Despiertas. O eso crees. El cielo está nublado. Sabes bien donde estás. O al menos eso piensas, pues el lugar donde estás, si bien es como lo recuerdas, en realidad sabes que no debería de ser así. Tal y como sucede en un sueño, cuando crees que estás en cierto lugar, pero en realidad, al despertar ya sabes que no era allí. Frente a ti, tan solo hay un enorme laberinto, cubierto de setos, árboles, hojas y raíces. Tan solo puedes ver tres opciones. Probablemente haya más, pero tú tan solo ves tres en ese momento. La primera, la consideras un suicidio, por lo cual, la descartas por completo. Puedes quedarte donde estás, o entrar. Consideras que has de continuar el jurgo. Así que hacia dentro. Las piernas te flaquean, pero aprietas los dientes y continuas. Por alguna razón que pesa dentro de ti lo haces, ignorando toda lógica. No obstante, en cierto modo estás feliz. Nada más cruzar la entrada, te das la vuelta. Ya no está. Tan solo ves más setos, árboles, raíces y hojas. Intentas mirar desde lo alto de un árbol, pero tan solo hay eso, hasta donde alcanza la vista, en todas direcciones. Caminas. No queda otra. Te preguntas, que te ha llevado hasta allí. Lo intuyes, pero no lo sabes. Entonces, nada más cruzar la primera esquina, te encuentras. Eres tú. Te faltan varias partes, pero te reconoces. Reposas en descanso eterno sobre un ataúd de madera de cerezo recubierto de terciopelo, totalmente abierto. El moho ya ha comenzado a calar la madera y tú propio cadáver. Observas tú cuerpo inerte. Un cuerpo que no podría devolverte la mirada, pues no tiene ojos. Por alguna razón, piensas que quizás te lo mereces. Y no solo eso. También le falta una oreja. Te la han cortado limpiamente. ¿Qué es lo que no supiste escuchar? Aunque de lejos, lo más macabro es la ausencia de corazón. Hay marcas de garra en el pecho. ¿A caso te lo han arrancado? Piensas en una bestia. En un engendro de Lucifer. O en una persona. Hay columnas de corintio con detalles del Hades. Entonces recuerdas aquella primera opción. Volverte a casa. Tarde. Sabes que a tú cadáver aún le falta algo. Puedes intuirlo, pero no lo ves. Sigues caminando. Los días pasan lentos. Sin hambre y sin sed. No encuentras la salida. Es normal. Te faltan los ojos. Entonces los ves. Hay dos manos de piedra sembradas en el suelo. Cada una de ellas sujeta a uno de tus ojos. Los está obligando a mirar. Hay un jardín. Representa una escena de tu vida con estatuas. No estás solo tú. Hay alguien más. Sabes quien es, o al menos eso crees. Querrías a esa persona, de haber tenido corazón. Tú estás en el suelo, intentando levantarte, pero no parece que tenga pensamiento de ayudarte. Según crees, tú la quieres. Entonces… ¿por qué? Parece que está pendiente de otras cosas. No quieres averiguarlo, por lo que tomas tus ojos y te los guardas. ¿Por qué sientes dolor? De repente apareces en otro plano. No puedes ver nada, pero puedes escucharlo todo. Sigues a una voz, te dice: ven, vente conmigo. No sabes lo que escuchas, o al menos eso crees, pero todo aquello lo escuchaste ya antes. O no. Te produce dolor. Te preguntas por qué. Es algo que tú ya sabias. Pero vuelves a escucharlo desde otro plano. Con más claridad tal vez. Ahora puedes volver a ver. Estás de nuevo en el laberinto. En tu mano, está la oreja que te faltaba. La guardas y continuas tu camino. Cada vez el sentimiento es más oscuro e intenso, y es normal. Te acercas a tú corazón. Está en un pequeño bosque cercano. De nuevo, hay varias estatuas representando una maquiavélica escena. Entre todas, agarran tu corazón. Sonrisas sádicas. Sonrisas tiernas. Algunas estatuas se repiten. Por un instante te das cuenta. No pelean por él. Quieren destruirlo. Sangra. No sabes si es cierto o tan solo está en tú cabeza, pero te acercas y recuperas tú corazón. Entonces todas te miran a la vez y te lo recuerdan: no te pertenece. Lo repiten una y otra vez. Empiezas a creerlo. Te marchas, pero las voces te acompañan. Cada vez gritan más, pero tú estás más lejos. Te vuelves por un segundo. Entonces las reconoces. Reconoces a todas las estatuas. Incluso a las que están repetidas. Misma persona, diferente situación. Pero lo recuerdas y te produce más dolor. Al final no había bestias ni diablos. Tan solo malos recuerdos. Recuerdos que te persiguen y te atan. Que te producen dolor. Huyes. Huyes hasta reencontrarte con tu cuerpo. Le devuelves todo lo que te falta. Le colocas tus ojos, tu oreja y tu corazón. Tu cuerpo se alza ante ti. Te mira. Tan solo hay vacío. Ni odio ni amor. Tan solo vacío. No quieres vivir. No te has hecho ningún favor. Entonces lo ves claro. Eso es lo que te falta. Lo que antes no pudiste ver. Ahora lo sabes. Estará en el laberinto. Intuyes. Tomas a tu otro yo de la mano y le dices: tendremos que buscarlo. Partís juntos.
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