Cuidando a mi sobrina huérfana 4

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A la mañana siguiente me levanté a eso de las nueve. Faltaban un par de horas para ir al trabajo, así que hice un poco de limpieza en la casa. Entré a la habitación de Micaela, para abrir las ventanas y que se ventile un poco. No me había dado cuenta de que ese día faltó a clases. Ella estaba acostada, boca abajo, todavía durmiendo. El ventilador soplaba sobre su cuerpo, y le movía el pelo. Las sábanas estaban corridas a un costado, sólo le tapaban parte de las piernas. Una de ellas estaba flexionada, y los labios vaginales se marcaban en la ropa interior. Tenía una bombacha blanca, con el elástico un poco corrido para abajo. Parecía invitarme a terminar el trabajo, y librar a su precioso trasero de esa prenda.

Pero no podía hacer nada. Debía bancarme la calentura, al menos, hasta estar seguro de que ella también sentía algo por mí.

— Tío Gaby. — dijo, abriendo los ojos, y girando levemente el cuello. — ¿qué pasa?

— Nada, Mica, perdón, pensé que no estabas.

— Hoy falté a clases tío. — miró las sábanas que no la tapaban, pero en lugar de cubrirse con ellas, se limitó a girar su cuerpo. La espectacular vista de su trasero fue reemplazada por la imagen de sus tetas, grandes y movedizas. — No te vayas tío — dijo, cuando notó que me daba vuelta.

— Qué necesitás. — inquirí.

— Acercate. — susurró.

Lo hice. Me senté sobre el borde del colchón. Me abrazó. Sentí sus tetas apretadas sobre mi pecho.

— Gracias por ser tan bueno tío. — me dijo.

— De nad… — me besó con esos labios gruesos. Su boca era enorme, y su lengua hábil. M tomó de la mano, y la llevó a su seno. Lo acaricié, lo apreté, y con el pulgar froté el pezón. Me manoteó el sexo, y los estimuló hasta ponerlo duro, mientras seguíamos fundidos en un beso apasionado.

Me quité las zapatillas y me subí a la cama. De repente, descubrí, desesperado, que no tenía preservativo encima. Ella pareció leer mi mente, y de la mesa de luz sacó un paquete. Le quité la ropa interior, al tiempo que mordía el paquete para sacar el profiláctico. Acaricié su panza plana, y bajé, despacio, mientras besaba su cuello, hasta llegar a sus bellos púbicos, y luego sentir los labios vaginales húmedos.

Me puse el forro, sin sacarme ninguna prenda. Sólo mi verga estaba al descubierto. Le desabroché el corpiño, la abracé, enterré mi rostro en sus tetas, y mientras las saboreaba, me acomodaba, y apuntaba, para hacer el primer movimiento pélvico.

Me enterré en ella, gimió como una hembra, no había rastros de la adolescente que era en realidad. Su cuerpo voluptuoso, ya acostumbrado a la atención de hombres maduros, me recibió gozoso. Me acariciaba el pelo mientras la penetraba, y me susurraba que por favor no pare de hacerlo.

Sus tetas eran deliciosas, tenían un sabor salado por la transpiración de una noche extremadamente calurosa. Estrujaba sus senos mientras succionaba como un bebé sus pezones, a los cuales, cada tanto mordía, haciéndola gemir con intensidad.

Resigné esa deliciosa mamada para ponerme en una posición más adecuada para intensificar el ritmo de mis embestidas. Le agarré ambas tetas y comencé a sacudirla con violencia. La cama se movía y los resortes del colchón se estremecían.

— ¡Ahí voy tío, no pares, por favor no pares! — dijo, con lo ojos verdes que parecían saltar, y con la cara roja.

No paré de cogerla hasta que acabó. Sentí su cuerpo cada vez más caliente, parecía afiebrado. Luego todo su cuerpo se tensó. Enterró sus uñas en mi espalda, y largó el grito orgásmico mientras mi sexo se empapaba con sus fluidos.

Quedamos exhaustos, abrazados. Yo con la cabeza en sus tetas, que usaba como almohadas.

                                              ....................................................

Tuve que irme al trabajo, muy a mi pesar. Llegué a la medianoche, como siempre. Supuse que ella ya estaba durmiendo. No me había escrito ningún mensaje en todo el día, por lo que pensé que quizá se había arrepentido de lo sucedido.

Me desvestí y me fui a dar una ducha. El día se había hecho largo, y para colmo, tuve que viajar parado en el colectivo por lo que el agua caliente que caía sobre mi cuerpo me resultaba extremadamente relajante.

De repente se abrió la puerta del baño, y se corrió la cortina.

— Mica. — dije yo, feliz por su atrevimiento.

— Hola tío, ¿Te ayudo a bañarte? — estaba completamente desnuda. Su cuerpo, curvo y terso era delicioso para mi vista.

— Vení princesa, bañémonos juntos.

Micaela se metió en la ducha. Agarró el jabón, y lo frotó sobre mi pecho.

— Cuánto pelo tenés acá tío. — dijo, mordiéndose los labios. Siguió frotando, y de apoco fue para abajo. — Acá hay que limpiarte bien. — comentó, cuando llegó a mi sexo, que ya estaba a media asta. — para que sea rico saborearlo.

Enjabonó mi verga y mis bolas. Me hice para atrás para que el agua cayera en mis genitales y comience a enjuagarme. Mica lo hizo, con masajes deliciosos que intensificaban el placer debido a la humedad.

— A ver, ya está bien enjuagada me parece. — dijo, se arrodilló y con la lengua probó si era cierto. — sí, está perfecta, ningún poco de gusto a jabón, y está impecable. — Me miró, traviesa. — ¿te la chupo tío?

— Chupamela princesa.

— Sos un tío muy degenerado. — dijo, y luego se llevó la verga a la boca.

El agua caía sobre su cabello, mientras me practicaba un sexo oral digno de una puta profesional. No podía creer que con dieciocho años tuviera tanta experiencia en mamadas. Era una nena mala, pero ya la enderezaría, y sólo cogería conmigo.

Me pajeaba el tronco mientras devoraba el glande con su lengua experta. Me acariciaba las bolas con las yemas de los dedos. Cuando sintió el juguito viscozo, lo saboreó con deleite, y la chupó con más vehemencia.

— Dame la leche tío. — dijo, levantando su rostro mojado. — quiero tu leche.

— Acá tenés la leche princesa. — dije, eyaculando en su cara. — tomatela toda, o no repetís.

Luego fuimos a mi cuarto. Me tomé el tiempo de explorar cada parte de su cuerpo, y no nos dormimos hasta las tres de la mañana.


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