Chantaje a mi madrastra promiscua 4/6

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Nunca me había equivocado tanto, te pido sinceramente perdón”. Ese fue el mensaje que le envié, varias horas después, una vez que me pasó el temblor en el cuerpo, producto del nerviosismo. Fue la mejor frase, entre las cientas que había pensado. Directa y concisa. Florencia me dejó el visto, y recién a las cinco de la tarde me respondió. “No le vamos a contar nada a tu papá sobre esta ridícula situación”.

Sentí un profundo alivio al leer ese mensaje. Aunque también me pareció extraño tener un secreto con ella. Ocultarle algo a mi padre (algo que compartía con su mujer), era en sí mismo una traición. Pero qué podía hacer. Nada ganaba con mostrarle el video. El único que saldría perdiendo sería yo. Me sentí avergonzado de mí mismo, como nunca lo había estado. El poder ficticio que me había inventado me encegueció. Se sentía morbosamente bien creer que la tenía en mis manos. Que una mujer como Florencia se viera obligada a aceptar mi chantaje sin cuestionamientos, era algo que despertaba fantasías oscuras en mi cabeza. Durante esa madrugada de insomnio, no pude evitar imaginar, qué sucedería si en vez de obligarla a marcharse de la casa, la obligase a otras cosas. Los sentimientos más impíos se agolparon en mis neuronas. Ahí estaría Florencia, temblando como una hoja. Yo con el dedo encima del celular, como si fuese el detonador de una bomba, a punto de tocar la pantalla y enviarle el video a papá. Florencia, oyendo cómo le explicaba, con calma, la situación. “si no te desvestís en dos minutos, le mando el video a papá. No le pienses mucho, el tiempo corre”, y Florencia Orgambide, furiosa pero resignada, comenzando a quitarse la remerita, sin quitar su mirada de asco hacia mí, quedando en corpiño, para luego inclinarse y sacarse el shortcito. “Toda la ropa” le diría yo, y ella haría un puchero, mientras, lentamente, quedaba en bolas ante su hijastro.

Por suerte espanté esa fantasía de mi cabeza. De haber intentado hacer eso, mi vergüenza sería peor, si es que eso era posible.

En los siguientes días evité cruzármela. En los horarios en que solía andar por casa, yo me iba a cualquier parte. Por las mañanas, esperaba a levantarme y a bajar a la cocina, recién cuando estaba seguro de que quedaba solo en casa. De vez en cuando me veía obligado a cenar con ellos. Ambos fingíamos hablar con total naturalidad. En mi caso no sé qué tan creíble era, pero Florencia era una gran mentirosa. No había nada que hiciera sospechar que su hijastro había intentado hacerle una mala jugada unos días antes.

Una tarde calurosa, fui a darme un chapuzón en la pequeña pileta que estaba en el fondo de la casa. Se suponía que Florencia andaba haciendo sus cosas por el centro, pero de repente apareció con una bikini blanca con los bordes azules. Nunca la había visto así salvo en fotos, así que quedé totalmente idiotizado con su cuerpo, mientras se hundía en el agua.

Se mojó por completo. Luego emergió, y sus pechos quedaron por encima del agua. Sus pezones se marcaban en la tela del corpiño.

– ¿Qué pasa, nunca viste un par de tetas? – Me dijo, provocativa.

– No… digo si… Perdón. – Susurré.

– No importa, es normal que me veas así. Todos los hombres lo hacen. Más bien deberías pedirme perdón por otras cosas.

– Pero si ya lo hice. – Dije.

– Sí, pero me lo vas a tener que pedir todos los días. Porque la verdad que te pasaste de la raya.

– Tenés razón, pero lo hice por papá.

– Sólo por eso te perdono. Porque lo hiciste por imbécil, no por mala persona. Ni se te cruzó por la cabeza que el video podría no ser actual ¿No?

– No, soy un idiota.

– Ya fue.

– Te dejo sola. ¬– dije, dirigiéndome a la escalera para salir de la pileta.

– No hace falta. – dijo, pero yo ya estaba subiendo. – ¿Te gusta mi nuevo color? – Agregó. La pregunta me desconcertó por completo. Se había teñido el pelo de un castaño claro.

– Sí – le dije.

– ¡Gasti! – me dijo, cuando le daba la espalda, obligándome a voltear de nuevo. – Deberías aprender controlar tus impulsos, y tu cuerpo. – cuando dijo esto último miró hacia mi maya. Yo seguí su mirada, y noté que mi sexo estaba hinchado, a media asta, como se dice.

Me fui a mi cuarto, sintiéndome humillado una vez más. Sin embargo, había algo que me inquietaba. Sentía que Florencia me había dicho algo importante. En la conversación que acabábamos de tener se había dicho algo mucho más significativo de lo que creía. Pero no alcanzaba a decidir cuál de sus frases era la que encerraba una verdad oculta. ¿Qué me había dicho? Se había burlado cuando miré sus tetas. Luego me dijo que debería controlar mis impulsos e hizo notar mi media erección. Sin embargo no se había mostrado escandalizada por ninguna de esas cosas. ¿Se me estaba insinuando? Era improbable. Las mujeres como ella están acostumbradas a recibir la atención de todos los hombres, tal como La propia Florencia lo había dicho. Esas cosas no le movían un pelo. Eso explicaría su naturalidad. ¿Qué más me había dicho? Que debería pedirle perdón todos los días. ¿Acaso pretendía cobrarme de alguna manera aquel error? Quizá así fuera, aunque no sabía qué quería de mí, aparte de humillarme de vez en cuando, como lo acababa de hacer. De repente me asaltó la pregunta que me venía haciendo desde hace muchos días. ¿Quién carajos me envió el video, y por qué? Pero no tenía respuesta a ese interrogante. Quien quiera que fuera, me había bloqueado. ¿Qué más había sucedido en la pileta? Las palabras se repetían una y otra vez en mi cabeza: Bikini, tetas, perdón, Imbécil, Impulsos, pelo… ¿Pelo? ¿Qué había dicho sobre el pelo? Se lo había teñido. Había creído que yo no lo había notado, y me preguntó si me gustaba cómo le había quedado. ¿Por qué quería saber eso? ¿Qué había detrás de esas palabras? Me desesperaba no entender, pero al mismo tiempo, tenía la certeza de que ese detalle era mucho más significativo de lo que yo y la propia Florencia creía. Era como sentir una picazón insistente, pero no saber qué parte de tu cuerpo rascar.

Y de repente mi cerebro atolondrado se iluminó.

Fui a mi computadora. Entré al perfil de Instagram de Florencia. Era muy vanidosa, como todas las mujeres hermosas, así que subía fotos casi a diario. Revisé las fotos una por una, desde cinco años atrás hasta la actualidad. Ahí estaba la verdad, tan clara como el agua. Sentí cómo la dignidad volvía a mi ser. Ahí estaba la verdad. La tenía nuevamente entre mis manos, y esta vez no se me iba a escapar.

Continuará


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