Relato feminista 2

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Llegó a su casa cansada. Había llevado a Lucas al jardín de infantes, y la directora le dijo que el nene se portaba mal, y le pegaba a sus compañeritos. Se fue a su cuarto, se tiró a la cama, y sin poder evitarlo se largó a llorar.

No era por lo de su hijo. O mejor dicho, eso sólo fue la gota que rebalsó el vaso. Vanesa se había separado hacía seis meses. Estaba harta de los maltratos psicológicos de Esteban. Desde hacía un par de años que había surgido un cambio profundo en el país, y en el mundo. Ella lo veía todo en su televisor. Las mujeres ya no toleraban los maltratos de los hombres. Ya no temían denunciar violaciones, ni cualquier otro tipo de abusos y maltratos. Los hombres estaban en la mira, y muchos de ellos ya comenzaban a cambiar, o por lo menos a fingir que cambiaban. La propia Vanesa notaba que ya no la acosaban tanto como antes por la calle. Y para una chica de veintidós años, con rostro bonito, piernas largas, y culo parado, era imposible no notar ese cambio.

Pero Esteban no cambiaba. De hecho, todo lo referente al feminismo lo ponía de mal humor, y cuando notaba un atisbo de rebeldía por parte de Vanesa, la humillaba con palabras venenosas.

Pero Vanesa lo abandonó. Había cosas que ya pertenecían al siglo pasado, y no había que permitir que sigan sucediendo en pleno dos mil diecinueve. Así que agarró todas sus cosas, y a Lucas, y se fue a lo de sus padres.

Pero la verdad era que, en el fondo, esperaba que Esteban le suplique que regrese, y le prometa que iba a cambiar. Sin embargo, él aceptó la separación con sorpresiva apatía. Vanesa comprendió todo unas semanas después, cuando una ex vecina le dijo que Esteban había metido a su casa a la peluquera del barrio.

Y por eso Vanesa lloraba amargada. Porque le salía todo mal. Su pareja la maltrataba, y la cambió por otra, que ni siquiera estaba más buena que ella, pero seguro era más puta. Y Lucas se había vuelto imposible desde la separación. No le hacía caso, y hacía berrinches por todo, y ahora resulta que golpeaba a sus compañeritos. Y como frutilla de torta, debía tres meses de alquiler. No soportaba tantos fracasos.

Sus padres sólo la albergaron unas semanas, y no los culpaba, apenas tenían espacio para ellos mismos. Vanesa, todavía confiada, gracias a su emergente empoderamiento, había usado sus ahorros para pagar los primeros meses de alquiler, convencida de que pronto encontraría trabajo. Grave error. Enseguida se dio cuenta de que la voluntad no bastaba para alcanzar los objetivos.

Sonó el teléfono, y Vanesa vio que se trataba del dueño del dúplex. Se limpió las lágrimas y se sonó la nariz. ¿Qué iba a decirle? Ni siquiera tenía programada una entrevista laboral. No iba a conseguir empleo pronto, y además, la situación económica del país estaba cada vez peor. Tampoco había posibilidades de volver con Esteban. Él ya convivía con la puta de la peluquera. Vanesa pensó que si fuese igual de puta, seguramente le iría mejor en la vida. Y mientras esa idea perniciosa envenenaba su mente, también pensaba que todo lo que creyó durante los últimos tiempos era una mentira. ¿Dónde estaba la solidaridad de las mujeres cuando realmente se las necesitaba? En la mayoría de las entrevistas de trabajo fue recibida por congéneres, así que eran las propias mujeres quienes no le tendían una mano, y decidían no contratarla por carecer de experiencia, o por cualquier otro pretexto ¿De qué le servía sentirse empoderada si no podía convertir ese empoderamiento en un beneficio real? Ni siquiera podía pagar el alquiler.

Vanesa se convenció de que no servía para nada, y que lo único que le quedaba, era su juventud y su belleza. El teléfono había dejado de sonar, pero el hombre que le alquilaba la casa ya la estaba llamando de nuevo. Vanesa atendió. El hombre le preguntó lo obvio. ¿Cuándo le iba a pagar?

– No tengo trabajo, y no creo que consiga por ahora. – Le contestó ella, con sinceridad.

Se oyó un profundo suspiro del otro lado del teléfono.

– Entonces vas a tener que ir buscando otro lugar.

– ¿Y si pasas por acá y vemos como lo solucionamos?

El hombre pareció confundido, al menos durante unos segundos, ya que se mantuvo en silencio.

– Voy para allá. – dijo, al fin.

Mario llegó a su complejo de Dúplex. Era su pequeño imperio. Ocho casas alineadas en un mismo terreno. Fue hasta el fondo, donde vivía Vanesa. Golpeó la puerta, y la chica lo hizo pasar.

Se había puesto un vestidito azul, un poco viejo, pero a una pendeja linda como ella, le quedaba bien cualquier cosa. “Qué linda piba”. Pensaba Mario, mirándola de arriba abajo “rubiecita, carita linda, culo precioso”. Alguien como Mario, a sus cincuenta y cinco años, y sus cien kilos, sólo podía estar con una chica como ella, pagando.

– No te voy a poder pagar el alquiler. – Le dijo ella.

– Eso ya me lo dijiste por teléfono. Me imagino que no me hiciste venir hasta acá para repetirme lo mismo.

Vanesa calló unos segundos. Hizo el gesto de pesadumbre que había ensayado. Se cruzó de brazos, y cuando apretó su cuerpo, por debajo de sus tetas, estas se movieron y levantaron. Sus labios dibujaron una sonrisa triste pero pícara, como el de una nena siendo regañada. Y su pierna derecha se flexionó, y sacó culo.

– La verdad es que no tengo manera de solucionar este problema, pero tampoco puedo irme a la calle con un nene de cuatro años. – dijo Vanesa, y agachó la cabeza.

– Así que querés apelar a mi solidaridad… – dijo Mario.

– Sí. Quería pedirte por favor que me esperes unos meses más.

– Mirá pendeja… – Dijo Mario, cosa que hizo exaltar a Vanesa. – Decime para qué me hiciste venir, sino me voy, y te rajo a vos, y a tu nene.

Vanesa no dijo nada. Le dio la espalada, y caminó despacio. Él la siguió. La pendeja meneaba la cadera, y Mario tenía los ojos clavados en su culo. Vanesa se perdió cuando atravesó una puerta. La siguió. Era la habitación. Ella estaba sobre la cama, de costado, dándole la espalda. Mario apoyó la mano en las piernas de la chica. Ella solo miraba la pared, con ojos resignados y tristes. Mario deslizó sus dedos, y comenzó a disfrutar de la piel con mucha paciencia. La mano se metió por debajo del vestido. Vanesa enmudecida, sentía cómo ese veterano empezaba a manosearle el culo. Luego Mario le quitó la bombacha, y se bajó los pantalones.

Mientras sentía cómo Mario rozaba sus piernas con su verga dura, buscando su sexo, Vanesa se preguntaba cuántas veces iba a tener que dejarse coger para que le perdone todos los meses de alquiler.


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