EL BUGATTI parte 2

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Regresaron nuevamente transcurrido el plazo y Elvira volvió a decir que todo seguía igual que antes; que si era normal que hubiese pasado ya un mes y no le hubiesen hecho efecto las pastillas. El psiquiatra le dijo que no, que no era normal, por lo que les extendió una nueva receta, diciendo que, por lo visto, necesitaba una medicación más fuerte.  Les indicó que comenzase inmediatamente con ella y que regresaran al cabo de un mes  Salieron directamente a buscar la primera farmacia que encontrasen y compraron lo recetado.

El primer día Julio, se las tragó, porque Elvira no le quitaba ojo de encima, pero al día siguiente volvió a su rutina de tirarlas al bolsillo de la americana. Elvira se comenzaba a desesperar pues no veía que se produjese ninguna mejoría, mientras Julio seguía soñando todas las noches con sus victorias a bordo del Bugatti Coupé de 1936.

Cuando Elvira le contó al médico, al cabo del mes, que no había cambiado nada, éste se sorprendió  mucho y le mandó una tercera medicación , que dijo que era lo más fuerte que podía recetarle. Pasado el primer día de ingestión de los fármacos, el bolsillo volvió a ser el receptáculo al que iban a parar las pastillas.

Un sábado por la tarde, en que Julio se encontraba distraídamente  mirando por la ventana del salón, observó , de repente , que el Bugatti del 36 hacía su aparición en la calle y no solo eso, sino que estacionaba a unos 100 metros de distancia. Vio bajarse a una pareja de enamorados; lo supo porque se besaron al salir del coche, la cual al llegar a la esquina, se perdió por una calle lateral. No repuesto de la emoción y sin pensárselo dos veces, cogió su caja de herramientas y salió disparado hacia el vehículo. Como ya estaba anocheciendo y el barrio era muy tranquilo y más en fin de semana y a esas horas, pudo manipular el cerrojo del auto sin despertar sospechas, pues no había ni un transeúnte en toda la calle. Tras varios minutos, que se le hicieron eternos, logró que funcionase la ganzúa y,  para su asombro, la cerradura cedió y oprimiendo el botón de la manilla se abrió la puerta del coche. Hacerle el puente, fue cosa de un par de minutos y cuando oyó el sonido del motor casi se desmaya de placer. Lo dejó rugir un rato en punto muerto y finalmente metió la primera y salió disparado, a los mandos del vehículo.

Elvira estaba preparando la cena, cuando sonó el teléfono. Se limpió las manos con un trapo de cocina y descolgó el auricular. Le dijeron que llamaban de jefatura de policía y le preguntaron si era la esposa de Julio Carretero; se puso a temblar y contestó con voz apagada afirmativamente. Desde el otro lado de la línea le dijeron que su marido había tenido un accidente con el coche, estrellándose contra un árbol y que se encontraba muy grave en el hospital Provincial. Añadieron que, aparentemente, el coche era robado, pues tenía hecho el puente. Ella no dio crédito a lo que estaba oyendo y dijo que a su marido nunca se le había pasado por la cabeza robar coches, que debía de tratarse de una confusión, pero cuando el policía le preguntó si el domicilio que figuraba en el documento del herido era el de ella, se echó a llorar, desconsolada. El policía le dijo que se calmase y acudiera cuanto antes al hospital, para estar al lado de su marido.

Se cambió de ropa,  pidió un taxi y en menos de  media hora se encontraba en el hospital, en un estado extremo de nerviosismo. Preguntó por su marido y le dijeron que estaba en reanimación de urgencias, a donde se dirigió tan rápido como podían sus piernas.  Allí le dieron las peores noticias que podía esperar: Había sufrido rotura del cráneo, con pérdida de masa encefálica y tetraplejía total por lesión cervical de la médula. Que las posibilidades de sobrevivir eran muy escasas y que si era creyente se encomendase a Dios.

Dios le hizo caso y Julio no se murió, permaneciendo los siguientes 43 años en estado vegetativo, mirando fijamente al frente con ojos de extrañeza.  Elvira, que a sus 32 años, vio truncada su vida para siempre, dedicó los 43 años siguientes a cuidarle, limpiarle y darle de comer, sin un solo momento de flaqueza y sin quejarse, ni en una sola ocasión.

Del que sí se quejó y  muy amargamente, fue del psiquiatra que les había recetado tantas pastillas para la depresión, cuando lo que tenía Julio era simplemente locura. Porque, ¿a quién en su sano juicio se le ocurre robar un cascajo con 77 años de antigüedad?, si puestos a elegir podía escoger tranquilamente un coche moderno,  con todos los adelantos técnicos.

 

   tioeulogioytom@gmail.com                                                  Tío Eulogio

                                                                                                    abril  2013

 

 

 

 

 


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