Irene, aquella chica que había creído en él en sus horas bajas?

 


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