Chantaje a mi madrastra promiscua 1/6

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Hasta el momento sólo eran rumores: susurros a mis espaldas, gestos ambiguos cuando la nombraban, sonrisas irónicas cuando se hablaba de ella… Al principio no lo creí en absoluto. Después de todo, años atrás, Florencia Orgambide fue una vedette de cierto renombre. Ahora, a sus treinta y tres años, ya habían pasado siete años de que se retirara de su meteórica carrera, pero todavía, al googlear su nombre, se encuentran un montón de imágenes suyas (La mayoría en ropa interior o con pantalones súper ajustados), y si se busca en YouTube programas viejos de Pasión de Sábado, se la puede ver detrás de los cantantes de cumbia, vestida con un top diminuto, y una minifalda ridículamente corta, que se levantaba con facilidad cuando hacía determinados pasos de baile, mostrando las nalgas esculturales, y la tanguita de turno.

Como venía diciendo, al principio no lo creía, porque a la gente le gusta prejuzgar a las personas, y una ex vedette venida a menos era el blanco perfecto para las habladurías. Además, Florencia hacía bien a mi padre. Él había quedado viudo (Y yo medio huérfano) hacía cinco años, y recién ahora pudo comenzar una relación con una mujer. Se lo veía tan feliz como hacía mucho no lo estaba. Quizá eso (ver feliz a mi padre), me impidió ver la obvia realidad.

Cuando me dijo que salía con ella, primero no lo pude creer, y después sentí vergüenza, porque Florencia fue la causante de muchas de mis erecciones, y eyaculaciones durante mi adolescencia. La idea de que pudiese ser mi madrastra me perturbaba y fascinaba en medidas iguales.

Cuando la relación se fue volviendo seria, comenzó a venir un par de veces a la semana, a quedarse en casa. De a poco fue trayendo sus cosas una por una, y cuando me quise acordar, ya era parte de la familia. Era simpática. Aunque me molestaba un poco su actitud condescendiente. Se notaba que quería caerme bien, y eso la hacía parecer una persona falsa. Quizá debí prestar más atención en ese detalle.

Me fui acostumbrando a su presencia: a comer con ellos, a verla ir y venir por la casa con sus pantalones ceñidos a ese culo todavía perfectamente tallado, a sus tangas colgadas en la bañera, a su charla amena, a su risa estridente, a su perfume rico pero sofocante…

Yo tenía veintitrés años. Mi padre cuarenta y tres, por lo tanto, ella me llevaba la misma edad que mi padre le llevaba a ella. Florencia oficiaba de intermediaria cuando las diferencias generacionales con mi padre hacían difícil la comunicación. Apaciguaba conflictos, y cuando podía, los evitaba. Comencé a quererla, no sin darme cuenta de que nuca podría amarla como a una madre. Era demasiado joven, y había llegado a mi vida cuando yo ya era un adulto, así que era imposible verla como una imagen materna. Además, por si lo anterior fuese poco, era extremadamente sensual.

Una noche, cuando estaba a punto de dormir, me llegó un mensaje de Whatsapp desde un número desconocido. El mensaje solo decía Hola, y acto seguido había un video. Yo escribí hola, pero no me contestaron. Con intriga, abrí el video. Había una chica rubia sonriendo a la cámara. Tenía el pelo planchado, suelto; sonreía con perfectos dientes blancos, mientras los pozos de su mejilla se hacían más profundos. La cámara se alejó, y ahora mostraba por completo, el escultural cuerpo de la chica. Las tetas operadas eran perfectas, enormes, con pezones puntiagudos; la zona pubiana estaba completamente depilada.

Era Florencia.

Me quedé sorprendido y fascinado viendo cómo continuaba el video. El hombre que sostenía la cámara (El celular supongo), la llamó con el dedo, como si llamase a una perrita. Ella se arrodilló, y lentamente gateó hacia adelante. La cámara se movió y ahora apuntó hacia una bragueta que ocultaba un bulto importante. La mano de Florencia palpó la bragueta, bajó el cierre y liberó una verga gruesa y cabezona. El rostro sonriente de Florencia se acercó al falo que la esperaba, totalmente erecto. El hombre dijo algo que no alcancé a entender, ya que estaba totalmente inmerso en lo que sucedía. Florencia rió, y se llevó la verga a la boca. Y no paró de mamarla hasta que el hombre se vino en su cara.

Estaba asombrado e indignado. Sentía lástima por mi padre, y también sentía asco, al saber que estaba con ella en la otra habitación. Sin embargo, también noté que tenía una potente erección.

Puse el video de nuevo, y llevé una mano por debajo de las sábanas.

continuará


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