Raúl Piedraza está sentado en la parte alta del jardín de su casa, se cobija en la sombra del amplio mirador, tiene la piscina al frente y mas allá la vista se abre con un fondo verde claro que sugiere plenitud y que a su edad sólo es remanso de paz. Ve aparecer a su nieta Claudia, que dejó de ser niña hace algunos años pero aún conserva el andar descuidado y el gesto en otra parte. Le encanta mirarla, busca su mirada y cuando la encuentra le satisface el mohín hermoso de afecto que recibe. La joven tiene en su abandono expresión artística, la lleva en sus genes y salió guapa además. No se cansa de mirarla, sus movimientos están llenos de armonía escénica. Ya hizo sus pinitos en el cine con su madre, pero ya interpretaba antes de eso, lo hacia en su quehacer diario y de forma natural, tenía marcado su destino de actriz incluso antes de nacer.
Vuelve atrás en el recuerdo, se ve muy joven asistiendo a los actores de la compañía. Intentaba congraciarse con todos, hacerse un hueco entre ellos y aprender de sus experiencias y calidad artística. Se esforzaba por retener en la memoria los diálogos de los mas importantes y les imitaba en sus gestos y voces. No se perdía ninguno de los ensayos, en los que valoraba cada cambio y las sugerencias que iban surgiendo espontáneas, así como el respeto y los cambios de impresiones que éstas suscitaban. Se lo tomaban todos tan en serio… Cada cuál ocupaba su espacio, el director marcaba el paso pero respetando las peculiaridades de cada actor. Aprendió a valorar los ajustes y a sentir los matices sutiles que cada uno incorporaba a la obra hasta fundirse en un todo armonioso y acoplado. Era especialmente exigente, le irritaba cuándo surgían imprevistos o algunos de los actuantes no daba la talla y disfrutaba cuando el desarrollo era limpio y preciso. Sentía cuando la melodía se incorporaba a la escena y las frases se tornaban notas musicales de una sonoridad equilibrada y deliciosa. Se acostumbró en los ensayos a apuntar textos cuando alguien olvidaba parte de ellos, lo que le valió que le buscasen cuando alguien entraba en dudas. Luego hizo sustituciones y llamaba a la curiosidad por su juventud, le decían que parecía un niño “revejío”. Juan Solana, le incorporó a una de las obras que dirigió, lo hizo sin más, sin necesidad de que alguien faltase, el papel le venía a la medida, pero luego todos los que le fueron llegando le encajaban.
Desde un principio se sintió actor de teatro, tenía un talento especial, una impostura natural del personaje que se ajustaba al escenario, el tono de voz adecuado, la gesticulación medida para que se apreciase en los diferentes ángulos y un movimiento acorde y en libertad que le hacían único. Tan pronto la crítica le encumbró su popularidad creció en los medios profesionales de una forma sorprendente y las llamadas de diferentes medios no se hicieron esperar. Directores de cine y de televisión le querían en sus proyectos, pero ninguno consiguió apartarle de la escena, se sentía únicamente actor de teatro y nunca dejó de pertenecer a una de esas compañías que durante años hizo giras por el país con las obras más diversas.
En cada etapa de su vida actúo con gran dignidad y encarnó sólo aquellos personajes que consideró afines. Se le consideraba un genio indiscutible de la escena. Además, se le respetaba dentro y fuera de la profesión por ser actor exclusivo de una especialidad artística concreta, el teatro.
La nieta, ya envalentonada por sus pinitos como artista, le puso ante una realidad que para él nunca revistió importancia, le contó que se había puesto a leer los innumerables recortes de prensa que su madre guardaba de él, en los que tanto críticos, entendidos e innumerables admiradores, se manifestaban con los elogios más impresionantes. Todos sin excepción lo consideraban el actor por excelencia del teatro español y ganador de todos los premios asumibles. Nadie discutía su grandeza y valía artística.
Luego llegó lo inesperado,
- ¿Por qué, cuando digo en el colegio que soy hija de Elena Piedra, todos se muestran enfervorizados y quieren saber cómo es mamá?… Y
- ¿Cuándo digo que soy tu nieta, nadie parece interesarse?.
La niñez no sabe de sensibilidades, tampoco de la importancia de los diferentes medios y que el teatro, al que entregó su vida, no tiene la repercusión popular del cine o la televisión. Su hija con veinticinco años ya había salido en más de siete películas y cuando iban juntos era requerida para firmar autógrafos y hacerse fotografías con ella y él, a su lado, con un historial espléndido y un caché profesional excelente pasaba desapercibido.
Era el precio que debía pagar por disfrutar del placer único de poder ser íntegro con su sentir y ser profesional.
A ella no quiso explicárselo para no condicionarla. Pensó, que podría resultarle hermoso abrirse al amplio abanico de actividades que se le presentaría como actriz, sin tener limitación alguna.
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